Shumake Family
La familia Shumake (desde la izquierda a la derecha): Tommy, Tim, Judy, Tom, Melissa, y la escritora de esta historia de fe, Aarika.

 

Tengo 17 años y soy la menor de cuatro hermanos. Desde mi nacimiento, iba a una iglesia adventista, y por muchos años no cuestionaba nada de lo que me habían enseñado. Siempre me sentía privilegiado de ser parte de «la única religión auténtica», y tenía lástima por cualquier persona conocida que no era adventista.

Iba a la iglesia, a Pathfinders, y de vez en cuando era líder de oración para la congregación. Los adultos siempre venían a hablarme cuando ministraba públicamente para decirme que era «una inspiración».

—Sería bueno si todos los jóvenes fueran tan dedicados a la Iglesia Adventista del Séptimo Día como tú— me dijeron.

A la edad de nueve años, di un paso que pensaba que era necesario: me bauticé en la iglesia adventista. Fue muy emocionante. Mi abuelo, un pastor adventista jubilado que tenía casi 80 años, ejecutó mi bautismo. Pero cuando subí del agua no sentí nada; la única cosa que había cambiado era que estaba empapada, y mis líderes de jóvenes y mi familia estaban más que nunca orgullosos de mí.

Quería servir a Dios, pero algo nunca parecía estar bien. Además, desde mi niñez, había tenido una pesadilla recurrente. En la pesadilla, algo estaba siendo calculado y se trataba de un asunto (que nunca pude definir) que estaba creciendo y creciendo. En mis pesadillas, esa cosa me aplastaba hasta cortarme la respiración y me despertaba jadeando por aire y entrando en pánico. Nunca sabía el significado de esa pesadilla terrible.

Para cuando tenía doce años, una sensación de tristeza y vergüenza me invadía al entrar al santuario para asistir a los servicios. Me sentaba con mis amigos, riéndonos ante los intentos del pastor de hacernos participar, como el día en que se ubicó al frente del santuario disfrazado como Superman, y nos urgió a diezmar y ser más generosos con las ofrendas para ser más bendecidos.

Un šabbat, él anunció que un evangelista iba a venir a nuestra iglesia para una serie de reuniones. Mi corazón latió rápidamente. ¡Iba a ir a las reuniones porque quería, finalmente, aprender lo que faltaba para estar contenta!

El primer día de las reuniones, agarré mi cuaderno, mi carpeta y mis lápices y me senté en la iglesia mucho antes de que comenzara la reunión. ¡Iría a todas las reuniones y aprendería cómo agradar a Dios! El evangelista empezó a hablar, pero cuanto más hablaba, más lejos me sentía de Dios. Los temas de su serie eran Daniel y el Apocalipsis, pero no me gustó oírle decir que algún día mis amigos no adventistas me perseguirían porque observo el šabbat. Sus sermones me parecían críticos; en vez de enseñarme cómo agradar a Dios, para mí las pláticas eran tediosas y aburridas.

Después de las primeras tres noches, me di por vencida. ¡Sería mejor sentarme en casa leyendo mi Clear Word Bible y orando a solas en vez de sentirme tan culpable y aburrida! Empecé a ayudar con la preparación de los refrigerios, y me escabullía con mis amigos para conversar en el aparcamiento y evadir la predicación evangélica de la noche. Sin embargo, no podía escaparlo por completo; mientras predicaba sus sermones durante los šabbat de su serie, me sentía vacía e indigna.

El choque

Un domingo, el 14 de marzo de 2009 para ser exacta, mi madre me sorprendió con una declaración que nunca hubiera imaginado que oiría de su boca:

—¡Vamos a la iglesia comunitaria camino abajo!

—¡Ay, no, no, no! — la rogué—. ¡No quiero sentarme en otro banco mientras otro pastor nos dice que no hemos hecho todo lo suficiente! ¡No puedo aguantar más himnos; lo hicimos ayer! ¡Por favor, ahora no!

Había hecho mi parte durante la semana, y no estaba contenta con este giro inesperado de los acontecimientos. Sin embargo, la idea de mi mamá prevaleció. Con mucho cuidado, empaqué mi bolso con mi aparato MP3, mis libros, y un cuaderno. ¡No iba a estar aburrida ese día!

Llegamos a Green Valley Community Church (GVCC), y la primera persona que me saludó fue un hombre amigable hispano, mayor de edad, de baja estatura con sólo un brazo.

—¡Bienvenida hermanita!

Sonrió calurosamente y me dio un boletín.

Entramos en el auditorio, y estaba sorprendida al encontrar sillas de color anaranjado brillante que llenaban el salón. Pensé: «Pues, por lo menos no tendré que sentarme en un banco». Nos sentamos, con los ojos como platos, abrumados por la sorpresa de ver a toda la gente alrededor de nosotros sonriendo, riéndose y comportándose de manera —pues— ¡alegre!

La banda de alabanza empezó a tocar, y aunque no recuerdo todas las canciones que cantaron, fue perfecto. ¡Había baterías! ¡Y guitarras! Tocaron por media hora, y la música fue mucho mejor de lo que jamás había oído en nuestra otra iglesia.

Cuando el pastor se levantó, a mi sorpresa estaba vestido en vaqueros, una camisa a cuadros de manga corta, y zapatos deportivos Converse. Nos dio una bienvenida calurosa y pidió que la congregación diera un gran aplauso para los huéspedes que estaban en la iglesia por primera vez. Toda la congregación estaba aplaudiendo —todos los 600 asistentes— ¡para nosotros! El título del sermón ese día era «Una nueva clase de reposo». No sabía entonces, pero más tarde me di cuenta de que fue eso mismo lo que necesitaba oír.

—Jamás has mirado a los ojos de alguien por quien Jesús no haya muerto y a quien Él no quiera salvar—dijo el pastor.

Estas y otras palabras que hablaba me tenían interesada, y para mi sorpresa, me mantenía tan interesada que no busqué nada en mi bolso de actividades; las palabras tocaron mi corazón de manera que hubiera pensado imposible. Cuando finalmente salí de ese servicio de una hora y media (lo que parecía mucho más corto en comparación con los servicios de una hora y cuarenta minutos en la iglesia adventista), me sentía tan refrescada como si alguien hubiera derramado agua fresca sobre mí después de un largo camino en el desierto. Jugaba con la idea rebelde de separarme de la iglesia adventista, pero lo descarté como una idea «ridícula».

El próximo šabbat, fuimos a la iglesia adventista por la mañana, pero en la noche fuimos al servicio de sábado de GVCC. Pensé: «Puedo estar contenta con esto: esforzándome a ser salva en la mañana y viviendo con alegría en la noche». Me sentía feliz, ¡casi no podía esperar hasta el sábado!

Seguimos el mismo plan por seis meses por el bien de mis abuelos que todavía eran adventistas, y para darnos la oportunidad de cumplir con nuestros compromisos en la iglesia. Mientras pasaban las semanas, orábamos poder terminar con esas obligaciones para poder ir a GVCC. Durante ese tiempo, el líder de alabanza de GVCC regresó de su luna de miel, y para mí fue un trato hecho y sellado. Nunca en mi vida había oído una voz como la suya, con tanta alegría y amor por Jesús.

Cuando cumplimos los seis meses, concluimos: «¡basta ya!», y empezamos a ir a GVCC los domingos; nos gustaba volver a asistir a la iglesia las mañanas, rebosando de esa bendición durante todo el día y toda la semana.

Pero había una cosa que todavía me tenía vinculada a la iglesia adventista —Pathfinders. Tenía que dar una charla más, una que no quería presentar. Iba a hablar sobre cómo debíamos asegurarnos que la comida que consumíamos agradaría a Dios en vez de alejarnos de Él.

—¡Pero tomo leche; estoy en dificultades! —bromeé mientras decidía cambiar el tema de la charla. En vez de hablar sobre la alimentación, hablé de mi entusiasmo para ir al cielo. En preparación para mi charla, ¡escribí que no importaba lo que habíamos hecho porque Jesús nos amaba y quería llevarnos consigo!

Los líderes de Pathfinders confiaban en mí; nadie leyó mi sermón antes del momento de ponerme de pie para hablar. Tomando mi lugar en el podio, mantuve mi cabeza en alto y miraba mientras la gente se retorcía nerviosamente en los bancos al oír mis palabras nuevas. Sonreí y mi última obra en esa iglesia quedó realizada.

… me sentía tan refrescada como si alguien hubiera derramado agua fresca sobre mí después de un largo camino en el desierto. Jugaba con la idea rebelde de separarme de la iglesia adventista, pero lo descarté como una idea «ridícula».

La separación

Poco a poco, mis pesadillas venían con menos frecuencia, pero tendían a recurrir cuando me permitía pensar en lo que habíamos dejado. Nadie preguntó adónde habíamos ido cuando dejamos de ir a la iglesia adventista, ni los líderes orgullosos de la escuela sabataria, ni los pastores amables, ni siquiera mis amigos. Nadie. Los rumores decían que éramos apóstatas.

Con el tiempo aprendí que aunque no era perfecta, mis pecados no impedían mi salvación y mi posición como hija de Dios. Una vez para siempre, ¡Jesús ha expiado mis pecados pasados, presentes y futuros! Lloré con alegría cuando aprendí esta verdad, y lloré aún más cuando comprendí cuánto Dios me amaba. Poco a poco, empezaba a sonreír más y tenía menos temores. Empecé a asistir a la clase de la escuela dominical para los alumnos de la secundaria básica, y también a los servicios de entre-semana los miércoles.

Ese enero, mis padres, mi hermano y yo enviamos nuestra carta solicitando que la iglesia adventista quitara nuestros nombres de la lista de membresía. El pastor se reunió con nosotros y nos dijo que quería que fuera «un buen divorcio». Estaba perturbada cuando supe que tenían que votar para separarnos de la iglesia; ¿realmente era necesario tener su permiso para partir? ¿Y qué si dijeron «No»?

A pesar de mis temores, aprobaron por votación nuestra separación sin más discusión y finalmente estábamos libres.

Bautizado en Jesucristo

El 29 de agosto del 2010 fue la fecha escogida por GVCC para el bautismo en el río. Todos los miembros de la familia se pusieron de acuerdo, y con mucho entusiasmo escribimos nuestros nombres en la lista para ser bautizados.

La noche antes del bautismo tuve fiebre, y mi pesadilla volvió con fuerza, más larga y peor que nunca. Al mismo tiempo, mis padres y mi hermano estaban sufriendo unas batallas muy parecidas. No era fácil superar el desaliento, las pesadillas y las dudas, pero oraba a Jesús y pedí que Él me ayudara a seguir adelante con el plan de bautizarme al día siguiente. Quería ser bautizada en Su nombre, no en el nombre o la membresía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Me desperté la mañana del bautismo sintiéndome aliviada y completamente lista.

Cuando los dos pastores sumergieron a los cuatro de nosotros en el agua congelada del río, mi corazón cambió de inmediato. Me gusta decir que «en vez de ser unas personas ahogándonos en la religión, nos convertimos en personas sumergidas en el amor». Mis pecados ya fueron clavados a la cruz, y mi vida anterior quedó en el fondo del río al igual que mis problemas, y según lo que iba a descubrir más tarde, mis pesadillas.

Desde ese día mi vida ha cambiado. Estoy feliz, más satisfecha, y mucho más agradecida. Hace mucho tiempo que he dejado de preocuparme sobre mi salvación o la cantidad de pecados que había cometido. Voy al grupo para alumnos de secundaria de la iglesia antes de los servicios dominicales, ¡y jamás en mi vida he sentido tan feliz!

El hombre que me llamó «hermanita» ese primer día se llama Chuck. Lo veo en la iglesia de vez en cuando y siempre le doy un gran abrazo. Si no me hubiera dado la bienvenida, no sé si hubiera estado tan cómoda. Ahora tenemos una vida nueva. Mi hermana ha empezado a ir con nosotros, y aunque mis abuelos están desesperados porque piensan que «ya no somos salvos», no nos duele tanto como en el pasado.

Hace unos meses, estaba orando para comprender el significado de la pesadilla recurrente de antes. Me di cuenta de que la pesadilla representaba mi cosmovisión adventista que decía que mis pecados se acumularían cada vez más hasta que su peso me aplastaría. Jesús también me ayudó a entender que cuando me bauticé en Su nombre, había demostrado públicamente que estaba dejando atrás todos mis pecados —pasados, presentes y futuros; había declarado que ya era Suya.

No he tenido esa pesadilla en los tres años y media desde el día cuando bajamos al río.

Ahora, cada mañana cuando me despierto, las palabras de mi canción favorita atraviesan mi cabeza: «Por medio de Ti, no tengo miedo, por medio de Ti, el precio es pagado; por medio de Ti, hay victoria; por medio de Ti, mi corazón grita, “¡Estoy libre!”».

¡Y ahora sé que estoy verdaderamente libre!


Aairka

Aarika Shewmake, de 17 años, recibió su educación en su hogar, graduándose este año, y en enero empieza sus estudios en el Art Institute for Baking and Pastry Arts de Sacramento, California. Le gustan las películas clásicas y la música. Sus padres son Tom y Judy Shewmake, y Aarika es la menor de cuatro hermanos: Melissa, Thomas y Timothy. Aarika y sus padres todavía van a Green Valley Community Church en Placerville, California. Se puede leer la historia de sus padres en: http://formeradventist.com/stories/shewmake.html. Foto: © de KARLY V PHOTOGRAPHY, usada con permiso.