Are You Being Formed by Lay?

Los Adventistas del Séptimo Día y los cristianos evangélicos tienen vocabularios distintos y a veces definiciones distintas para las mismas palabras. Estas diferencias causan confusión durante las conversaciones entre estos grupos, y contribuyen a las barreras que los ex adventistas afrontan cuando están en el proceso de transición a iglesias nuevas. Por ejemplo, la palabra «Ley» en muchos círculos evangélicos se refiere a todo el consejo de Dios, incluso cualquier mandamiento de Dios dado y reportado en todos los 66 libros de la Escritura. En general, la palabra «Ley» no significa los Diez Mandamientos específicamente, ni la Ley mosaica. Por consiguiente, cuando el Nuevo Testamento habla de no chismear, por ejemplo, este mandamiento es «Ley» desde la perspectiva de los cristianos evangélicos.

Vinculada a esta definición de «Ley» existe un concepto que muchos evangélicos llaman «el tercer uso de la Ley». Esta idea sugiere que la Ley, sea la Ley mosaica o la Ley de Jesucristo, tiene una función continua en la vida de los cristianos como guía o fuente de instrucción que guía al creyente a vivir una vida más piadosa y recta. Por lo tanto, según esta idea, el tercer uso de la Ley no es para la justificación, sino para la santificación de los cristianos.

Pero el libro de Gálatas argumenta en contra del uso de la Ley para la santificación de los fieles. Sin duda, los cristianos de diversos antecedentes se apresuran para afirmar que la Ley no salva, según lo que Pablo dice en Gálatas 2:16:

nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado.

A pesar de este acuerdo en cuanto a la Ley y la justificación, todavía surgen preguntas sobre el papel continuo de la Ley para los que han sido justificados.

La Ley en Gálatas

Es importante entender de qué «Ley» se está hablando en Gálatas. Es falso y común concluir que la «Ley» que se estaba imponiendo a los gálatas era la colección de leyes judías rabínicas (o talmúdicas) que se añadieron a la Ley dada en la Biblia. Pero el uso y el significado repetido de la palabra «Ley» en toda la carta a los Gálatas está en contra de esta idea. Gálatas 4:21-25 deja claro que la Ley de la que se está hablando es la Ley dada en Sinaí:

Díganme ustedes, los que quieren estar bajo la ley: ¿por qué no le prestan atención a lo que la ley misma dice? ¿Acaso no está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre? El de la esclava nació por decisión humana, pero el de la libre nació en cumplimiento de una promesa. Ese relato puede interpretarse en sentido figurado: estas mujeres representan dos pactos. Uno, que es Agar, procede del monte Sinaí y tiene hijos que nacen para ser esclavos. Agar representa el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la actual ciudad de Jerusalén, porque junto con sus hijos vive en esclavitud.

La Ley que vino del monte Sinaí es la Ley dada por Dios, incluso, y particularmente, los Diez Mandamientos. Es más, Deuteronomio 5 identifica estos Diez Mandamientos específicamente como el pacto dado a Israel (en Sinaí). En otras palabras, cuando Pablo dice que el pacto «procede del monte Sinaí», es una referencia directa a los Diez Mandamientos, las mismas palabras del pacto mosaico. Gálatas 3:17 dice que la Ley en cuestión vino 430 años después de la promesa dada a Abraham. Otra vez, esta es la Ley que Dios dio a Israel por medio de Moisés, incluso los Diez Mandamientos. Además, no tiene sentido decir que las leyes rabínicas (las leyes no dadas en la Biblia) fueran leyes que podrían conducir a una persona a Jesucristo (Gá 3:24) o dejarla prisionera del pecado (Gá 3:22). La base contextual es sumamente clara: la Ley bajo discusión en Gálatas es la Ley de Dios dada en Sinaí, la que incluye los Diez Mandamientos.

Cuando hemos sido vivificados en Jesús, la Ley dada en Sinaí ya no tiene autoridad sobre nosotros. Hemos sido introducidos al reino del Hijo Amado de Dios (Col 1:13), y la Ley de Jesucristo ya nos constriñe (Gá 6:2). Ahora, el Espíritu Santo, el Autor de la Escritura, aplica toda la Palabra de Dios, la Ley de Dios, a nuestras vidas, convenciendo al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio (Jn 16:8-9). De hecho, las instrucciones escritas y las reprimendas de los apóstoles muestran que la Palabra de Dios tiene un papel continuo en la enseñanza de los cristianos. Puesto que en esta vida hay una batalla continua entre nuestra carne y el Espíritu (Ro 7:14-25), somos propensos al engaño cuando tratamos de justificar nuestros deseos carnales, intentando convencernos que provienen de Dios. Pero la Palabra de Dios muestra nuestro pecado claramente.

El propósito de la Ley

Hemos establecido que la Ley en la carta a los Gálatas es una Ley dada por Dios. Esta Ley de Dios que se describe en Gálatas es perfecta (Salmo 19:7), buena y santificada (Ro 7:12). Pero la perfecta Ley nunca puede perfeccionar a nadie (Heb 7:18-19), porque la justicia nunca puede venir mediante una Ley. La justicia sólo viene por medio de una promesa para los que creen (Gá 3:21-22). De hecho, esta incapacidad de la Ley de justificar no sólo es verdad respecto a los Diez Mandamientos y otras leyes dadas en Sinaí, sino de cualquier Ley dada por Dios, aun la Ley de Jesucristo (Gá 6:2). Pablo dice que la justicia que recibimos no se deriva de la Ley, sino «mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Filipenses 3:9). También, en Romanos 3:21-22 dice: «Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas.  Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen».

Es decir, ninguna Ley, ni los Diez Mandamientos ni cualquier otro mandamiento bíblico, puede justificarnos. Sólo Dios puede justificar cuando la persona confía en el Señor Jesús, y esta justicia es Suya.

En fin, si buscamos instrucción en la Ley, sólo puede verificar que pecamos continuamente y que siempre necesitamos a un Salvador (Ro 3:19-26). Esta realidad es la misma conclusión expresada por Pablo en Gálatas 3, cuando dice que la Ley es nuestro maestro (una fuente de instrucción y supervisión) para guiarnos a Jesucristo. Cuando nos entregamos a Jesús, ya no vivimos bajo este «maestro». Gálatas 3:25: «Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sujetos al guía».

La santificación y la Ley

Puede que usted diga: «Muy bien, veo que la Ley no juega un papel en nuestra justificación. Pero, ¿qué de la santificación?». Gálatas 3:1-3 habla directamente de esta cuestión:

¡Gálatas torpes! ¿Quién los ha hechizado a ustedes, ante quienes Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente? Sólo quiero que me respondan a esto: ¿Recibieron el Espíritu por las obras que demanda la ley, o por la fe con que aceptaron el mensaje? ¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?

En la carta a los Gálatas, el Espíritu y la fe son contrastados con la carne y la Ley. De hecho, la palabra «perfeccionarse» sería un buen sinónimo para el concepto de la santificación. Así que Pablo pregunta a los gálatas, y por extensión, a cada uno de nosotros, si son torpes porque: «Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?». Ciertamente, la respuesta indicada es «No». Nuestra vida con Dios, del principio a fin, se lleva a cabo por medio de las acciones del Espíritu Santo, y no por las nuestras.

Un profesor de un seminario evangélico describe el papel de Dios en nuestra santificación de esta manera: «La santificación significa que el Espíritu impregna todo lo que el cristiano piensa, dice y hace. La santidad personal del cristiano es tanto una actividad monergística [Véase la barra lateral] del Espíritu Santo como lo es la justificación y la conversión. El Espíritu, el único que crea la fe, está activo tanto antes como después de la conversión.

No obstante, Gálatas 3:1-3 no es el único lugar en este capítulo donde Pablo comenta sobre esto. Anteriormente, vimos que la justicia no puede venir por medio de ninguna Ley: «…se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley» (v. 21). Este hecho —de que ninguna ley puede contribuir a nuestra justicia— se aplica tanto a la santificación como a la justificación. La Ley, no sólo la ley mosaica, sino también cada mandamiento de Dios, es muy buena para cumplir con el papel de mostrarnos nuestro pecado, pero nunca fue creada para aumentar la justicia personal. Nuestros intentos de observar la Ley no nos santifican. Por el contrario, nuestros intentos de enfocarnos en la Ley despiertan nuestras pasiones pecaminosas (Ro 7:5), y finalmente, aumentan nuestro pecado (Ro 7:7-11).

…ninguna Ley, ni los Diez Mandamientos ni cualquier otro mandamiento bíblico, puede justificarnos.

La obra del Espíritu

Pablo continúa haciendo un contraste detallado entre la vida en el Espíritu y la instrucción de la Ley. Gálatas 5:13-23 dice:

Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor. En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» Pero si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros. Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si los guía el Espíritu, no están bajo la ley. Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.

Este trozo corto contiene mucho, especialmente cuando entendemos el contexto. Viene inmediatamente después de una conversación sobre el tema de no quedarse sujeto a la Ley de Dios dada en Sinaí. Al proclamar la libertad que el cristiano tiene respecto de la Ley de Dios, Pablo no da ninguna cabida a los que interpretan esta realidad como un pretexto para «salir de la cárcel» y dejar que el pecado reine en sus vidas. Sin embargo, la muerte de Jesucristo provee el perdón total y la libertad de la Ley. ¿Cómo es posible comprender esta aparente paradoja?

Cuando nacemos de nuevo, suceden dos cosas. Primero, morimos a la vieja naturaleza; y segundo, nos unimos a Cristo en Su resurrección por medio del nuevo nacimiento (Ro 5:10; 6:4-5). Nos convertimos en hijos de Dios, y Su Espíritu habita en nosotros (Ro 8:16-17; Ef 1:13-14). El resultado de Su Espíritu habitando en nosotros es que Él produce fruto. Es más, contra este fruto no hay Leyes: ni la Ley de Sinaí, ni los mandamientos de Jesucristo. Es importante notar que Pablo está contrastando este fruto del Espíritu con las hazañas de nuestra naturaleza carnal. Si hubiera alguna confusión respecto a nuestro comportamiento, preguntándonos si es el Espíritu de Dios o nuestra carne que está guiando nuestras acciones, las descripciones en estos versículos dejan muy en claro qué acciones vienen del Espíritu y qué acciones vienen de la carne.

Esta descripción corta de Pablo en Gálatas es muy parecida a la descripción más larga de la carne, la Ley y el Espíritu en Romanos 7 y 8.

Notablemente, este trozo también ayuda a explicar cómo podemos ser libres de la Ley mediante la gracia, y al mismo tiempo confirmar la Ley (Ro 3:31). Primero, si consultamos la Ley como guía para la conducta recta, siempre fracasaremos, porque el propósito de la Ley es manifestar nuestro pecado y nuestras faltas (Ro 3:19-20). Por consiguiente, si hacemos las obras de la Ley para ser justificados o para adelantar nuestra santificación, nos veremos obligados a hacer una de dos cosas; o tendremos que reconocer nuestro fracaso completo, porque la Ley siempre nos convence del pecado y nunca ayuda a santificar; o vamos a racionalizar todas las exigencias de la Ley e interpretarla de otra forma, convirtiéndola en algo que podemos obedecer. Si, por lo contrario, permitimos que toda la Escritura nos informe de nuestros pecados mientras el Espíritu Santo nos enseña, podemos establecer la Ley como la Palabra de Dios para nosotros.

Pero esta Ley no permite la reinterpretación ni la reducción de sus exigencias para que nos engañemos al pensar que podemos obedecerla. Cuando alguien reduce las demandas de la Ley, socavaba tanto la Ley misma como la santidad de Dios, quien estableció los mandatos de la Ley y los castigos. Es más, ¡reducir la Ley minimiza el valor de la muerte de Jesucristo! Cuando uno ha sido verdaderamente liberado de las exigencias de la Ley por medio de un perdón pleno y completo, ya no teme la Ley porque ya no está bajo su autoridad. Puede ver sus propias faltas reflejados en la Ley, y no necesita suavizar sus demandas porque sabe que todas las exigencias de la Ley han sido cumplidas en la vida, la muerte, y la resurrección de Jesús, y libremente acreditadas a él.

En otras palabras, no tengo miedo de decir que soy pecador cuando sé con seguridad que Dios ya ha perdonado todos mis pecados; estoy libre de la Ley.

La Ley no nos da el deseo de hacer aquello que es bueno y bondadoso; sólo puede mostrarnos cuando no lo estamos haciendo. Él Espíritu que habita en nosotros aplica la Palabra escrita a nuestras vidas, manifiesta la voluntad de Dios para nosotros, y produce en nosotros el deseo de hacer Su voluntad; por último, hace la buena obra por medio de nosotros (Fil 2:13).

Resumen

Para concluir, podemos resumir cómo somos santificados:

  • Estamos bajo la Ley de Jesucristo, no la Ley mosaica ni los Diez Mandamientos.
  • No somos justificados por medio de la obediencia de alguna Ley, sea la Ley de Jesucristo o lo Ley mosaica.
  • No somos santificados por medio de la obediencia de alguna Ley, sea la Ley de Jesucristo o lo Ley mosaica.
  • La naturaleza de la Ley es que sólo puede señalar el pecado, no puede cambiar al pecador.
  • La Ley de Jesucristo en la Palabra de Dios escrita todavía está activa al señalar el pecado de los cristianos.
  • Somos santificados mediante la obra del Espíritu en nosotros, no por medio de nuestras obras; tampoco alcanzamos la santificación al sacar provecho del poder del Espíritu.

Nuestra justicia viene de la obra de Dios, no de la nuestra. Resulta de la fe de principio a fin, según dice Romanos 1:17a: «De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin».