CuffMiller

Dondra y Winona son cuñadas que han escrito juntas sus historias de fe porque sus caminos fuera del adventismo, hacia una confianza en Jesucristo el Señor, fueron viajes que emprendieron juntas con sus familias.

La historia de Dondra

Era adventista de tercera generación. Nos mudamos con frecuencia por varios estados del oeste debido al trabajo de mi padre, e iba a varias escuelas primarias adventistas, muchas de las cuales estaban cerca de San Francisco. La mayor parte de mis memorias de esas escuelas son positivas.

Sin embargo, nuestras mudanzas no me permitían disfrutar de mi experiencia en la escuela secundaria. En 1949, me alisté en la academia San Pasqual, una academia recién establecida, para mi primer año de secundaria, pero nos mudamos otra vez, a Albuquerque, Nuevo Mexico, justo a tiempo para mi segundo año en la academia Sandoval. Ese año, aprendí cómo es ser parte de la minoría; era una de sólo seis alumnos no hispanos. Nos trasladamos a California para el comienzo de mi penúltimo año en la academia San Diego, y luego nos trasladamos al pequeño pueblo desértico de Twenty Nine Palms, California. Durante mi último año de la secundaria, fui a una escuela pública, mi primera aventura fuera de la capa protectora del sistema educacional adventista.

Ese año, comencé a cuestionar mi fe muy estricta; no era compatible con las cosas nuevas e interesantes que quería hacer durante el año escolar. Hablé con mi mamá sobre mi dilema y me contestó: «Ya tienes suficiente edad para tomar tus propias decisiones; es una elección de fe que sólo tú puedes hacer».

No tardé mucho en decidir lo que quería elegir; desde las profundidades de mi ser creía que las enseñanzas de E.G. White no eran relevantes para mi tiempo.

Dejé de ir a la iglesia, y por varios años seguía así. Me sentía culpable, por supuesto. No me veía exactamente como adventista, pero tampoco era no adventista; era una cuasi adventista y lo único que conocía era la cosmovisión que el adventismo me había enseñado.

Vivía en Twenty Nine Palms cuando conocí y me casé con mi primer esposo, y muy pronto tuvimos dos niñas. Pensábamos que era importante criar a nuestras hijas con valores religiosos, así que empezamos a llevarlas a la iglesia, pero no estaba muy entusiasmada con la idea de regresar a la iglesia adventista.

Pero después de solamente siete años de matrimonio, mi esposo murió en un accidente en un avión privado. Perdí para siempre la vida feliz que habíamos planeado. Quedé devastada, pero también estaba agradecida por los amigos y familiares que me ayudaron durante los siguientes meses difíciles.

Pensaba que debía regresar a un ambiente adventista, o sea, volver a mis raíces, así que vendí todo y me mudé a La Sierra, California. Viví sola por más de un año, y luego me casé de nuevo. Vivimos en la vecindad de La Sierra por muchos años antes de mudarnos a Auburn, California, ¡una mudanza que nos trajo un cambio que no habría previsto!

Mientras mi esposo y yo estábamos haciendo los preparativos para ir a Auburn, California, mi cuñada, Winona, estaba ayudándome a empacar. Antes de despedirse de mí, dijo: «Sé que crees en las doctrinas adventistas, ¿pero me pregunto si tienes la seguridad de tu salvación? Cuando te hayas establecido, ¿me harías un favor? Lee 1 Juan y Romanos 3, y dime lo que piensas».

Después de establecernos en Auburn, empecé a leer el Nuevo Testamento. Inevitablemente, hice una comparación entre las cosas que siempre me enseñaban y lo que leía en la Biblia. Lento pero seguro, la lectura me abrió al milagro de la libertad en Jesucristo. Me sentía muy firme con lo que estaba aprendiendo, y un día, tuve un gran momento de claridad. Comparé el juicio investigativo con la Biblia, y entendí que las enseñanzas adventistas sobre este tema no eran nada compatibles con las Sagradas Escrituras.

Sabía que el tiempo había llegado para actuar conforme con mis creencias. Quería buscar una iglesia sin denominación con enseñanza bíblica firme. Después de todo, la verdad no es una organización. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», y quería encontrar una iglesia que enseñara a Jesús directamente de Su palabra.

Había aprendido a estudiar las Sagradas Escrituras, y escuchar a Dios con su lengua de amor y libertad. La realidad del evangelio había sido como un regalo bellamente envuelto colocado en la mesa, pero nunca antes tuve la curiosidad de abrirlo.  Finalmente, un día, desaté el lazo y miré adentro, y para mi sorpresa, encontré la libertad y la vida que siempre necesitaba. A lo largo de los años, ese regalo ha llegado a ser muy especial para mí.

Más tarde, compartí mi descubrimiento del evangelio y mis reacciones al adventismo con mi madre, y ella respondió: «Si estás dejando la iglesia adventista, yo haré lo mismo porque me siento muy desalentada con mi vida espiritual».

Pero no toda mi familia fue tan complaciente con nuestra decisión de separarnos de «la iglesia». De hecho, las reacciones variaban entre la decepción y la hostilidad abierta.

De modo que mi viaje fuera del adventismo hacia la libertad en Jesucristo ha sido un viaje de mi familia, mis hijas y las hijas de mi esposo también comparten aquí sus reacciones a nuestra salida del adventismo. Aunque han «aterrizado» en lugares distintos, todos han descubierto que el adventismo les robó la verdad y la realidad.

Las historias de las hijas

Debi dice: «Durante mi educación en las iglesias adventistas, pensaba que ponían demasiado importancia en lo negativo. Cuando estaba en la academia Monterey Bay, me parecía que tenían muchas reglas que obedecer, pero mostraban poco del amor de Dios. Sentía que no podía estar a la altura de esa vida. Lo intenté, pero no me servía, así que lo dejé atrás».

«Yo también fui educada en las iglesias adventistas», dice Jennifer. «Obedecía las reglas de la iglesia, pero me gustaban la escuela, mis amigos y las actividades escolares. No prestaba mucha atención a la teología y, por lo tanto, no cuestionaba mi vida. No guardo rencor contra la iglesia en la que creía anteriormente. Cuando partí del adventismo como adulta y conocí la gracia de Dios y Su amor, la libertad que sentía me pasmaba. Hay mucho más allá del adventismo. ¡Qué cambio en mi vida»!

Lori reflexiona: «Sé que hasta el día de hoy acarreo muchas creencias del adventismo. Como muchacha, amaba al pastor de la iglesia de La Sierra; iba a la escuela cercana y, más tarde, a la academia. Cuando partí de la iglesia no fue una decisión deliberada; simplemente estaba cansada de las reglas. Sí, recuerdo la abrumadora presión de mis compañeros cuando era adolescente. Más tarde, me enteré de que E.G. White estaba equivocada en algunas de sus enseñanzas. Eso fue increíble porque las iglesias no mienten, ¿no? ¿Creo todavía en Dios después de separarme del adventismo? Sí, definitivamente».

Finalmente, Nicole habla: «Después de pasar por el sistema educacional adventista, me di cuenta de que la iglesia nunca permitía una comprensión de la gracia, la misericordia y todo lo que la cruz de Jesús había conseguido para mí. Esta falta es muy triste porque desperdicié años, muchos años, sin saber lo que ahora entiendo. En mi primer año de la universidad, conocí al hombre con quien me casaría. Un día, durante una conversación con él, me preguntó si era cristiana y, para ser honesta, no sabía qué decir. Mi título era “ex adventista”. Él me invitó a ir a su iglesia, y eso cambió mi vida. Por primera vez en mi vida, empecé a comprender que Dios no era un Dios que se interesaba en escribir mis pecados en un libro, sino que era un Dios de amor».

Cuando reflexiono en cómo Jesús me ha llevado a conocerlo, no trato de comprender todas las cosas negativas que me pasaron. Si no hubiera podido encontrar felicidad y bendiciones en mi vida y tener la seguridad de que hay una vida después de esta, realmente no podría seguir adelante.

Doy gracias a Dios por Winona y cómo la usó para dirigirme al mensaje de seguridad de Dios. ¡Él nos ha dado vida!

La historia de Winona

Mi familia era adventista; no me veía como cristiana sino como «adventista». De hecho, tenía dificultad definiendo exactamente qué era la cristiandad. No oí el verdadero evangelio de la Biblia hasta la edad de 37 años. Los adventistas me enseñaron a guardar los Diez Mandamientos, especialmente el cuarto, como prerrequisito para la salvación.

Las restricciones sobre el šabbat eran interminables. Los viernes, pasamos mucho tiempo haciendo los preparativos para el šabbat; de hecho, los días de preparación eran tan intensos que me hacían olvidar el objeto de mi adoración. Luego vino el šabbat, un día opresivo. Había muy poco que podíamos hacer durante las horas del šabbat, salvo unos paseos obligatorios en la naturaleza donde debíamos pensar en la creación de Dios.

Al reflexionar en mis años adventistas, veo que recibí muchos mensajes contradictorios. Ahora sé por qué me confundía y sentía tan desesperada en mi fe. ¿Cuál es el nivel requerido de cumplimiento de los mandamientos? ¿Cómo se puede saber que uno ha obedecido lo suficiente para cumplir con los requisitos? Cuando se trataba de una decisión entre el bien y el mal, la señora White siempre tenía la última palabra. Para alguien que no fue criado y educado en «la iglesia», la realidad del adventismo sería terriblemente complicada. Es muy difícil entender lo que nosotros aguantamos, tratando desesperadamente de cumplir con las reglas de nuestra fe, pero finalmente entendiendo que nos engañaron.

Cuando recuerdo cómo estábamos involucradas en las reglas y doctrinas aparentemente interminables que debíamos aplicar a nuestras vidas, entiendo por qué estábamos frustrados. Teníamos las reglas implantadas en nuestras mentes; nos enseñaban los requisitos adventistas en nuestras casas, escuelas e iglesias. Teníamos que aceptar nuestras creencias sin cuestionamiento.

Estaba viviendo en La Sierra, California, y estudiando en la Universidad La Sierra. Allí conocí a mi esposo; me casé con él y tuvimos dos hijos. Todavía estaba en «la iglesia», llevaba a mis hijos a la escuela sabataria, y trataba de vivir la vida adventista.

Mi esposo y yo teníamos seis años de casados cuando las cosas empezaron a deteriorarse. Éramos jóvenes y no entendíamos que con un esfuerzo hubiéramos podido mantener nuestro matrimonio intacto por el bien de nuestros hijos. En ese tiempo, ninguno de los dos pensaba en tener un matrimonio centrado en Dios; el adventismo no nos enseñaba cómo hacerlo.

Buscando y sola

Luego de nuestro divorcio, toqué fondo. Sabía que no iba a ir al cielo, lo que me aterrorizaba, y nunca sería lo suficientemente obediente para la vida adventista. Ya había quebrantado casi todas las reglas y pensé: «Prefiero disfrutar los placeres del pecado por un tiempo». Por unos años viví de modo salvaje. ¡Sólo voy a decir que yo sobrepasaba los pecados sencillos, como el tomar café o usar maquillaje y joyería!

Unos años más tarde, cuando estaba trabajando en la Junta de Agentes Inmobiliarios, conocí a un hombre influyente que estaba asociado con la junta y nos hicimos amigos. Al final, nos casamos y tuvimos dos hijas con menos de un año de diferencia.

De repente, mi vida cambió de un día al otro. Nuestra familia estaba en nuestra casa en las montañas de Twin Peaks, California, cuando mi esposo sufrió un infarto masivo y murió al instante. Estaba pasmada, devastada y terriblemente asustada. Mis hijos estaban terminando su educación secundaria y mis bebés tenían uno y dos años. Ese día horrible, sabía que iba a criarlos sola.

Mis hijos se alistaron en las fuerzas armadas mientras yo intentaba manejar mi vida nueva. Quería realmente criar a mis hijas de una manera distinta respecto a cómo lo había hecho antes con mis hijos. Pensaba que era importante encontrar una iglesia aceptable para mi nueva y tierna familia, pero ¿por dónde iba a comenzar?

Tenía una amiga que estaba en unas circunstancias muy parecidas a las mías que era católica, y aparentemente estaba contenta en su fe. Me gustaba la idea de no tener tantas reglas como los adventistas, pero tenía demasiados sentimientos residuales sobre los católicos de mis años en el adventismo para considerar esa religión con seriedad. Hablé con algunos familiares que eran Científicos Cristianos. Compartieron algunas de sus creencias conmigo. Por ejemplo, creen que el pecado, la enfermedad y la muerte sólo existen si uno les da un lugar en sus pensamientos. Pero yo no era la persona idónea para escuchar eso; sabía que mi esposo acababa de morir. Purgando la mente de su muerte no podría llenar mi corazón solitario ni crear una realidad nueva.

Mi búsqueda continuaba. Una de mis amigas cercanas era mormona; pensaba que tal vez valía la pena estudiar con misionarios mormones. Estaba considerando esa religión, pero muy pronto llegué a tener dudas sobre sus enseñanzas.

Finalmente, completé el círculo. Los adventistas estaban dando reuniones evangelistas y sabía que mi madre quería que yo fuera a las reuniones y, por supuesto, regresar a su iglesia. Sin tener otro plan, fui a la reunión. Es de notar que, esa noche que fui, el tema del sermón era el juicio investigativo, una doctrina no bíblica con muchos requisitos. El juicio sería un tiempo cuando el destino de un individuo está fijado y eternamente inmutable. Estaba tan desalentada con ese tema que lloraba rumbo a la casa. Esa noche sabía con seguridad que había llegado al final del adventismo en mi vida.

La seguridad de la salvación

Para ese tiempo, mi hijo Larry había conocido a la muchacha con quien se casaría, y estaba yendo a la iglesia con ella. Me habló de esa iglesia, una iglesia dominical, diciendo que enseñaba la seguridad de la salvación. ¿La seguridad de la salvación? ¡Qué presuntuoso! ¡Ciertamente ninguna de las iglesias que había estado investigando había mencionado tal cosa extraordinaria! Sin embargo, fui a esta iglesia nueva. Un día, encontré ese versículo en la Biblia:

«Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna» (1 Juan 5:11-13).

Este es mi pasaje de salvación, y me mantengo absolutamente firme con esta realidad. En marzo, 1969, acepté por completo el evangelio que había aprendido en la nueva iglesia, y finalmente comprendí que realmente era una hija de Dios.

Ahora, reflexiono en el pasado y recuerdo cuando leí 1 Juan 5:11-13 a Dondra. Cuando finalmente la verdad de ese pasaje la impactó, estaba muy contenta porque ella también comprendió la verdad de la gracia de Dios. Ahora, más de cuarenta años después, mi conocimiento de que era y soy salva todavía es casi nuevo. Parece sorprendente que todavía hay mucha gente en las denominaciones que sólo aprende unas partes de la Biblia, o aprende teologías basadas en «profetas», luego construyendo una religión sobre su profeta. Son personas buenas y sinceras, pero no entienden lo que Jesucristo hizo por nosotros. Las Sagradas Escrituras están llenas de pasajes que comprueban Su obra a favor nuestro. Estos versículos siempre han existido en la Biblia, y por la mitad de mi vida, era una de las muchas personas que los había ignorado. Alabo a Dios porque se me reveló Su Palabra.


Dondra Christman Cuff y su esposo Ernest viven en Auburn, California, y ambos están jubilados. Ella va a Gold Country Church en Auburn. Sus hijas son Debi Smith de Oceanside, California; Jennifer Smelser de Medford, Oregón; Lori Philips de Springfield, Missouri; y Nicole Baker de Mt. Shasta, California. Winona Cuff Miller vive en una comunidad en las montañas de San Bernardino, llamada Twin Peaks, y asiste a Twin Peaks Community Church.