Fue una noche cálida, y nuestro grupo se reunía en el desierto con expectación, mirando al cielo. Miramos más allá del polvo y la contaminación de las luces distantes, esperando ver algo mucho más lejos; y en esa hora, el horizonte empezó a brillar con un esplendor que parecía de otro mundo. No era el resplandor austero de la civilización ni el atisbo de la madrugada; era la luz lechosa de las 200 mil millones de estrellas de nuestra galaxia. En ese momento, estábamos rodeados de luz, porque nuestro horizonte fue perfectamente alineado con el plano de la galaxia. Podíamos imaginarnos parados en nuestra pequeña isla de tierra en un océano vasto de estrellas que abarcan más de un quintillón de kilómetros.

Nuestra galaxia, la Vía Láctea, es un disco plano, de 100.000 años luz de anchura y mil años luz de espesor. Cada día, nuestra tierra gira para revelarnos la Vía Láctea entera. Bajo un cielo oscuro es posible ver su banda ancha, quebrada en masas de niebla que trazan curvas sobre nuestras cabezas. Esas masas brillantes de luz contienen miles de millones de estrellas individuales que están tan distantes que aparecen como neblina. De hecho, aun las vistas más claras de la Vía Láctea sólo revelan una fracción de lo que existe. La mayoría de las estrellas de nuestra galaxia son ocultadas aún de los telescopios más grandes por nubes de gas y polvo. Para ver una galaxia completa, tenemos que profundizar más.

Para pocos de nosotros, la búsqueda de la galaxia es una pasión que nos motiva a ir al desierto donde se encuentra las cosas salvajes. Allí, la magnificencia del estrellado es accesible para todo el mundo, y en un sitio lejano con un telescopio grande, estas «manchas borrosas» empiezan a revelarse como amigos. Les damos nombres como «la Ballena», y «la Moneda de Plata», o aun, «los Ratones». Esa noche en Joshua Tree, nuestro plan era hacer un recorrido de esa vecindad galáctica distante pero familiar, mientras nos reunimos alrededor del telescopio pesado de 20 pulgadas (≈medio metro).

Finalmente, vimos la Vía Láctea en el este, sus brazos nublados extendiéndose sobre las montañas relativamente bajas. Parecía inmóvil en el cielo como si mucho tiempo atrás, unas olas gigantes del océano se helaron de repente. Los astrónomos dicen que estas nubes espumosas son los brazos de la galaxia que actúan como «ondas de densidad» que agrupan las estrellas mientras las atraviesan.1 Cada momento, en nuestro sistema solar, nosotros nos deslizamos al lado del brazo de Orión, junto con las otras estrellas en nuestra vecindad.

¿Qué encontraríamos si pudiéramos visitar estas estrellas? Sabemos que tienen planetas de toda clase, pero la mayoría de esos planetas y sus estrellas son extremamente hostiles para la vida. A menudo, las estrellas tienen niveles letales de radiación, y son demasiado frías o calientes para apoyar los organismos vivos. Además, casi todos los planetas tienen órbitas o composición que no son apropiadas, y falta agua. Si hay una clase de vida allá, probablemente es muy rara, según lo que ilustran en la película Privileged Planet.2

Nuestro planeta siempre está en moción, parte de varios ciclos celestiales a la misma vez. Ahora, nuestro mundo rota una vez cada 24 horas; nuestra luna circula el planeta cada 29 días, y orbitamos nuestra estrella cada 365 días. Sin embargo, una rotación de la galaxia toma poco más tiempo. Nuestro sistema solar orbita el centro de la Vía Láctea a una velocidad de 515.000 millas por hora (≈828.800 kph). Si esto le parece rápido, piense en cuán lejos esas estrellas tienen que viajar a través de una órbita galáctica. Una vuelta completa alrededor del núcleo de la galaxia requiere 200.000.000 años,3 y recuerde, nuestra Vía Láctea es sólo una galaxia entre mil millones.

La astronomía es una ciencia maravillosa, y la exploración bajo la superficie de la tierra revela mucho conocimiento de nuestro planeta. El saber lo que Dios ha hecho para mostrarnos Su misericordia es el esplendor mayor.

La Biblia y las estrellas

Toda esta información sobre el tiempo y la distancia puede hacerlo sentir mareado e insignificante; y cuanto más información la gente aprende sobre las estrellas, más irrelevante parece la Biblia. ¿Dónde está la necesidad de un Creador, o específicamente, un Salvador? Muchos piensan que los escritores bíblicos eran hombres ignorantes y primitivos que no tenían nada realista que decir sobre el universo. Irónicamente, para mucha gente, estos sentimientos de insignificancia van de la mano con un fatalismo arrogante. La mayoría de individuos acepta esta lógica ordinaria: el universo es grande; por lo tanto, la existencia humana no tiene propósito. Aun los eruditos seculares más intelectuales sólo pueden esparcir la sabiduría convencional sobre nuestra supuesta «mediocridad»:

La raza humana simplemente es una capa de espuma química sucia en un planeta de tamaño moderado, orbitando alrededor de una estrella muy mediocre en un barrio periférico de una galaxia entre varios cientos de miles de millones. Somos tan insignificantes que no puedo creer que el universo entero exista para nuestro beneficio.4

La mente secular convencional observa los cielos y sólo ve el trabajo monótono de la mecánica celestial que finalmente nos llevará al olvido congelado, sin preocuparse por el sufrimiento de la humanidad. Pero si tenemos oídos para oír, vamos a hacer caso a la sabiduría de la Biblia que nos advierte que no debemos dar por sentado nuestras vidas frágiles. Este gran océano de estrellas alrededor nuestro nos habla constantemente; sus voces sin palabras llegan a toda la tierra (Sal 19:1-3). Confirman nuestro lugar en el cosmos, no como espuma química sucia, sino como seres privilegiados a conocer los atributos eternos de nuestro Creador. Un conocimiento auténtico de las estrellas reemplaza nuestra «insignificancia» arrogante con la seguridad humilde. Hablan de una Mente que es infinita, personal y no indiferente a nuestros dolores. Vamos a abandonar nuestro orgullo y deleitarnos en la inmensidad abrumadora del universo. Hemos recibido una señal.

Hace muy poco, hablando en el sentido de tiempo galáctico, un hombre ignorante y primitivo del sureste de Mesopotamia se paró bajo las estrellas una noche, y una voz le habló de repente: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!» (Gn 15:5). La voz prometió que sería el escudo y la gran recompensa de ese hombre. Ese pacto sería una bendición eterna, del tamaño cósmico. Abraham creyó, y su fe minúscula le fue contado por justicia.

El orden fijo

Mucho antes de que los seres humanos empezaran a reflexionar sobre el significado de las estrellas, sus propósitos profundos eran fijos. «Y dijo Dios: “¡Que haya luces en el firmamento que separen el día de la noche; que sirvan como señales de las estaciones, de los días y de los años,…”» (Gn 1:14-15). Desde el comienzo, los ciclos de luz y sombra, y las temporadas de frío y calor nos han dado señales y nombrado nuestros días. Más tarde, en el Monte Sinaí, los hijos de Abraham recibieron un sistema entero de vida creado y basado en las nuevas lunas, y las salidas y las puestas del sol para regular su adoración y gobernar su nación.

Aunque Israel quebrantó su pacto de Sinaí con Dios y sufrió muchos exilios deplorables, el Dios de Abraham empatizaba con su sufrimiento aun antes de las invasiones de los babilonios y finalmente su exilio: «“¿Acaso no es Efraín mi hijo amado? ¿Acaso no es mi niño preferido? Cada vez que lo reprendo, vuelvo a acordarme de él. Por él mi corazón se conmueve por él siento mucha compasión”, afirma el Señor» (Jer 31:20).

¿Cómo puede el Dador de la Ley recordar con misericordia? Declara un pacto inquebrantable y permanente, aún más fuerte que los cielos, no como el pacto débil de Sinaí que Israel podía desobedecer (v. 32). Jeremías 31 demuestra el poder del nuevo pacto:

Pero éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: «Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado» (Jer 31:33-34, Reina-Valera 1995).

 Este pacto depende de las elecciones y las actividades de Dios. Por ejemplo, a través de Jeremías 31 y 32, la palabra «haré» ocurre repetidas veces. Es la voluntad de Dios y su acción que motiva el nuevo pacto, así que no puede fracasar.

Él recordará a Su pueblo, olvidándose de sus pecados «después de aquellos días». Ninguno de sus fracasos pueden terminar Su pacto original con ellos, ni pueden los decretos contra los hijos de Abraham hacer que cese la promesa original de Dios. Durante los dos últimos milenios, hombres que llevan el nombre de Cristo han perseguido a los judíos, tratando de anular el llamamiento irrevocable de Dios (Ro 11:29), pero «Dios no rechazó a su pueblo, al que de antemano conoció» (Ro 11:2).

Sin embargo, la fuerza de la promesa de Dios a Abraham no requiere que hagamos distinciones precisas entre las promesas a los judíos y las que son para la iglesia cristiana. Podemos juntar nuestras voces con Pablo en afirmar: «Con respecto al evangelio, los israelitas son enemigos de Dios para bien de ustedes; pero si tomamos en cuenta la elección, son amados de Dios por causa de los patriarcas, porque las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento» (Ro 11:28-29).

Actualmente, tanto los descendientes biológicos de Abraham como las naciones están en un estado general de rebelión. Esto demuestra lo que la Biblia dice: «Dios ha sujetado a todos a la desobediencia, con el fin de tener misericordia de todos» (v. 32). Es más, la misericordia de Dios incluye el hecho de que tendrá «un remanente escogido por gracia» (Ro11:5), y les dará «un espíritu de gracia y de súplica» (Zacarías 12:10). También, Dios ha usado el «orden fijo» incambiable de los cuerpos celestiales como una señal para revelar cuán ciertas son Sus promesas:

Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que agita el mar y braman sus olas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si llegaran a faltar estas leyes delante de mí, dice Jehová, también faltaría la descendencia de Israel, y dejaría de ser para siempre una nación delante de mí (Jer 31:35-37, Reina-Valera 1995).

El orden fijo de la tierra y todas las galaxias no sólo testifica que la palabra de Dios a Abraham e Israel aún está en vigor, sino que también hablan a nosotros los gentiles, los que «están lejos», también escogidos por medio de la gracia. El Siervo prometido de Dios es para toda la humanidad:

«No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones,  a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra» (Is 49:6).

Seiscientos años después, Pablo llevó el mensaje salvífico del Siervo por todas partes, y proclama a los efesios con certidumbre: «Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios…» (Ef 2:18-19).

Aquí hay esperanza para los desesperados y alienados. Hemos sido hechos cercanos por medio de la sangre de Jesucristo, «Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba…» (Ef 2:14). Nuestras vidas no cuelgan de las cuerdas deshilachadas de nuestras promesas, sino reposan en la fidelidad de la vida, muerte y resurrección del Mesías. Sus garantías son: nunca más se acordará de nuestros pecados (Jer 31:34); nos dará un corazón que lo conozca (Jer 24:7; 31:34); y «Les daré un corazón y un camino, de tal manera que me teman por siempre» (Jer 32:39, Reina-Valera, 1995). Como promesa, Dios ha demostrado Su fidelidad en la forma más confiable que se puede imaginar —los movimientos de la totalidad del cosmos.

Tendemos a pensar en las señales divinas como milagros que violan las leyes de la naturaleza. Si no vemos a Dios interferir con Su propio orden natural, pensamos que no estamos viéndolo obrar. Pero Dios ha incorporado a propósito señales en la naturaleza que dan testimonio de Su pacto eterno que viene con una gloria que nunca se extingue (2Co 3:10-11).

El orden natural es fijo, no porque es un sistema físico perfecto, sino porque es sostenido por el Dios del pacto. El ajuste de la gravedad, la velocidad de la luz, y las variadas fuerzas atómicas permiten que la vida continúe, y todo es guardado por Su palabra: «Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente» (Col 1:17). Desde la partícula subatómica más pequeña hasta los cúmulos de galaxias más grandes, el orden fijo de los cielos manifiesta Su supremacía. Los decretos divinos de Dios estabilizan la totalidad de la creación, y Dios quiere que observemos Su gloria y Su carácter en lo que ha creado (Ro 1:20). La continuidad de la naturaleza testifica que el nuevo pacto de Dios está estrechamente ligado con el poder de Su palabra y nombre. Como ha dicho Alexander MacLaren:

Dios desciende para ratificar un compromiso con la humanidad. Por medio de ello, se compromete a dar todo el bien posible para el alma. Y para confirmarlo, el cielo y la tierra son convocados. Él nos manifiesta todo lo que es augusto, estable, inmenso, inescrutable en las obras de Sus manos, y nos llama a ver allí Su promesa de que será un Dios fiel.5

Las alturas y las profundidades

Los cielos también declaran otro aspecto maravilloso del nuevo pacto. Dios no sólo garantiza que Su pacto no fallará, sino también que Su perdón es inquebrantable. Otra vez, Él hace un juramento por Sí Mismo, y declara la certeza eterna, comparándola con la amplitud incognoscible de la creación:

Así dice el Señor: «Si se pudieran medir los cielos en lo alto, y en lo bajo explorar los cimientos de la tierra, entonces yo rechazaría a la descendencia de Israel por todo lo que ha hecho», afirma el Señor. (Jer 31:37).

Nunca vamos a saber los límites del cosmos, y Dios nunca llegará a los límites de Su misericordia para aquellos a quienes perdona. La incapacidad de parte de los seres humanos de saber los límites de la creación es una señal confortante para todos los que confían en Él. Además, esta promesa inalterable de Dios significa que no puede haber ningún lugar en la totalidad del universo donde él esté acumulando nuestros pecados. Todos los que enseñan que Dios guarda un archivo de los pecados de los cristianos como «evidencia», o que Él usará los pecados perdonados contra Su pueblo, lo hacen un mentiroso.

La astronomía es una ciencia maravillosa, y la exploración bajo la superficie de la tierra revela mucho conocimiento de nuestro planeta. Sin embargo, el saber lo que Dios ha hecho para mostrarnos Su misericordia es el esplendor mayor. Su pacto, asegurado por Su propia sangre y gracia soberana, no permite que los pecadores perdonados pierdan jamás su bendición prometida. Él que juró por Si Mismo dice:

Nunca dejaré de estar con ellos para mostrarles mi favor; pondré mi temor en sus corazones, y así no se apartarán de mí (Jer 32:40).

¿Qué es más fácil decir?

El hombre estaba inmóvil y miraba hacia arriba los trozos de tierra y polvo que caían del techo mientras sus cuatro amigos aún agarraban sus sogas. Mientras su cama frágil descendía lentamente al salón oscuro, oía voces de figuras sombrías reunidas alrededor de él. No quería su atención; todo el mundo siempre decía que su parálisis fue causada por el pecado de sus padres o los suyos. Sabía que no era un hombre justo, así que esta cama sucia podía ser exactamente lo que merecía. Luego, un día, cuando sus amigos le contaron historias sobre cómo este maestro ejercía el poder de ayudar a los desesperados, creyó.

Vio al hombre de aspecto poco atractivo mirándolo intensamente, como si supiera todo de él. El maestro dijo: «Amigo, tus pecados quedan perdonados» (Lc 5:20). La gente en la casa se ofendió. «¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (Lc 5:21). El hombre desesperado sintió un escalofrío de alegría y se preguntó, «¿Es posible que sea sanado?» Pero el maestro respondió a los hombres: «¿Por qué razonan así? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados quedan perdonados″, o “Levántate y anda″?» (v. 23).

Este hombre, Jesús, declaró que era el Hijo del Hombre, el Mesías en Daniel 7, quien se acerca audazmente al Anciano de los días, recibiendo un reino eterno (Daniel 7:13-14). Y ahora, ¡Él dice que tenía la autoridad de perdonar los pecados! Es típico que alguien diga «te perdono», pero en realidad, sólo Dios puede perdonar los pecados. Al fin y al cabo, todos los pecados son contra Él (Sal 51:4). Pero ahora los críticos de Jesús oyen que Él dice algo inexplicable:

Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa (v. 24).

Las palabras de Jesús atravesaron el cuerpo del hombre y este se levantó de un salto. La multitud retrocedió asombrada, y un hombre gritó: «¡Gloria a Dios!» Entonces, se le acercaron muchas personas para tocarlo, y juntos estaban saltando y gritando y alabando a Dios. Los hombres sombríos habían desaparecido.

El nuevo pacto no es para los fuertes y los capaces, ni para los que pueden añadir sus músculos espirituales al poder de Dios. El reino del nuevo pacto está compuesto de los desamparados y los pobres en espíritu:

En aquel día —afirma el Señor— reuniré a las ovejas lastimadas, dispersas y maltratadas. Con las ovejas heridas formaré un remanente… (Mi 4:6-7).

Todas las promesas del nuevo pacto podrían ser resumidos así: «Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios» (Jer 32:38). Dios hizo esa promesa a los descendientes de Abraham (Gn 17:7-8), y para nosotros también. ¿Qué significa que Dios es su Dios? Quiere decir que con todo Su corazón y alma (Jer 32:41), lo atraerá a Sí Mismo (Jn 6:44), le dará vida (Ef 2:1-5), y lo guardará para que lo siga eternamente (Jn 10:27-30). No escatimará nada para cumplir lo que empezó, ni siquiera a Sí Mismo (Ro 8:32). Ya perdonados de nuestros pecados, nada nos faltará.

Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús (Fil 1:6).

No se desanime

Aun así, como ciudadanos de un mundo quebrado, estamos sujetos a las leyes desoladas de la naturaleza. A veces, aun somos víctimas del mal natural o humano, y podemos estar tentados a perder la esperanza. Pablo entendía esta tentación. Después de conocer a Jesús, pasaba sus días siendo perseguido por multitudes de personas, sólo para sobrevivir azotes, apedreamientos, y náufragos. Sin embargo, podía decir: «Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día» (2Co 4:16).

Pablo no estaba siendo renovado por medio de secretos de salud y prosperidad, sino por el poder de Dios fuera de su cuerpo maltrecho. Su verdadero hombre interior, nacido del Espíritu, bebía diariamente de la jarra viviente de las promesas de Dios. Como una vasija frágil de barro, Pablo llevaba el tesoro del evangelio del nuevo pacto. No era un dínamo espiritual, sino un hombre débil (2Co 4:7). Puesto que Pablo llevaba en su cuerpo la muerte Jesús, manifestaba Su vida (v. 10), enseñándonos por su ejemplo que aunque nuestros cuerpos se desmoronan, la fuerza que necesitamos desesperadamente viene fielmente de Dios, día tras día, sólo para hoy.

Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno (vv. 4:17-18).

Esa noche, mientras nuestro grupo se paraba en el desierto de Joshua Tree, mirando fijamente a nuestra galaxia y más allá al espacio profundo, vimos las señales de Dios para nosotros. Su palabra es absoluta y no puede fallar, y Él nos ha dado el orden fijo de Su creación como señal de lo que Él promete, lo hará.

Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo (Jer 31:33).

Notas al final

Eric Christian, Ask an Astrophysicist, NASA Goddard Space Flight Center. http://imagine.gsfc.nasa.gov/docs/ask_astro/answers/980108d.html

  1. Gonalez, Guillermo, and Richards, Jay, The Privileged Planet, Regnery Publishing Inc., Washington DC, 2004.
  2. Taylor-Redd, Nola, Milky Way Galaxy: Facts About Our Galactic Home, http://www.space.com/19915-milky-way-galaxy.html
  3. Hawking, Stephen, Reality on the Rocks: Beyond Our Ken, The Ken Campbell TV show, 1995, http://en.wikiquote.org/wiki/Stephen_Hawking
  4. MacLaren, Alexander, What the Stable Creation Teaches, Alexander MacLaren’s Expositions of Holy Scripture, www.studylight.org/com/mac/view.cgi?bk=23&ch=31

     

 

MartinCarey

Martin L. Carey creció como adventista en muchos lugares distintos, incluso Tacoma Park, Maryland, Missouri, y Guam, EUA. Durante el día, trabaja como psicólogo para una escuela secundaria en San Bernardino, California. También es terapeuta familiar licenciado. Está casado con Sharon, y tienen dos hijos: Matthew, de 11 años, y Nick, de 25. Carey sigue explorando los cielos claros y oscuros con ocho telescopios diferentes, hasta el tamaño de medio metro. La investigación bíblica y el piano clásico ocupan el resto de su energía. Puede escribirle a: martincarey@sbcglobal.net.