Pedigrí

Nací en el hospital White Memorial, a mis padres, que eran la segunda generación de miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Un año después de mi nacimiento, mi madre obtuvo su título en medicina de la Universidad Loma Linda; luego nos trasladamos al Uchee Pines Lifestyle Center en Alabama, donde mis primeros recuerdos fueron: las vísperas del viernes por la noche, la idea de que era normal usar pantalones debajo de los vestidos, y la experiencia de acostarme a la noche con mucha hambre porque estábamos tratando de seguir la instrucción de Ellen White de que dos comidas diarias eran mejor que tres.

Mi padre creía en la doctrina adventista, pero no se sentía bienvenido en las congregaciones adventistas (las llamaba los «frozen chosen» [los elegidos congelados]), por lo cual a menudo visitaba otras iglesias porque se sentía menos juzgado en ellas. Un día, mi padre nos llevó a un concierto cristiano presentado por Agape International, y respondí al llamamiento para aceptar a Jesús como mi Salvador. Me dieron la bienvenida a la familia de Dios y me enviaron de vuelta a mi iglesia para que me bautizaran.

Tenía ocho años. Mi pastor adventista me llevó a través de una serie de clases que incluían la enseñanza especial «la verdad para este tiempo», me bautizó, y así empecé a seguir un buen camino. Ya era parte del pueblo especial de Dios y tenía la oportunidad de ser parte de la última generación de personas en este mundo que comprobaba que era posible obedecer la ley de Dios.

Viví como buena niña adventista por unos años; aprendí todo lo que pude sobre los comestibles silvestres y las maneras de sobrevivir en la naturaleza, preguntándome si iba a poder mantenerme fiel a la verdad al final del período de prueba. A la noche, pasaba mucho tiempo acostada en mi cama tratando de recordar todos mis pecados para poder confesarlos.

Partir de la iglesia

Luego vino el movimiento pro vida. Mis padres, especialmente mi padre, se involucraron en el movimiento a principios de la década de los 1980; lo cual finalmente nos llevó a partir de la iglesia adventista. Mis padres me explicaron que no podíamos apoyar con nuestra membresía a una iglesia que se negaba a tomar una posición pro vida y anti aborto terapéutico. Yo también creía que el aborto terapéutico era un pecado terrible, y decidí quitar mi nombre de la membresía de la iglesia, aunque todavía pensaba que la membresía en la iglesia era necesaria para la salvación. Tenía diez años; esperaba que Dios encontrara la manera de salvarme, pero en realidad pensaba que ya estaba perdida.

Pero no rechazamos las doctrinas del Adventismo del Séptimo Día. Empezamos a estudiar en casa, abrimos una iglesia casera, y buscamos a personas que pensaran como nosotros, con quienes pudiéramos socializar. Después de unos años, mi papá formó una amistad con algunos menonitas, y les pidió que nos aceptaran en la escuela menonita. Para mi sorpresa, dijeron que sí, con las condiciones de que nos vistiéramos como ellos, abandonáramos las radios y no habláramos de nuestras creencias en la escuela. Pasé dos años buenos en esa escuela y aprendí mucho, pero muy pronto terminé mis estudios en la escuela primaria.

Una búsqueda y un regreso

Para ese tiempo, era adolescente e intentaba aprender cómo vivir una vida perfecta para asegurar «mi salvación». Leí Messages to Young People, escrito por Ellen White (EGW) e hice varias listas de lo que debía hacer y lo que no debía hacer. Soñaba con ser misionera, y cuestionaba a los individuos que me rodeaban sobre nuestras doctrinas, especialmente el Mensaje de los Tres Ángeles. «Oh, tú sabes…», me replicaban. Concluí que ellos tampoco entendían.

Cuando tenía 15 años, me fui a la Academia Pine Forest en Mississippi, y descubrí que varios adventistas HABÍAN dicho abiertamente que el aborto terapéutico estaba mal. Anhelaba ser parte de la iglesia de Dios y creía que la doctrina adventista era la correcta, así que opté por unirme a la iglesia adventista de nuevo y bautizarme otra vez. Pero antes del servicio, pregunté al pastor por qué creíamos que Ellen White era una profetisa, y me contestó que no tenía que creer eso para ser miembro. Simplemente podía dejar de contestar cuando leíamos esa parte del voto.

Después de la graduación, trabajé en Pine Forest y, más tarde, en una misión laical en Alaska. Me sentía cada vez más desilusionada; todos los adventistas que conocía parecían ser adventistas sólo de nombre, y nadie me podía explicar en qué consistía ser un buen adventista. Mi confusión crecía y finalmente me enojé con Dios y le dije que no iba a seguir luchando tanto por ser una buena adventista; sólo iba a ser una persona buena y moral, obedecer los mandamientos lo mejor que pudiera. Si resultaba que mis esfuerzos eran suficientes, Él podía salvarme. Si no, por lo menos no iba a arder en el fuego demasiado tiempo. Tal vez algún día tendría tiempo para estudiarlo por mí misma hasta entenderlo.

El Movimiento de Reforma

Mientras tanto, mis padres encontraron el Movimiento de Reforma en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, e invitaron a uno de sus trabajadores (Bible Workers) a casa. Cuando regresé a casa, me enteré de que ese hombre estaba reuniéndose con mis padres regularmente. Fui a una de sus reuniones y me alentó ver a algunas personas que, al parecer, verdaderamente vivían lo que predicaban—y tenían mejores respuestas para explicar por qué creían lo que creían.

Generalmente, los cinco estudios bíblicos rápidos (o estudios de «inspiración») duraban como dos horas y aparentemente explicaban las doctrinas, aunque parecía que ellos pensaban que las dudas por lo general venían de una actitud rebelde. También creían que la iglesia era más importante que la consciencia del individuo, porque, según Ellen White: «Pero cuando es ejercido el juicio del General Conference, la autoridad más alta que Dios tiene para toda la tierra, la independencia privada y el juicio privado no deben mantenerse sino rendirse» (Testimonies For The Church, Vol. 3, pág. 492). Sin embargo, no dejé de cuestionar, pero pronto decidí que iba a comprender mejor si estudiaba a solas. Mi confusión era culpa mía, no de ellos.

Mi papá nunca se unió al Movimiento de Reforma pero mi mamá sí, y un año después yo también me asocié con ellos. Poco tiempo después de mi bautismo en el Movimiento de Reforma, me ofrecieron un puesto como Bible Worker, y me enviaron a Missionary Training School (el programa de entrenamiento para misioneros). Fui con muchas ganas, todavía con el anhelo de estudiar para verme aprobada; quería practicar un adventismo que comprendiera por mí misma.

La Reform Movement Missionary School fue una buena experiencia. El maestro principal nos asignaba temas, sugería recursos (la Biblia, los libros Spirit of Prophecy, los libros adventistas de antes de 1914, etcétera), y luego pidió que presentáramos las doctrinas después de nuestras propias investigaciones. El primer tema que me asignó era «Por qué no aceptamos el Apócrifo».

La «respuesta correcta» para esta pregunta era que el Apócrifo enseña doctrinas que contradicen la Biblia; por ejemplo, «los ángeles mienten». Irónicamente, este argumento contra el Apócrifo venía de una iglesia que enseña doctrinas que contradicen la Biblia; por ejemplo, ¡enseña que Dios mintió cuando extendió Su mano sobre la fecha equivocada de William Miller en 1843!

Estudiar para ser aprobada

La escuela cambió mi vida de otra forma; allí conocí a mi futuro esposo. Dos años después, nos casamos y nos enviaron a trabajar para la iglesia en Ontario, Canadá, donde empecé a estudiar con seriedad. Ya tenía un buen compañero de estudio. Acumulábamos tantas traducciones bíblicas como podíamos; en la computadora encontramos un lexicón griego/hebreo y un CD-ROM de Ellen White, y luchábamos por comprender la doctrina. Al poco tiempo, nos encontramos en un estudio de Romanos, estábamos progresando lentamente y tratando de comprender cada palabra, cada enunciado y cada pasaje antes de continuar con otro. Durante el proceso, empezamos a enfocarnos en la Biblia más que en Ellen White, prometiendo que íbamos a investigar sus comentarios más tarde.

Encontré obstáculos muy temprano en el proceso. «El justo vivirá por la fe» (Ro 1:1).¿Qué significa? «Y todo lo que no se hace por convicción es pecado» (Ro 14:23).

Había vivido toda mi vida con el intento de hacer lo correcto, pero mucha de mi observancia se basaba en mi creencia de que todo lo que la iglesia enseñaba era correcto. No era por fe. Observaba el šabbat, pero no por fe. De repente, me di cuenta de que mi observancia del šabbat era un pecado, igual al pecado de no observarlo, porque no estaba haciéndolo por fe.

¿Qué iba a salvarme? Estaba orgullosa; había hecho todo lo posible para obedecer las doctrinas del Adventismo del Séptimo Díaaun cuando mis padres y yo no estábamos en la iglesia. Por fin, llegué a entender que si no estoy viva en Jesucristo, ser una persona moral no me hace menos pecadora que una persona sin valores morales.

Y, ¿qué de las reglas? ¿No importaba ser vegetariano, o vestirse apropiadamente, o sólo formar amistades con el fin de evangelizar a la persona? ¡No!, contesta Romanos. Todo lo que no es por fe es pecado.

¿Qué debía hacer? «Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos» (Hechos 16:31). Pero, es demasiado sencillo, ¿no? «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2:8-9).

«Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu» (Ro 8:1-4).

¡Qué buenas noticias! Pero, ¿cómo encajaba con el adventismo? Tomé la decisión de retractar mi «trato con Dios» de ser una buena persona moral. Ahora, iba a vivir solamente lo que venía de la clara enseñanza de Él. Empecé a estudiar aun más, pensando que mis estudios podían enseñarme el camino a la salvación. ¡Pero no funcionó!

Empecé a hacer estudios tópicos y descubrí que lo que la Biblia dice y lo que el adventismo dice no concuerdan. Pasó el tiempo. Nacieron nuestros tres hijos y nos mudamos a California. Todavía intentaba armonizar mis doctrinas adventistas con la Biblia, pero sin éxito. La Biblia era clara, pero no encajaba con los escritos de Ellen White.

Respuestas

Un día, encontré un foro en el Internet. Para ese tiempo, mi fe en Ellen White ya había sido completamente sacudida, pero me inquietaban mucho las diatribas «anti adventistas» que había visto a menudo en línea. Esa vez, leí el foro y finalmente escribí a la moderadora, Colleen Tinker. Pedí que orara por mí si no estaba demasiado ocupada y que me escribiera si tenía tiempo. La escribí con mucha emoción suprimida: «Es difícil ver a Ellen White como profetisa, y ¿qué del šabbat, el estado de los muertos, la dieta y el alcohol y el consumo de carne? Ah, y si vas a descartar los Diez Mandamientos, ¡avísame antes de empezar a ser promiscua!».

Colleen contestó mi carta y escribió: «Dios no nos engaña. Pide a Dios que te quite lo que no es de Él y que confirme lo que es verdad».

Me había arrinconado por contradicciones y confusión y no podía encontrar la salida. Por consiguiente, un día cuando estaba trabajando, tomé un minuto para orar y pedir a Dios que quitara lo que no era de Él y confirmara lo que era de Él. Antes de abrir los ojos, sabía que ya no era adventista.

Sentía que la puerta de la jaula estaba abierta y que había salido en libertad. Cuando di un paso adelante, encontré la transparencia de la gracia de Dios; Él verdaderamente me conocía, con todo mi orgullo, mi arrogancia adventista y mi mala actitud, y me amaba; me quitó todo esto y me hizo saber que estaba segura en Sus manos.

Este cambio no fue recibido muy bien en mi casa. Uno de mis dolores hasta el día de hoy es que mi compañero de estudio bíblico no podía comprender el evangelio. Tan pronto como le dije que no podía aceptar a Ellen White me dijo: «Aquí no hay nada para ti». Me dijo que llegaría a ser atea, que no hay una razón para creer en Dios si uno no cree en Ellen White.

Protesté, y le dije que mi razón para partir del adventismo era para la alegría de la salvación por la gracia sola, mediante la fe sola, en Jesucristo solo. Pero él se mantuvo indiferente, y así empezó el mejor y el peor año de mi vida: 2004. Por primera vez, sabía que estaba segura en Jesús, pero en mi casa había interminables conversaciones, oraciones en duelo, y batallas. Mi esposo insistió en que el Dios que yo servía no era el suyo, y que no estábamos unidos en yugo igual.

Un día, durante ese tiempo tumultuoso, una amiga sugirió que yo orara para pedir que Dios llenara mi casa, echara fuera lo que no era de Él. Entonces, fui de salón a habitación en habitación y pedí que Dios echara fuera lo que no era de Él y llenara la casa con Su presencia. Esa tarde, cuando mi esposo llegó, entró por la puerta y dijo: «Ya no pertenezco aquí». Esa noche, él oró que Dios regresara a la casa. No le había dicho lo que hice. Al mirar atrás, estoy segura de que él adoraba a un dios distinto del mío.

Para fin de año, era peligroso quedarme en casa. La idea de dejar a mi esposo y salir con mis hijos era como caerme de un precipicio, pero cada vez que daba un paso adelante, nos encontrábamos en tierra firme. Dios nunca nos dejó con hambre o sin refugio o sin ropa. Cuando nos fuimos, sólo teníamos lo que llevábamos puesto y lo que cabía en el coche, pero Dios proveyó lo que necesitábamos a cada paso del camino.

Había sido una adventista orgullosa. Mi herencia y mi vida estaban allí. Pero Dios me dio algo mejor: ¡me dio a Él Mismo!

«Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Filipenses 3:7-9).

¡Su verdad me ha liberado!marystockler1


Mary Seeley Stockler creció en una familia que fue adventista por un tiempo y luego fue a vivir en una comunidad menonita conservadora y, finalmente, terminó en el Seventh Day Adventist Reform Movement (SDARM). Hace diez años, Mary aprendió el evangelio y nació de nuevo. Su comunidad de SDARM no comprendió ni recibió bien su nueva vida y fe en Jesús y, para su seguridad, el abogado del distrito de su estado permitió que ella y sus tres hijos se mudaran a su estado natal de Kentucky, donde los cuatro están prosperando y asistiendo a una iglesia luterana en Glasgow.