4250575Primero, leemos en Génesis 2:7 que el Señor «formó al hombre del polvo de la tierra». No hay ningún indicio de un proceso de evolución en la creación del hombre.

Segundo, el origen de la vida del hombre está completamente separado y es distinto del de los animales; el ser humano fue creado a la imagen de Dios, y Dios es espíritu (Jn 4:24; 2Co 3:18).

Cuando estaban apedreando a Esteban, él gritó:

—¡Señor Jesús recibe mi espíritu! (Hch 7:59).

Su «espíritu» era más que el aire en sus pulmones. Jesús dijo a la mujer samaritana:

«Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4:24). Pablo escribe: «El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Ro 8:16). Como se utiliza aquí, «nuestro espíritu» no puede ser el Espíritu Santo. Nuestro espíritu no puede testificar que somos miembros de la familia de Dios por sí mismo, pero nuestro espíritu puede recibir este testimonio y es el sitio de la obra regenerativa de Dios en nosotros.

Lea las palabras del libro de Hebreos: «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (4:12).

En Hebreos 12:33, se encuentra una de las declaraciones más perspicaces sobre el espíritu humano y, como cristianos nacidos de nuevo, hemos pasado a esta realidad: «Por el contrario, ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente. Se han acercado a millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección» (12:22-23).