La tarea abrumadora de enseñar y criar a nuestros hijos en el temor y la amonestación del Señor es un tema que ha llenado numerosos libros a través de los siglos. Si lo duda, sólo hay que ir a cualquier librería cristiana o hacer una búsqueda en Amazon y encontrar la sección de libros para la crianza de niños. Hay más títulos en este tema singular de lo que uno pueda leer en toda la vida. Estos libros están escritos por autores bien intencionados que quieren dar al padre agotado o a la madre fatigada el secreto para producir niños casi perfectos y piadosos. El problema con muchos de estos libros es que sólo pueden ayudar con una parte de los desafíos que nosotros afrontamos como padres.

Aquí tiene usted nuestro dilema como padres cristianos: ¿Cómo podemos cumplir el mandato bíblico de criar a nuestros hijos a amar y temer a Dios? (Ef 6:1-4) Creo que uno de nuestros obstáculos principales para cumplir este mandato es que caemos en la trampa de pensar de la misma forma que la cultura de hoy: el pensamiento pragmático, post-cristiano y formulado. Queremos un programa de siete pasos que asegure que los niños obedezcan la primera vez que les digamos algo y que prometa que van a tener la seguridad eterna en el cielo.

¡Guau! ¿No sería una cosa formidable?

Pero en nuestra cultura americana egoísta y cuasi cristiana, descubrimos que aunque involucramos a nuestros hijos en muchas actividades «cristianas» y los animamos a escuchar la música «cristiana» y a leer la literatura «cristiana», a menudo estas actividades ocurren en detrimento de enseñarles la Biblia. Es muy común que muchos padres cristianos hablan con sus hijos sobre las cosas morales, pero no de las cosas de la eternidad. Después de todo, es más fácil darles una lista de cosas para hacer y no hacer que enseñarles sobre nuestro Señor Jesús y las buenas noticias del evangelio revelado de Génesis a Apocalipsis. Pero el evangelio no viene con una lista de cosas para hacer o no hacer, sino que es una verdad que puede o no puede creerse (Hechos 10:34-43), y en esta verdad encontramos el problema: todos nacemos en pecado y somos hijos de ira (Ef 2:3). Cada niño con quien Dios nos bendice llega al mundo como pecador alejado de Dios y en necesidad de un Salvador. No hay nada que podamos hacer que nos haga aceptable ante un Dios Sagrado. Necesitamos a un Salvador, y este Salvador es el Señor Jesucristo (Gálatas 2:16). Estas son las Buenas Noticias que debemos creer y proclamar a nuestros hijos.

Desafíos que nos afrontan

Yo diría que hay por lo menos tres cosas que previenen nuestra enseñanza de la verdad bíblica a nuestros hijos. Primero, nosotros somos muy perezosos. ¡Admítalo! ¿No es más fácil encontrar un buen video cristiano sobre un tema interesante y sentarlos frente a la televisión que abrir nuestras Biblias, leerles porciones de las Sagradas Escrituras y luego hablar juntos sobre el significado de los pasajes? Muchas veces, preferimos usar nuestro tiempo haciendo otras cosas.

El segundo obstáculo en la enseñanza de nuestros hijos es la suposición de que nuestros programas en las iglesias o las escuelas cristianas les enseñan lo que necesitan saber de la Biblia. Pero, como padres, nuestra responsabilidad principal ante el Señor es educar a nuestros hijos en Su Palabra. Sin duda, apreciamos la información provista por otros hombres y mujeres piadosos en el cuerpo de Cristo, pero este enriquecimiento sólo debe ser una adición a lo que están aprendiendo de nosotros.

La tercera cosa que nos ciega a nuestra necesidad de enseñar a nuestros hijos es una falacia que ha infiltrado nuestro modo de pensar como cristianos: que los niños en las familias cristianas tienen más probabilidad de ser salvos. Después de todo, van a la iglesia, cantan canciones de alabanza a Jesús, oran, sirven con sus padres y saben todas las respuestas a los exámenes sobre las historias bíblicas bien conocidas. Es más, generalmente hacen la oración para aceptar a Jesucristo y a menudo son bautizados a una tierna edad. Por supuesto, sabemos que los niños llegan a tener fe en Jesucristo a varias edades y que debemos ayudarlos a crecer en esa fe, pero frecuentemente los evaluamos según las apariencias externas. No podemos conocer los corazones de ellos, pero Dios manda que busquemos el fruto, la clase de fruto que sólo el Espíritu Santo puede producir en sus vidas (Gá 5:22-23). Muchas veces, no buscamos el fruto porque aparentemente nuestros hijos se integran bien al ambiente cristiano.

Un camino

Hay muchos evangelios falsos que están representados en el evangelio auténtico en el mundo de hoy, pero es nuestra responsabilidad enseñar a nuestros hijos el evangelio del Señor Jesucristo, lo cual se encuentra solamente en las Sagradas Escrituras (1Co 15:1-8). En este punto uno podría decir: «Eso suena bien, pero ¿cómo lo hacemos?» El otro día, mientras pensaba en la respuesta a esta pregunta, se me ocurrió que no hay dos caminos distintos para llegar a la fe en Jesucristo, uno para adultos y otros para niños. Aunque me diría que esto es obvio, si estudiamos muchos de los libros, las Biblias y los planes de estudios que están disponibles actualmente, vamos a ver a un Dios y un evangelio muy distintos de lo que enseña la Biblia.

Por ejemplo, actualmente la mayoría de libros para niños representan los caracteres de la Biblia como caricaturas con rostros curiositos y encantadores. Además, a menudo omiten porciones de las historias bíblicas y se enfocan en lecciones sobre las morales o el carácter. Pero en realidad, no hay nada «encantador» sobre la Biblia y hacen un flaco favor cuando la tratan como un buen libro de cuentos o una novela. Somos mandados a enseñar todo el propósito de Dios, y esto incluye las porciones que son más difíciles de estudiar. De hecho, la Palabra de Dios es un caso aparte, un libro único en tu totalidad; es la palabra autoritativa, inspirada, inerrante y suficiente del Señor.

Vale mucho recordar que todos los fieles llegan a su fe en Jesucristo por medio del Espíritu Santo, quien abre sus corazones y sus mentes para escuchar, comprender y creer el Evangelio, lo cual sólo se encuentra en la Palabra de Dios. También, este mismo Evangelio es el medio por el cual crecemos en la gracia y el conocimiento del Señor Jesucristo (2 Pedro 3:17-18) cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador. Todo eso, llegar a nuestra fe y crecer en Jesús, ocurre por medio de la obra interior del Espíritu Santo mediante Su Palabra. En otras palabras, nuestra salvación no procede de nosotros (Ef 2:8); no nos salvamos nosotros mismos y no podemos salvar a nuestros hijos.

Estudiar para enseñar

Antes de seguir adelante, quisiera enfatizar el hecho de que no podemos enseñar a nuestros hijos algo que no sabemos. Si no pasamos tiempo en el estudio de la Palabra de Dios, si no oramos y vivimos nuestra fe obedientemente con alegría, ¿exactamente qué es lo que vamos a enseñarles? ¿Realmente sabemos cómo estudiar la Biblia? ¿Estamos en una congregación local que interpreta la palabra de verdad con rectitud (2 Timoteo 2:14-15)? ¿Estamos sirviendo al Señor en esa congregación local? Éstas son unas preguntas que tenemos que contestar humildemente.

A menudo, nuestra manera de estudiar la Biblia determina cómo enseñamos a nuestros hijos. Puesto que no tenemos permiso de enseñar lo que nos da la gana, pero de enseñar lo que la Biblia dice, es importante seguir las buenas reglas de la interpretación bíblica, o la hermenéutica. Pero muchos de nosotros nunca aprendimos cómo interpretar las Sagradas Escrituras, y puede que necesitemos una ayuda práctica. T. Norton Sterrett escribió un libro muy útil titulado How to Understand Your Bible. Aunque no es literatura inspirada, ha demostrado ser un buen recurso y puede ser útil para alguien que está aprendiendo a leer la Biblia como la palabra inerrante de Dios.

Cuando entendemos la importancia de estudiar la Biblia por nuestro bien, podemos repetir con Pablo sus palabras en 2 Timoteo 3:15-17: «Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra».

Ayudarlos a descubrir el significado bíblico

Una manera de acercarse al estudio bíblico contextual es hacer una investigación del trasfondo de las narraciones históricas de la Biblia. Si nuestros hijos tienen edad suficiente, pueden ayudarnos a buscar el autor de cierto libro bíblico, su época y a quién fue escrito. Esta información provee el contexto y ayuda a la interpretación correcta. Otra idea es empezar con un versículo específico y estudiar desde ese punto. ¿En qué capítulo está el versículo, en qué libro bíblico, en qué testamento? ¿Es una narración histórica? ¿Es poesía? ¿Esta sección es descriptiva o prescriptiva? Me imagino que ya tendrá la idea.

También, el Espíritu Santo ilumina a los cristianos en el significado de los pasajes. Pero no presenta una revelación nueva cada vez que leemos el mismo pasaje. Por lo tanto, nuestros hijos se beneficiarán si aprenden a hacer buenas preguntas como: ¿Qué es lo que aprendo sobre Dios en este pasaje? o ¿Qué es lo que aprendo sobre la humanidad en este pasaje? ¿Qué aprendo de Jesucristo y el plan de redención en este pasaje? ¿Hay algo que debo creer u obedecer en este pasaje? ¿En qué testamento estoy leyendo? ¿Está bajo el antiguo o el nuevo pacto? Son preguntas muy básicas, pero importantes.

Una de las maneras más fáciles de enseñar a nuestros hijos la verdad de la Biblia es hablar con ellos sobre lo que estamos estudiando. De hecho, todos tenemos que priorizar esta clase de conversación, si hablamos mientras desayunamos, cuando regresan de la escuela, mientras estamos en el coche, o antes de acostarlos en la noche (Deuteronomio 6:6-8). Estas ocasiones para enseñar o hablar de nuestro aprendizaje combinadas con la oración son muy importantes y pueden llegar a tener mucho significado. En nuestra familia, estas conversaciones sobre la Biblia producen preguntas que contestamos usando la Biblia misma. Cuando usamos la Biblia para contestar preguntas, estamos demostrando «las mejores prácticas» para el estudio bíblico: permitir que las Sagradas Escrituras se interpreten a solas.

Aun los niños pequeños pueden empezar a aprender las verdades básicas de las historias de la creación, la caída del hombre, Noé, Abraham, David, etc. Entonces, cuando enseñamos a nuestros hijos, tratamos de conectar las historias bíblicas con las doctrinas que las demuestran. Por ejemplo, enseñamos que Dios es soberano usando los pasajes bíblicos que confirman esto, tales como Job 38-42 o la historia de José en Génesis 37-50. Es más, tenemos que reconocer que cuando enseñamos la Biblia, tenemos que ser congruentes ya sea con nuestros hijos, con los abuelos o si estamos solos. Aunque van a ser cosas que tenemos que explicar con claridad, dependiendo de la edad o la etapa del niño, nunca podemos cambiar el significado de un pasaje para hacerlo más agradable o para manipular a alguien a hacer lo que queremos.

Otras maneras de impartir la verdad bíblica

Cuando nuestros hijos eran muy pequeños, les cantábamos los salmos, los himnos y las canciones espirituales (Colosenses 3:16) y ahora que tienen más edad, han empezado a cantar con nosotros. Pero hemos descubierto que es muy importante escoger las canciones con palabras que declaran la verdad, la misma verdad de la Biblia. Si las canciones que cantamos no definen correctamente el Dios de las Escrituras, existe un problema, pero estamos muy contentos cuando podemos encontrar el origen de la canción o un himno en el pasaje bíblico que lo inspiró. Así como comparamos todo lo que aprendemos con la Biblia para ver si es verdad (Hch 17:11), debemos comparar lo que escuchamos en las canciones con la Biblia. No podemos subestimar la influencia de la música en las vidas de los niños; las palabras que aprenden en las canciones son palabras que les quedan en la mente, forman sus comprensiones de Jesucristo y la redención, e influyen en sus cosmovisiones.

Otra buena idea para ayudar a nuestros hijos a aprender de Dios es estudiar Sus nombres. Por ejemplo, Yahweh es el nombre que Él se dio a Sí Mismo para revelarnos que es el gran YO SOY, el Dios que existe por Sí solo. El Elyon significa Dios Altísimo, y Elohim quiere decir Creador Fuerte. Cuando estudiamos los nombres del Señor podemos buscar los pasajes de la Biblia que confirman estos atributos. En Génesis 1 y 2, vemos que el Señor se describe como Elohim. En Éxodo 3:14 aprendemos el nombre Yahweh, y en Salmo 91 se lo llama el Altísimo. Si aprendemos Sus nombres, estas verdades sobre Su naturaleza son reafirmadas en las mentes de nuestros hijos y pueden servir como anclas cuando afronten las tribulaciones que seguramente van a surgir en la vida. En su libro Knowledge of the Holy, A.W. Tozer dice: «Lo que viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo de más importancia para nosotros» (pág. 9). En otras palabras, es esencial que ofrezcamos a nuestros hijos la oportunidad de llegar a conocer al Dios verdadero como se ha revelado en las Sagradas Escrituras, no a una imitación. No van a tener un conocimiento adecuado de Él si tratan de conocerlo aparte de Su palabra.

Tan mundano como le parezca, no se olvide de memorizar los versículos de la Biblia; es una práctica maravillosa para enseñar la verdad bíblica, aun a niños muy pequeños. En nuestra casa, no sólo memorizamos los pasajes bíblicos, sino que también explicamos a nuestros hijos lo que significa el contenido de los versículos o los pasajes. Entonces podemos memorizar y enseñar la Biblia simultáneamente. De hecho, hemos descubierto que es muy útil memorizar capítulos enteros a la vez, así el contexto del pasaje es más claro.

Con los muchachos más grandes, el estudio de la historia de la iglesia cristiana es un buen complemento para el estudio bíblico inductivo. Estamos viviendo en un tiempo en que los hechos históricos están siendo reemplazados por el pensamiento subjetivo y emotivo. La filosofía post-moderna (ahora post-cristiana) es: «si no es relevante para mí, no es relevante».

En realidad, es importante entender la historia de nuestra fe ortodoxa y lo que ha ocurrido con la iglesia cristiana en siglos pasados. De hecho, esta historia es el escenario importante de lo que podemos hablar cuando estamos aprendiendo de los acontecimientos de la iglesia actual. No debemos tener miedo de hablar de los desafíos que afrontan a los cristianos alrededor del mundo hoy en día. Cuando estamos atentos a los eventos actuales, podemos orar por nuestros misioneros, por aquellos a quienes apoyamos personalmente, o por aquellos a quienes apoya la iglesia local. Cuando oramos por nuestros misioneros, miramos frente a frente los sacrificios grandes que hacen para el Señor Jesús al proclamar el Evangelio a los que nunca lo han oído.

Nos observan cuando oramos

Orar por el cuerpo de Cristo en general nos lleva a entender que ser parte de una iglesia local donde hay enseñanza bíblica correcta y compañerismo cristiano no sólo es importante para nuestra salud espiritual como padres sino también para nuestros hijos. Como cristianos, somos mandados a tener compañerismo con los demás cristianos, centrándonos en la verdad, y cuando pertenecemos a una congregación, adoramos a Dios y servimos juntos para la gloria de Jesucristo. Nuestros hijos tienen que saber lo que significa ser parte del cuerpo de Cristo y es un placer tener a nuestros hijos en el servicio principal con nosotros, adorando a Dios y aprendiendo de la Palabra de Dios como familia.

Cuando oramos por y con nuestros hijos, tenemos una oportunidad poderosa para enseñarles quién es Dios. No me refiero a las oraciones memorizadas o automáticas, sino a oraciones bien pensadas, según el patrón del Padre Nuestro (Mateo 6:8-10). Nuestros hijos pueden aprender mucho sobre nuestra fe cuando observan nuestra manera de orar, especialmente nuestras peticiones. Primero, debemos recordar que Jesús nos enseñó a llamar a Dios «Padre». Cuando hablamos con nuestro Padre, estamos declarando lo que sabemos que es verdad de Su carácter y lo que ha hecho por nosotros en Jesucristo, y confesamos nuestros pecados sabiendo que Él es fiel para perdonar. Luego, sabiendo que en Él somos perdonados, también proclamamos que Él es fiel y contesta según Su santa voluntad (Mt 6:10). Nuestros hijos están prestando atención, nos guste o no, y a menudo ellos imitan lo que ven y oyen cuando nosotros oramos. Sabiendo que están prestando atención, debemos orar no sólo con ellos sino también por ellos. Es poderoso que ellos escuchan lo que presentamos al Padre por su bien. Debemos orar por su salvación por gracia mediante la fe en el Señor Jesucristo, y que ellos sean usados por Dios para Su gloria (Ef 2:8).

Finalmente, no hay una fórmula para enseñar a sus hijos la Palabra de Dios. Como padres debemos enseñar lo que sabemos que es la verdad de Dios y Su Palabra. Si no sabemos mucho, entonces debemos llegar a ser estudiantes de la Biblia (2Ti 2:15). Es más, nuestras vidas deben demostrar a nuestros hijos que amamos al Señor Jesús y que deseamos servirle fielmente. Nuestros hijos saben si estamos fingiendo o no, y van a sacar sus conclusiones sobre Dios y Su palabra eterna mientras observan si vivimos bajo su autoridad o si tratamos de ser superiores.

Los hijos no permanecerán pequeños por mucho tiempo y necesitamos confiar en Dios para darnos sabiduría para enseñar en Sus maneras. Nuestro deseo no es solamente para su salvación eterna sino que el Señor los use para enseñar Su evangelio glorioso a la próxima generación.

Como padres cristianos, sabemos que nuestra capacidad de criar a nuestros hijos fielmente sólo es posible mediante nuestro Señor Jesús. Podemos comprometernos con Él y declarar Su fidelidad también con su hermano Judas, quien escribió: «¡Al único Dios, nuestro Salvador, que puede guardarlos para que no caigan, y establecerlos sin tacha y con gran alegría ante su gloriosa presencia,sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad, por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre! Amén (Judas 1:24-25).


HerwigFamily

Amy Herwig creció como hija de un pastor bautista independiente. Actualmente vive en Highland, California, con su esposo, Bruce, y su hija y dos hijos. Ella y su familia van a la iglesia Trinity en Redlands, California. Le gustan sus responsabilidades de educar a sus hijos en casa y cree que enseñar la Palabra de Dios a sus hijos es una de sus actividades más importantes. También sirve en el ministerio de mujeres de Trinity, como líder de un grupo pequeño.