Cuando hemos sido ofendidos o lastimados, clamamos por justicia y restitución. Pero es distinto cuando somos los que hemos lastimado y causado dolor. En este caso, rogamos por misericordia, gracia y perdón. Una historia de la vida de David ilustra muy bien esta dicotomía para estudiar uno de los atributos olvidados de Dios: Su justicia.

Dios envió al profeta Natán a hablar con David, rey de Israel (2 Samuel 12). Natán empezó la conversación con una historia sobre dos hombres. Un hombre era rico y, el otro, pobre. El hombre rico tenía todo lo que necesitaba, incluso grandes cantidades de ovejas y ganado. El hombre pobre tenía una sola cordera. La Biblia dice que el hombre pobre trataba a la cordera como si fuera su hija, permitiéndole beber de su vaso y comer de su plato (2S 12:3). Natán continuó, entretejiendo para David una historia de un viajero que visitó al hombre rico. El hombre rico, en vez de sacar un cordero de su propio rebaño, le quitó al hombre pobre su única cordera. El hombre rico mató la corderita para dar de comer al viajero. En medio de escuchar la historia, David clamó por justicia:

—¡Tan cierto como que el Señor vive, que quien hizo esto merece la muerte! ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja! (2S 12:5b-6).

Entonces la historia del pecado de David salió a la luz. Natán dijo a David:
—¡Tú eres ese hombre!

            David fue confrontado con su pecado, el adulterio con Betsabé y el asesinato de su esposo. Además, Natán dijo a David:

 —Pues bien, así dice el Señor: «Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel».

            David respondió a Natán:

 —¡He pecado contra el Señor!

 —El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás —contestó Natán—. Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor.

Dicho esto, Natán volvió a su casa (2S 12:11-15).

La justicia y la misericordia

Esta historia tiene muchos niveles. Un nivel trata de la justicia y, otro, de la misericordia y el perdón. Antes de desglosar esta historia, vamos a pensar en nuestra cultura y las creencias sobre la justicia y la misericordia. Actualmente, hay una tendencia en la cristiandad a creer en un Dios a quien le falta justicia. A menudo oigo la frase: «¡Un Dios amoroso no…»; y frecuentemente la frase termina con las palabras: «…enviaría a alguien a una tortura eterna en el infierno!». Un pastor evangélico prominente, Rob Bell, escribió un libro en 2011 titulado Love Wins. En este libro, Bell describe a un Dios amoroso que nunca enviaría a nadie a la tortura eterna en el infierno. Rob Bell no es el único que piensa así. Para algunos evangélicos, es difícil hablar del infierno, y otros no están seguros si existe. Si usted lee el foro de ex adventistas (www.FormerAdventist.com), va a ver este sentimiento a menudo en los individuos que están separándose del adventismo. Creo que la cultura ha afectado la cristiandad profundamente. Me parece que la cristiandad ha oscilado, dejando atrás una comprensión de los atributos de justicia de Dios a favor de sólo un reconocimiento de los atributos de la misericordia y la gracia. Es más, es mucho más fácil hablar de la misericordia y la gracia que pedir cuentas a la gente por sus acciones y requerir la restitución.

Desafortunadamente, la cultura no es la única cosa que trabaja en contra de nosotros en cuanto a nuestra comprensión de los atributos de Dios. Nuestra naturaleza estropeada por el pecado hace lo mismo (Ro 7:14-15; 18-25). Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, somos trasladados espiritualmente de la muerte a la vida, pero con frecuencia nuestras emociones y nuestras adicciones físicas se dejan remediarse con la ayuda del cuerpo de Cristo (la iglesia) (Ef 4:14-16). Por lo tanto, cuando pensamos en Dios y tratamos de ponerlo en nuestro marco de referencia, cometemos una injusticia porque estamos situando a un Dios sagrado y justo en nuestra comprensión, todavía tachada por el pecado.

En realidad, no podemos decir: «Un Dios amoroso nunca…», porque nuestra comprensión del amor todavía está incompleta. Sólo cuando seamos glorificados finalmente y cuando seamos cambiados y estemos vestidos de un cuerpo imperecedero (1Co 15:35-54), empezaremos a comprender el amor incondicional.

Ni la cultura ni la comprensión humana puede capturar y explicar completamente los atributos de Dios. De hecho, la Biblia es el único estándar desde el cual se aprende y se enseña quién es y quién no es Dios. La Biblia es inerrante y está plenamente inspirada por Dios. Cuando nos sometemos a comprender las palabras inspiradas de la Biblia (2Ti 3:15-17) y la instrucción del Autor, el Espíritu Santo (Jn 14:26), entonces empezamos a caminar en la verdad de las características maravillosas de Dios.

Ahora, vamos a regresar a la historia en la Palabra de Dios que habla de la justicia, la misericordia y el perdón. Cuando Natán lo reprende por su pecado, David confiesa y pide perdón. El Salmo 51 es su salmo de penitencia. En este salmo, David pide perdón diez veces con palabras como: «ten compasión, borra mis transgresiones, lávame de toda mi maldad, límpiame de mi pecado, purifícame con hisopo, lávame, borra toda mi maldad, crea en mí un corazón limpio, renueva la firmeza de mi espíritu, líbrame de derramar sangre».

Inmediatamente después de la confesión de David, Natán le dijo:

—El Señor ha perdonado ya tu pecado… (2S 12:13).

David fue perdonado. Dios mostró Su misericordia para David al no matarlo por el asesinato premeditado de Urías. David aceptó toda la responsabilidad de su pecado y pidió que su relación con el Señor fuera restituida. David gritó:

—No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga (Sal 51:11-12).

David se arrepintió, completamente destrozado por lo que había hecho. Aceptó la responsabilidad por su pecado y Dios restableció la relación. Sin embargo, David sufrió las consecuencias de sus acciones.

Es sorprendente que David haya pronunciado su propio juicio sobre el pecado indirectamente. David dijo a Natán que el hombre en la historia debía pagar cuatro veces el valor de la oveja por haber hecho tal cosa y por no tener piedad.

Natán explicó las consecuencias por las acciones de David:  

—Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer. Pues bien, así dice el Señor: «Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel». Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has ofendido al Señor. (2S 12:10-12, 14).

La justicia impuesta a David por el asesinato de Urías y su adulterio con Betsabé fue la muerte de sus cuatro hijos. El bebé nacido a Betsabé murió; Amnón (el hijo mayor) fue asesinado por Absalón (también hijo de David); Absalón fue asesinado por Joab; Adonías fue matado según un mandato de Salomón (hijo de David por Betsabé). Dios perdonó a David, pero éste sufrió mucho a causa de las consecuencias de su pecado. Aunque Dios fue misericordioso con David y lo perdonó y restableció su relación, Dios también lo llevó ante Su justicia.

Tal vez la justicia de Dios para David les preocupa a los lectores. Algunos pueden pensar que Dios fue demasiado severo al permitir que muriera un bebé (nacido del adulterio). Algunos preguntan: «¿Por qué el bebé tuvo que sufrir el castigo del pecado de David?». Cuando un ser humano imperfecto pregunta tales cosas, él o ella se pone en el lugar de juez, que corresponde al Dios Sagrado y Omnisciente. Los seres humanos imperfectos no pueden comprender la justicia perfecta porque no pueden comprender completamente el amor incondicional. Las maneras de Dios no son las nuestras y Sus pensamientos son más altos que los nuestros (Is 55:8).

Antes de su muerte, Moisés declaró que el atributo de la justicia de Dios era perfecto. «Proclamaré el nombre del Señor. ¡Alaben la grandeza de nuestro Dios! Él es la Roca, sus obras son perfectas, y todos sus caminos son justos. Dios es fiel; no practica la injusticia. Él es recto y justo» (Dt 32:3-4). Sólo Dios lleva en Sí la combinación perfecta del 100% de justicia y del 100% de misericordia.

Vemos la combinación perfecta de la justicia y la misericordia de Dios en la crucifixión y la resurrección de Jesucristo. La justicia por el pecado fue proclamada años atrás, en el Jardín del Edén. Dios declaró que Adán y Eva morirían si comían del árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán y Eva sí comieron el fruto prohibido por Dios, e inmediatamente fueron separados espiritualmente de Dios (murieron espiritualmente). Vemos esta muerte en sus acciones, al esconderse de Dios cuando fue a buscarlos en el jardín (Gn 3:9-10). Hubo graves consecuencias del pecado de Adán y Eva. Y todavía sufrimos esas consecuencias hoy en día (Gn 3:14-19). El Señor había declarado la pena de muerte para Adán y Eva si comían el fruto, y Él tenía que cumplir con Su Palabra. Luego, Dios les explicó cómo se llevaría a cabo su justicia (Gn 3:15). Enviaría a Su Único Hijo, quien aplastaría la cabeza de la serpiente y tendría que pagar el costo por la muerte y la separación de Dios que requería el pecado de Adán y Eva. Se haría justicia.

El Hijo de Dios, Jesucristo, era el Único que podía pagar la deuda que requería la justicia. La justicia perfecta de Dios se haría por medio del castigo infligido sobre Su Hijo Unigénito. Jesús sintió la separación del Padre en la cruz cuando gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27:46). Jesucristo murió físicamente en una cruz para cumplir con los requisitos de la justicia de Dios.

Ahora, el Señor sólo pide una cosa de Sus seres creados: creer en la muerte y la resurrección de Jesucristo (Jn 5:24). Esta creencia no es simplemente un asentimiento cognitivo a lo que Jesús hizo, sino que es una creencia basada en el regalo de la fe (Ef 2:8), que también viene de Dios. Esta fe tiene sus raíces y su fundamento solo en Jesucristo, para que nadie se jacte de que haya contribuido a la justicia de Dios y la salvación. «Ésta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió» (Jn 6:29).

Dios no nos ha dejado con la duda de si Su justicia (a través de la muerte y la resurrección de Su Hijo) fue suficiente o completa. Juan el discípulo escribe: «Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna» (1 Juan 5:13). La pena de muerte ha sido pagada, y como la justicia requería la muerte (pagada en su totalidad por Jesús), nosotros no vamos a tener que sufrir. No dejamos de existir en el momento de la muerte, según creen los adventistas; la Biblia dice que los que creen en Jesús nunca morirán. Mira la promesa maravillosa que Jesús hizo a María cuando murió su hermano:

—Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? (Jn 11:25-26).

Querido lector, tengo que hacerle la misma pregunta: ¿Cree esto? ¿Cree en la justicia perfecta de Dios? ¿Cree que la justicia de Dios ya ha sido satisfecha en la muerte y la resurrección de Jesucristo? ¿Ha tomado la decisión de fe de creer en Jesús?

La justicia y misericordia de Dios son perfectas. Recientemente hablé con una mujer sobre la justicia del Señor. Le dije que anticipaba el juicio final de Dios y el tiempo cuando no habrá tristeza. Le dije con mucho entusiasmo que casi no podía esperar. Pero ella me respondió, con solemnidad, diciendo que ella sí podía esperar. No estaba segura si sus hijos verdaderamente habían dado el paso de fe para creer y confiar en la muerte y resurrección de Jesús. No quería que ocurriera la venida de Jesús y el juicio final hasta que sus hijos fueran salvos. Mi entusiasmo disminuyó cuando sentí mucha compasión por esta madre que amaba mucho a sus hijos.

Desde esa conversación, he tenido tiempo para pensar en sus palabras y esto es lo que he concluido: El Dios que lleva en Su Mismo Ser el 100% de justicia perfecta también lleva en Su ser el 100% de misericordia y paciencia. Mateo dice que el Señor es como un buen pastor que busca a la única oveja que no está con Su rebaño. «Y si llega a encontrarla, les aseguro que se pondrá más feliz por esa sola oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños» (Mt 18:13-14).

Pedro también nos asegura de la misericordia perfecta del Señor a la mitad de su escrito sobre el juicio final de Dios. «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día, los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada» (2P 3:9-10). Ahora, probablemente yo diría a mi amiga:

—El Señor es 100% misericordioso y ama a tus hijos aun más de lo que los amas tú; Su tiempo también es perfecto. Ambas podemos apoyarnos mutuamente mientras confiamos en Su misericordia y Su justicia.

Finalmente, sabemos que la justicia de Dios es perfecta en todos los sentidos. Wayne Grudem, en Bible Doctrine: Essential Teachings of the Christian Faith, dice: «Si Dios realmente es el estándar final de rectitud, entonces no puede existir otro estándar fuera de Dios para evaluar la rectitud o la justicia. Él Mismo es el estándar final» (pág. 95). La justicia perfecta yace en las manos de un Dios Sagrado.

Así se le vuelve la espalda al derecho, y se mantiene alejada la justicia; a la verdad se le hace tropezar en la plaza, y no le damos lugar a la honradez. No se ve la verdad por ninguna parte; al que se aparta del mal lo despojan de todo. El Señor lo ha visto, y le ha disgustado ver que no hay justicia alguna. Lo ha visto, y le ha asombrado ver que no hay nadie que intervenga. Por eso su propio brazo vendrá a salvarlos; su propia justicia los sostendrá. Se pondrá la justicia como coraza, y se cubrirá la cabeza con el casco de la salvación; se vestirá con ropas de venganza, y se envolverá en el manto de sus celos. Les pagará según sus obras; a las costas lejanas les dará su merecido: furor para sus adversarios, y retribución para sus enemigos. Desde el occidente temerán el nombre del Señor, y desde el oriente respetarán su gloria. Porque vendrá como un torrente caudaloso, impulsado por el soplo del Señor. «El Redentor vendrá a Sión; ¡vendrá a todos los de Jacob que se arrepientan de su rebeldía!», afirma el Señor. (Is 59:14-20).

¡Podemos confiar en el atributo de la justicia de Dios porque se administra con Su gran misericordia!

 

Nota de Carolyn: Entiendo que este artículo no puede empezar a tocar el aspecto de la justicia, el mal y el perdón. Recomiendo un artículo en ¡Proclamación! escrito por Gary Inrig titulado «Cuando no le ofrecen ninguna disculpa». Puede encontrarlo en: www.LifeassuranceMinistries.org/Proclamation2006_JanFeb.pdf. (en inglés).


Carolyn Macomber estaba haciendo el doctorado en la Universidad Andrews cuando descubrió contradicciones entre el adventismo y Carolyn Macomberla Biblia. Renunció a su membresía en la iglesia adventista en 2009. Es miembro de The Chapel Evangelical Free Church en St. Joseph, Michigan, donde es líder de un grupo de compañerismo para ex adventistas. Su trabajo consiste en ayudar a familias a preparar a sus hijos para el ingreso a la escuela.