WINN4

Cuando era niña, cada vez que escuchaba el himno «Sublime Gracia», me preguntaba quién era Gracia, y por qué era tan sublime. Tal vez esto le hacer reír, pero aun cuando era adolescente, mientras cantaba el mismo himno, era mi costumbre señalar a unas de mis amigas, y bromeando, cambiar las letras a «¡…que salvó a una desgraciada como tú!». Siempre creí en Dios, y sabía que Jesús murió por mí; pero no entendía cuánto necesitaba la salvación. Pensaba que era una persona bastante «buena»: no era mentirosa, no robaba, ni mataba, ni cometía otros pecados graves. Pensaba que el pecado era sólo algo que uno cometía de vez en cuando… y no una condición humana crónica.

Mis padres me alistaron en el sistema educacional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, aunque no aceptaban la totalidad de las enseñanzas de Ellen White. Ellos habían leído muchos de los libros y documentos históricos que exponían su plagio y criticaban las doctrinas del primer movimiento adventista (como el juicio investigativo). Aun así, mis padres no se sentían cómodos con dejar atrás su herencia adventista y el concepto de la observancia del šabbat, las que, para ellos, eran las únicas cosas que el adventismo había hecho bien. Me enseñaron muchas creencias adventistas en la escuela, pero mi familia no asistía con frecuencia a la iglesia. El resultado era que yo creía que tenía todas las doctrinas correctas, y que estaba bendecida de ser miembro de «la iglesia remanente», ¡pero no hubiera podido explicarle de qué se trataba Efesios, o si el libro de Hebreos estaba en el Antiguo o el Nuevo Testamento! Decía a las demás personas que creía que el šabbat era el día apropiado para adorar a Dios, pero en realidad no lo observaba. No era nada mejor que los sepulcros blanqueados mencionados en Mateo 23:27, que «por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre».

Después de estudiar en la universidad, me mudé a Los Ángeles para seguir una carrera en la industria cinematográfica. Empecé a ir a una iglesia adventista cercana con el motivo de hacer amigos, aunque sabía, porque mis padres me lo habían informado, que la iglesia adventista tenía unas enseñanzas erróneas. Al principio, me involucraba mucho, pero puesto que no creía que Ellen White era una profetisa auténtica —una de las 28 creencias fundamentales de la iglesia adventista—, no podía ser bautizada. Por consiguiente, cuando quería involucrarme en el ministerio, me topaba con «el techo de cristal». Después de un tiempo, me empecé a sentir frustrada y me alejé de la iglesia. Tenía miedo de ir a una iglesia no adventista que adoraba a Dios los domingos, y ¡simplemente pensaba que sería mejor no ir a la iglesia! Sin darme cuenta, poco a poco iba borrando a Dios de mi mente, una actitud que abrió la puerta a la búsqueda de mis propios deseos egoístas.

El Espíritu Santo obra

No pasé mucho tiempo en el mundo inmoral y materialista de Hollywood para llegar al punto más bajo y darme cuenta de que estaba quebrantada, perdida, sola, y espiritualmente muerta. Fue cuando tenía 26 años que el Espíritu Santo me mostró mi naturaleza mala, egoísta y orgullosa. No era que esta naturaleza había surgido por haber salido de la iglesia adventista, o por haber cometido un pecado en particular, sino que era la naturaleza humana que siempre estuvo presente. Ya entendía mejor lo que Jesús estaba diciendo en Lucas 7:47: «Pero a quien poco se le perdona, poco ama»; fácilmente había dejado de amar a Dios y a Jesús porque no había comprendido cuánto necesitaba el perdón. Por primera vez en mi vida me sentí completamente humillada ante Dios, y sabía que necesitaba a un Salvador. Me arrepentí y oré que Dios me ayudara a aprender más de Él. Todavía no entendía exactamente cómo funcionaban el perdón y la salvación,  ni exactamente cómo debía seguir a Jesús, pero quería aprender.

Sabía por medio de mis experiencias anteriores que no podía comprometerme completamente con la iglesia adventista. No quería que nada obstaculizara mi fe, así que aunque me sentía algo rara al ir a una iglesia dominical, estaba desesperada por oír lo que creían otros cristianos. La compañera de habitación que tenía en esos días me invitó a ir a la iglesia Grace Community, en Simi Valley. Me sentía cómoda allí porque culturalmente, esta iglesia me hizo recordar mi crianza conservadora. Cantaban himnos tradicionales, y por los domingos todos se vestían más elegantes. Sin embargo, al principio, las doctrinas que John MacArthur y los otros pastores enseñaban cada semana me ponían nerviosa, ¡con razón! Aunque sabía en mi corazón que era pecadora, no quería que me recordaran de eso cada semana. Si lo que me enseñaban en esa iglesia era verdad, que «todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» (Isaías 64:6), entonces no podría ser capaz de corregir mi naturaleza pecaminosa sola. La relación aparentemente paradójica entre la fe y las obras no la comprendía todavía. La Biblia nos advierte a «no volver a pecar» (Juan 5:14), y a hacer buenas obras (Santiago 2:14). No entendía lo que significaba vivir una vida de fe llena del fruto del Espíritu, con la dependencia completa y la confianza en Dios. Creía que tendría que hacer algo extraordinario para que Dios perdonara mi corazón maligno, algo por encima y más allá de toda comprensión, una tarea que me parecía imposible.

Además de toda esta confusión interna, estaba luchando porque no conocía a ningún ex adventista en esta iglesia (aunque había algunos ex miembros de la Worldwide Church of God, con quienes podía relacionarme). Me parecía que la carne de puerco era la comida principal en cada evento. Aun las ensaladas tenían carne, así que me quedaba con algo de hambre. Decía con orgullo a mis nuevos amigos que era vegetariana, y que nunca en mi vida había comido carne, mientras devoraba palitos de pan. Me miraban con ojos saltones, boquiabiertos como si fuera un milagro que no estaba sufriendo de malnutrición. Nadie entendía mi punto de vista ni por qué tenía problemas con ciertas doctrinas. No estaba acostumbrada a la predicación expositiva, y una cosa que me sorprendió era que no conocía la Biblia tan bien como pensaba. En cualquier sermón, no era raro que el pastor hiciera referencia a una docena de pasajes bíblicos distintos. Todos los asistentes traían sus Biblias, y rápidamente pasaban las páginas a los versículos. No podía mantener esa rapidez y estaba avergonzada al reconocer que aparte del Pentateuco, los cuatro evangelios y el Apocalipsis, ¡tenía poca comprensión de la estructura de la Biblia! Pronto memoricé el índice de la Biblia, simplemente para no parecer ignorante. Este logro me hizo sentir bien por un tiempo hasta un domingo por la mañana cuando una muchacha me preguntó si mi Biblia era nueva. No era nueva. Más tarde, me di cuenta de que probablemente ella pensaba que era nueva porque no tenía ni una página rizada ni un versículo subrayado, y ¡seguramente no la había quitado de su caja más de diez veces en diez años!

Después de unos meses, aprendí lo que «otros cristianos» creían, y estaba asombrada al darme cuenta de que había muchas más diferencias entre la cristiandad tradicional y el adventismo de lo que había pensado al principio. Me involucraba en debates teológicos, después de los cuales leía la Biblia por mí misma, en un intento de probar que estaban equivocados. Durante ese tiempo, estaba aprendiendo más sobre cómo estudiar la Biblia de lo que hubiera imaginado.

Cada día para el Señor

En un periodo de varios meses, llegué a entender y a creer en estas doctrinas nuevas, pero no podía averiguar por qué un grupo tan ferviente de cristianos no obedecía el cuarto mandamiento. ¿Cómo es posible que estuvieran equivocados sobre una doctrina tan importante? Poco a poco, empecé a notar que no eran «guardadores del domingo» sino que dedicaban cada día al Señor. No importaba cuándo visitaba el campus de la iglesia, siempre el estacionamiento estaba lleno de coches. Había grupos pequeños, oportunidades para ministrar, y estudios bíblicos durante toda la semana. Esa gente pasaba los sábados por la tarde haciendo evangelismo en las calles, visitando a personas confinadas en el hogar, visitando residencias de ancianos, estudiando la Biblia, y limpiando las casas misioneras de la iglesia. Los domingos eran días llenos de participación en la escuela dominical. Luego venía el servicio principal y el compañerismo durante el almuerzo, seguido por un regreso a la iglesia en la tarde para un sermón completamente nuevo. Estos cristianos se alimentaban ávidamente con el compañerismo cristiano y la palabra de Dios tan a menudo como fuera posible. Para decirlo mejor, no simplemente daban un día al Señor, daban sus vidas enteras. De repente, la idea de guardar el šabbat sólo un día por semana me parecía fastidiosamente inferior.

Aunque estaba haciendo nuevas amistades y aprendiendo mucho sobre la Biblia, era difícil saber que me estaba alejando cada vez más de mis raíces adventistas. Creía que no sería «especial» al menos que fuera adventista. Tomé la decisión de volver a estudiar cada doctrina adventista con la esperanza de preservar alguna parte de mi herencia cultural y religiosa. Quería entender muy bien lo que los adventistas creían y la base histórica de sus creencias. Puesto que había estado leyendo las epístolas del Nuevo Testamento, y había aprendido cómo estudiar los versículos bíblicos en contexto, me sorprendió ver y entender cuán erróneas eran las enseñanzas adventistas. Me daba cuenta de que muchos versículos bíblicos que la iglesia adventista usaba para apoyar sus doctrinas eran exactamente lo contrario al ser leído en contexto.

Después de unos meses, aprendí lo que «otros cristianos» creían, y estaba asombrada al darme cuenta de que había muchas más diferencias entre la cristiandad tradicional y el adventismo de lo que había pensado al principio.

Para mí, el golpe final al adventismo llegó cuando encontré un libro en la biblioteca de mis padres titulado Sabbath in Crisis, por Dale Ratzlaff (ahora Sabbath in Christ). El libro tenía una ilustración que parecía un blanco. El quinto mandamiento, «no mates» estaba escrito en el centro del blanco, representando los mandamientos escritos del Antiguo Pacto, y en el círculo exterior se escribió «amen a sus enemigos», representando el verdadero estándar de Dios, que abarca un espectro más amplio de conducta moral. Jesús esbozó este pacto nuevo y más exigente en el Sermón del Monte (Mt 5-7). De repente, me di cuenta de que el decálogo no era la ley moral de Dios definitiva, sino un código civil básico. Así lo escribe G.K. Chesterton en Orthodoxy: «Los Diez Mandamientos, que han sido sustancialmente comunes para la humanidad sólo eran mandamientos militares; un código de órdenes de regimiento, dictado para proteger un Arca específica que se transportó a través de un desierto específico».

En otras palabras, «¡No se maten!» es algo que una madre gritaría a sus hijos camorristas a punto de correr al jardín trasero para jugar, o en el caso de la Biblia, algo que Dios mandaría a un grupo de gente rebelde y porfiada que acababa de ser liberada de la esclavitud de Egipto.

Cuando era adventista, mucho de lo que aprendí era sobre lo que nos distinguía de los otros cristianos, o sea, la observancia del šabbat, la aniquilación, los seminarios Revelation, el estado de los muertos. Para los adventistas, estas doctrinas eclipsaban fácilmente el evangelio. Finalmente, aprendí que la salvación no era simplemente una cuestión de concordancia con las doctrinas «correctas», ¡sino de la fe en Jesús! Es verdad que los frutos de esta fe son las buenas obras, pero las obras sólo son un producto de nuestra fe. «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios,  no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2:8-9). Como adventista, había puesto en un pedestal los Diez Mandamientos, casi idolatrándolos. Ahora, puedo ver claramente cómo todas las leyes y los ritos del Antiguo Pacto presagiaron a Jesucristo (Colosenses 2). De verdad, nuestro reposo sabatario está en Él (Mt 11:28).

Desgraciada, arrepentida, ¡salva!

            Después de seis meses de asistencia a la iglesia Grace Community, y entender los errores del adventismo que mencioné anteriormente, sucedió una noche que al leer la Biblia (que hasta ese punto había sido nada más que un texto estático y antiguo de la que había derivado un sistema de creencias) fue como si de repente las palabras hubieran saltado de la página. «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). No puedo evitar pensar que en ese momento fui sellada por el Espíritu Santo. Llamé por teléfono a una amiga y lloré en la línea por más de una hora. Lloraba por el tiempo que había gastado, por mi desgracia. Me arrepentí por mi orgullo y terquedad. Creo que ése fue el momento exacto de mi salvación. Aunque me consideré cristiana toda mi vida, ese fue el momento cuando finalmente me rendí y sentí la libertad total en Cristo, y la gratitud por lo que Jesucristo cumplió en la cruz por mi bien. Fue humillada cuando entendí por primera vez mi verdadera naturaleza pecaminosa y mi impotencia; había desobedecido la ley de Dios y no podía salvarme a mí misma, aunque hiciera mi mejor esfuerzo. Afortunadamente, ahora puedo proclamar con Pablo en Romanos 7:24-25: «¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!»

Jesucristo murió en la cruz por mis pecados y es mi Señor y Salvador. Gálatas 6:14 dice: «En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo». Ahora puedo vivir como Abraham, con una fe completa en Dios, obedeciendo y dependiendo de Él. Todavía estoy creciendo y, por supuesto, cometiendo errores. Sin embargo, estoy aprendiendo más sobre Él cada día mediante la oración, el compañerismo cristiano y el estudio continuo. Vivo con la libertad de saber que en Cristo he sido completamente perdonada. Ahora, cuando canto «Sublime Gracia», casi no puedo terminar la canción sin llorar. Sé que estaba perdida, ¡pero ahora he sido encontrada!


Lisa (Gilbert) Winn se graduó de la universidad adventista, Pacific Union, en 2002 con una licenciatura en diseño gráfico. Cuando se graduó de la universidad, se mudó a North Hollywood, California, donde trabajaba como editora de video. Se bautizó en la iglesia Grace Community el 10 de febrero de 2007, y más tarde conoció a su esposo, Jonathan Winn en la iglesia Calvary Bible en Burbank. Ahora Lisa vive en Yucaipa, California, con su esposo y su nuevo bebé, Daniel. Ahora son miembros de la iglesia Trinity en Redlands.