mourningQuedaba sentada en la iglesia preguntándome si fuera posible que Dios pudiera usar a una mujer destrozada y afligida por Su gloria.

Pocos minutos antes, alguien se había presentado en la tarima de la iglesia y compartido cómo había llegado a conocer a Jesucristo. Dijo que percibía una alegría en un hermano y una hermana cristianos que lo llevó a buscar la misma alegría que ellos tenían. El cristiano nuevo dijo: «Estaban tan alegres y yo quería eso también».

Gemí en mi interior: «Señor, estoy triste y afligida; paso mis días llorando. ¿Es posible que puedas usarme para que te presente a otras personas, aun en medio de mis lágrimas?» Temía que mi duelo me dejaría infructuosa para servir a Dios.

El Salmo 42:3a describe como era mi vida: «Mis lágrimas son mi pan de día y de noche…». El duelo se había hecho casi como la respiración, y me sentía aislada y culpable por mis lágrimas. Estaba lamentado cosas que las demás personas ni siquiera podían imaginar.

Varias semanas pasaron después de ese domingo, y un día leí una porción de Ellen White, la profetisa de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que había salido en el Former Adventist Forum (FormerAdventist.com). Ellen regañó a una mujer que estaba lamentando la muerte de su esposo recién fallecido. De hecho, Ellen White usaba su propia experiencia de la pérdida de su esposo para dar consejos a la viuda.

Sus palabras eran reprensibles. Ellen White había escrito: «A veces para mí es difícil mantener un semblante alegre cuando mi corazón se me parte de angustia. Pero no permití que mi pena pusiera una nota melancólica sobre todos lo que estaban a mi alrededor. A menudo, las temporadas de aflicción y pesar son más dolorosas y angustiantes de lo que deben de ser, porque es habitual entregarnos a la angustia sin límites. Con la ayuda de Jesús, decidí que iba a evitar el mal; pero mi resolución ha sido severamente puesta a prueba. Para mí, la muerte de mi esposo fue un fuerte golpe, especialmente porque pasó tan de repente. Cuando vi el sello de la muerte en su rostro, mis sentimientos eran casi insoportables. Quería gritar en mi angustia. Pero sabía que esto no podía salvar la vida de mi amado, y pensaba que no sería cristiano entregarme a mi aflicción. Buscaba ayuda y consuelo desde arriba, y las promesas de Dios me fueron verificadas. La mano del Señor me sostenía. Es un pecado entregarse, sin restricción, en llanto y lamentación. Por medio de la gracia de Jesucristo, podemos estar tranquilos, aun alegres, en tiempos difíciles» (Selected Messages, 2, pág. 267).

Me quedé estupefacta. De hecho, en el contexto del libro, ambas cartas publicadas antes y después de la carta anteriormente citada eran alarmantes. En una carta, EGW escribe a un hombre que había perdido a su esposa, diciendo que ella había buscado a Dios en oración sobre su pérdida, y sabía de Dios que la esposa fallecida era parte de los 144.000. Me pregunté cómo Ellen White hubiera podido saber quiénes eran parte de los 144.000. Es más, ¿cómo podía saber con seguridad que esa mujer estaría en el cielo? ¿Había leído su corazón? ¡Sólo Dios puede hacerlo!

En otra página de esta colección de escritos, Ellen White dice que no es un pecado llorar. Pero dos páginas después, dice que el llanto y la lamentación sin límites son pecaminosos. ¡Parece que estas dos declaraciones son contradictorias!

Mientras pensaba en lo que estaba leyendo, recordé a una mujer cristiana que me había contado una experiencia similar. Tenía una amiga que apenas había perdido a su esposo, y alguien le había dicho que sus lágrimas significaban que no estaba confiando totalmente en Jesús. Esta mujer cristiana me respondió vehementemente:

—¡Este consejo vino derecho de las profundidades del infierno!

Empecé a pensar en cómo la influencia de Ellen White y mi formación adventista habían contribuido a mis sentimientos de culpabilidad cuando lloraba o dolía.

Otros ex adventistas han reportado una reacción parecida de sentimientos de culpa cuando tienen emociones negativas. Una persona escribe: «Mi mamá me enseñaba que era pecaminoso estar enojada». Otro respondió francamente: «Aun hoy en día, después de muchos años de saber mejor, todavía es difícil mostrar mis emociones genuinas. Otras personas no pueden distinguir cuando estoy muy alegre o muy triste, aun cuando estoy sintiendo cualquier clase de dolor. Aunque probablemente es una parte de mi personalidad, obviamente también está relacionado con mi crianza como adventista» (Former Adventist Forum).

Es claro que Ellen White enseña que los cristianos deben contener las emociones tristes o negativas, y mostrar resueltamente las emociones positivas, aun si se le está partiendo el corazón. Pero este consejo es insincero y no bíblico.

Otro ex adventista comparte con tristeza su experiencia de cuando era niña: «Si estaba llorando o triste sobre alguna cosa, sólo podía llorar por poco tiempo, cuando me decían que debía “poner una buena cara” y seguir adelante. También me decían que Ellen White dijo que algunas cosas eran solamente “para los oídos de Jesús”».

¿Es el luto un pecado?

En preparación para este artículo, miré una entrevista con Steven Curtis y Mary Beth Chapman. Perdieron trágicamente a su pequeña hija adoptiva cuando su hijo biológico la atropelló accidentalmente. Esto sucedió cuando la niña corrió para saludar a su hijo mayor mientras él conducía el auto en el acceso a la casa. En la entrevista grabada, Steven y Mary Beth retrataron su duelo auténticamente y con honor. No había nada artificioso o falso cuando estos padres queridos compartían su pérdida y su esperanza en Jesucristo. Admitieron francamente que tenían días buenos y días no tan buenos. En su aflicción, habían gritado y cuestionado a Dios. Estaban en duelo, y todavía confiaban en Jesús. Lamentaron con esperanza. Las lágrimas cayeron por mis mejillas al ver esta entrevista. Me recordó de la pena del justo Job. Él cuestionó a Dios; protestó en su dolor, pero se le encontró sin pecado. Eran los amigos de Job a quienes Dios regañó.

Luego, Steven Curtis Chapman mencionó un pasaje bíblico que yo también había estado estudiando: «Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo» (2Co 1:3-5).

Este trozo provoca mucho pensamiento. Jesús conoce el dolor. Antes de ir a la cruz dijo: «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir…» (Mt 26:38). La Biblia dice que Jesús se postró sobre su rostro (Mt 26:39), desplomado bajo el peso de su angustia. Tres veces pidió al Padre que no le hiciera beber ese trago amargo. Lamentó, y en Su angustia oraba con tanto fervor que su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra (Lc 22:44). Jesús comprende la angustia profunda; lamentó sin restricción. Si hay una persona que sabe lo que se necesita durante tiempos de sufrimiento profundo, es Jesús.

La declaración de Ellen White de que el pesar experimentado sin límites es un pecado, contradice la Biblia cuando describe el dolor emocional de Jesucristo. Jesús, el Hijo del Hombre era sin pecado. Por lo tanto, cuando Ellen White dice que la expresión espontánea del dolor es un pecado, está enseñando una herejía. Jesús nunca pecó, pero sentía la angustia tan profunda que según la Biblia, Él estaba a punto de morir.

Tengo que ser muy clara porque las implicaciones de esta contradicción afectan cómo me habían enseñado a entender mi propia vida. O Ellen White estaba mintiendo o el Hijo de Dios era un pecador. No puede haber un punto medio. La búsqueda de una manera de armonizar la condenación de la expresión del dolor emocional que Ellen White expresa con lo que Biblia dice sobre nuestro Salvador sin pecado es como tirar dinamita al mismo fundamento del evangelio. Si Ellen White tenía razón, Jesús pecó. Pero Jesús tenía que ser sin pecado; de otra manera, no tenemos esperanza. Pero Jesús era varón de dolores (Is 53:3). Ellen White se equivocó.

Para ser justa, Ellen White describe el sufrimiento de Jesús en otros de sus escritos, y no implica que Su sufrimiento era pecaminoso. Sin embargo, sus escritos se contradicen. La expresión de la angustia extrema no puede ser un pecado para ella y otros, pero no para Jesús.

Algún día, se convertirá el lamento en danza para los que han confiado en Jesús.

El luto en la Biblia

En la Biblia, las expresiones del luto y llanto eran públicas, y no se escondían. Durante tiempos del luto, a menudo la gente se ponía ropa áspera, una tela incómoda hecha de pelo de cabra que irritaba el piel (Gn 37:34; Sal 35:13). Además, en los días bíblicos, la ropa era muy cara y costosa. «La ropa era tan importante que era un indicio del luto intenso o de angustia cuando alguien la hizo pedazos (Gn 37:29; Job 1:20)» (Ralph Gower, The New Manners and Customs of Bible Times, pág. 17, Moody Press, Chicago, 1987).

En esos días, las lamentaciones eran como anuncios para la vecindad que alguien había muerto (pág. 71). Miqueas describe este plañido como el aullido de un chacal y como el gemido de un avestruz (Miqueas 1:8). A menudo había un tiempo especial para lamentar (Gn 50:3; Números 20:29), cuando la gente se ponía ropa áspera y ayunaba. En muchas ocasiones, la gente se cortaba o se rasuraba la cabeza como señal de su angustia (Job 1:20; Jer 41:5; 47:5; 48:37). Otra señal del luto era echar ceniza en la cabeza (2 Samuel 13:19; Jer 6:26; Job 2:12). En breve, el luto era público en los tiempos bíblicos y nunca fue condenado como pecado.

Sin embargo, había unas ocasiones especiales cuando Dios les dijo a algunas personas que no lloraran o no lamentaran. Estas ocasiones especiales ocurren en Nehemías 8:9; Jeremías 16:5; 22:10, 18; 25:33; y Ezequiel 24:17, 23. Se lo dijo a Jeremías, un profeta de Dios, que no se diera al luto, que no se casara, ni criara a una familia para demostrar el quiebre en las relaciones que llegaría con la destrucción de Jerusalén. La devastación de Jerusalén sería tan completa que se instruyó a Jeremías que no desplegara emociones o tristeza normales. Jeremías debía ser un ejemplo vivo de la destrucción total y la muerte que venía a la ciudad capital de Judá. No habría suficientes personas para enterrar a los muertos.

En otro ejemplo parecido, Dios instruyó a Ezequiel que no lamentara la muerte de su esposa; era una demostración de la profecía de la destrucción de los israelitas. Puesto que Ezequiel no lamentó como lo normal, el pueblo de Israel lo notó y pidió que Ezequiel explicara su profecía.

Pero estas eran circunstancias especiales, cuando Dios comunicó su mensaje para el pueblo por medio del profeta, simbolizando el juicio que Dios traía a la tierra. Estas instrucciones únicas de no lamentar eran las excepciones, no las normas.

En el Sermón de la Montaña, Jesucristo dijo específicamente: «Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consolación». En griego, la palabra «bienaventurado» es makarios y puede representar a alguien que recibe el favor divino. La palabra «llorar» en este versículo es pentheo, y se puede traducirla como «lamentar, llorar por sí mismo».

Las bienaventuranzas parecen describir la actitud interna de una persona, no la vida externa. En otras palabras, Jesús estaba hablando del corazón. De hecho, muchos de los comentaristas bíblicos creen que este versículo se refiere a los individuos que son conscientes de su necesidad. Son pobres en espíritu (incapaz de hacer las cosas bien); lamentan (comprenden su incapacidad de hacer las cosas bien y están tristes). Son mansos (perdonan, porque ellos mismos comprenden el significado de ser perdonados), y son misericordiosos (porque comprenden lo que significa recibir misericordia).

La esperanza para los que lamentan

Cuando lamentamos, sentimos el dolor que el pecado nos ha traído. A veces lloramos porque somos incapaces de hacer las cosas bien, y a veces porque lamentamos las acciones de otra persona que nos ha dañado. En otras ocasiones, estamos angustiados por el efecto del pecado—la muerte. Sentir la realidad de estas cosas es basarse en la realidad del mundo que habitamos y en nuestra necesidad de un Salvador. Pero los que han creído en el evangelio sencillo de Jesucristo no lamentarán para siempre (Ap 21:4), pero los que dependen de sí mismos van a ser eternamente afligidos (Mt 25:46).

Sólo hay una diferencia entre los que dejarán de lamentar y los que lamentarán eternamente. 1 Juan 5:11-13 dice que los que han creído «en el nombre del Hijo de Dios» tienen vida eterna: «Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna».

Apocalipsis 22:15 dice que los que están afuera de la ciudad son «los perros, los que practican las artes mágicas, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira». Cada persona en la historia del mundo ha participado en por lo menos una de estas inmoralidades practicadas por los que están afuera de la ciudad. Los que estarán dentro de la ciudad con el Señor son los que han lamentado su pecado, se han arrepentido y han sido lavados y perdonados por la sangre de Jesús. Han recibido a Jesús como su Señor y Salvador.

¿Usted ha lamentado su pecado? ¿Es consciente de su necesidad total para Él que carga los pecados del mundo? ¿Ha sido limpiado por la sangre de Jesús? Si nunca ha recibido a Jesucristo como su Salvador, no pierda ni un minuto más; arrepiéntase de su independencia de Dios y admita su necesidad apremiante de Su misericordia salvífica.

Algún día, se convertirá el lamento en danza para los que han confiado en Jesús. En Lucas 4:18-19, Jesús proclamó lo que Isaías escribió:

El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria (Is 61:1-3).

Bienaventurados los que lloran. ¡Él es fiel!


Carolyn Macomber

Carolyn Macomber estaba haciendo el doctorado en la Universidad Andrews cuando descubrió contradicciones entre el adventismo y la Biblia. Renunció a su membresía en la iglesia adventista en 2009. Es miembro de The Chapel Evangelical Free Church en St. Joseph, Michigan, donde es líder de un grupo de compañerismo para ex adventistas. Su trabajo consiste en ayudar a familias a preparar a sus hijos para el ingreso a la escuela.