«Divorcio» es una palabra fea. Evoca varias imágenes de conflicto, batallas legales y toda clase de disensiones. Se define como: «la separación total, la desunión». Mientras en el contexto matrimonial el divorcio nunca es parte del plan de Dios (salvo en casos de infidelidad), hay varias circunstancias y relaciones en el transcurrir de la vida que exigen un divorcio, una desunión, para que la persona pueda caminar en armonía con el plan de Dios para su vida.


Necessary DivorceCuando una persona se separa de la Iglesia Adventista del Séptimo Día para creer en la verdad, es un paso positivo, pero una renuncia de lealtad a la denominación es solamente la primera parte del camino hacia la libertad en Jesucristo. Los individuos criados en una organización plagada de enseñanzas falsas e inconsistencias bíblicas tienen que resolver y reconocer la herejía antes de ser capaces de comprender totalmente el mensaje evangélico de la Biblia. La única manera de sanarse y preservar la integridad es romper por completo la relación con la religión falsa—un divorcio espiritual. Sólo con el tiempo, tomando distancia de la teología retorcida, y la inmersión en la palabra pura de Dios, es posible obtener una perspectiva apropiada.

En el divorcio matrimonial hay pérdida y dolor, pero es una pérdida necesaria y un dolor de crecimiento. Aunque es especialmente doloroso escudriñar lo que uno aceptaba como «la verdad» en el pasado, ignorar las implicancias de estas doctrinas falsas sólo demora el crecimiento y la resolución. Una examinación y una comprensión cuidadosas de lo que uno creía anteriormente muestra al individuo cómo él o ella ha sido formado y afectado por estas creencias. Es imperativo comprender y deshacerse de la enseñanza falsa; es imposible evaluar algo sistemáticamente si no lo ha analizado primero. En otras palabras, no saber lo que uno no sabe puede dañar a alguien y limitar su crecimiento. Para comprender la verdad de Dios, es necesario estudiar con la mente abierta para ver los errores y separarse deliberadamente de la enseñanza falsa y acercarse al evangelio auténtico (1Co 15:3-4).

El primer paso para resolver un problema es reconocer que hay un problema. Por ejemplo, si estoy en el Titanic, no debo quedarme sentada, maravillándome del genio en ingeniería de un sistema fracasado; tengo que abordar un bote salvavidas. De la misma manera, sin una confesión honesta de la herejía de la denominación, es fácil pasar por alto las doctrinas falsas (1Jn 4:1). Muchos racionalizan y excusan las discrepancias, minimizando los errores del «evangelio» adventista. Cuando uno quiere enfrentar honradamente la necesidad de diseccionar su sistema de creencias, tiene que ser humilde y vulnerable.

La palabra de Dios como nuestra brújula moral

Cuando alguien ha sido adoctrinado con un sistema de creencias basado en las doctrinas falsas, su punto focal es descentrado. Este enfoque torcido puede llevar a unas conclusiones extrañas, aun peligrosas. Por ejemplo, si el capitán de un barco confía en un instrumento defectuoso que registra que el barco sólo se desvía del curso por un grado, ¿qué pasaría? Aunque el impacto puede parecer insignificante a primera vista, ¡el resultado sería catastrófico! A menudo, los engaños que están más cerca de la verdad son los más difíciles de discernir; mucha gente tiende a ignorar las discrepancias difíciles de discernir como «no gran cosa». Sin duda, la mayoría de personas puede detectar una secta estrafalaria, pero ¿qué de los que tienen un 99% de la verdad con poca herejía? Piense en dos poncheras idénticas, o sea, son idénticas salvo la gota singular de cianuro contenida en una de ellas. ¿Le importaría qué ponchera contiene el veneno cuando uno quiere una bebida?

En el mundo bancario, se reconoce ampliamente que la mejor manera de detectar un billete falso es estar muy bien familiarizado con la moneda auténtica. Aunque es demasiado difícil aprender todas las posibles falsificaciones, es más o menos sencillo descubrir un impostor cuando la persona conoce el billete auténtico. Si hay un detalle sospechoso, no importa cuán pequeño, el billete es falso.

Del mismo modo, es imperativo conocer la verdad de Dios. Cuando el estado «normal» de uno está descentrado, su sentido de dirección es distorsionado. Pero cuando uno confía en Jesucristo como Su Señor y Salvador, es esencial estudiar la verdad y alinearse con ella diariamente (Salmos 119:133). Tal vez pensamos que hemos dejado atrás el adventismo y abrazado la vida de un cristiano «regular», pero a no ser que desempaquemos los errores que aprendimos y compararlos con las Sagradas Escrituras, no es posible que abracemos totalmente la verdad. Este proceso es como el trabajo de desenmarañar una red de luces para la Navidad que está muy trenzada; es difícil saber dónde termina un cable y comienza el otro. Sólo cuando desenredamos cada doctrina individualmente, podemos compararla con lo que la Biblia dice o no dice. Con frecuencia, lo que anteriormente pensamos que era bíblico es un «extra» de la denominación, mezclada con lo que la Biblia dice. Este proceso de desenmarañamiento es importante para los que están examinando su fe adventista, ya que el legado de la profetisa adventista Ellen White produce confusión (Heb 1:1-2). Muchas de sus «verdades» están mezcladas con la Biblia, y cuesta mucho tiempo separar la realidad de Dios de las herejías destructivas introducidas por una profetisa falsa (2P 2:1). Pero mientras continuamos con este proceso de desentrañarnos, llegamos a estar cada vez menos dispuestos a hacer la vista gorda a las inconsistencias.

Al igual que un cirujano pasa muchos años de estudio y práctica para ser capaz de escindir un tumor, no sólo un tumor visible, sino también los vestigios de la enfermedad no visibles, nosotros debemos ser diligentes para estudiar la palabra de Dios para ser capaces de percibir «el mal», o sea, la corrupción de la verdad de Dios (Sal 119:15; Sal 119:78), y escindirla totalmente. Puede que pensemos que no sea nada pasar varias décadas de nuestras vidas perfeccionando nuestras carreras, pero con demasiada frecuencia, invertimos poco tiempo dominando la palabra de Dios, una actividad que produce valor eterno (1 Timoteo 4:8).

Si queremos estar en buen estado físico, podemos hacer cambios duraderos de estilo de vida y costumbres alimentarias a menos que desenredemos nuestros apegos emocionales a nuestros hábitos no saludables. Del mismo modo, no podemos dejar atrás las creencias falsas completamente sin examinar nuestros apegos emocionales a estas doctrinas y a la identidad adventista. Sin una disección completa, seguimos siendo confundidos, a menudo en maneras sutiles pero profundas, en cuanto al carácter y a la naturaleza de Jesucristo revelados en Su palabra.

Las causas del compromiso espiritual

Muchos que parten de la organización adventista abrazan el verdadero evangelio de Jesucristo. También descartan las creencias de la denominación, sin realmente entender por qué; sólo saben que ya no las creen. Otros dicen que son cristianos evangélicos fieles, pero nunca hablan de su vida anterior como adventistas, diciendo que no quieren vivir en el pasado; sólo quieren seguir adelante. A continuación, hay unas razones comunes por las cuales la gente se niega a examinar su educación adventista.

El temor

Es espeluznante cuando uno se da cuenta de que la supuesta verdad a que se aferraba puede ser una mentira, no sólo una leve aberración, sino una mentira audaz. Es tentador racionalizar y decir que nuestras creencias estaban un poco «erradas». Después de todo, ¿cuál es el problema si asistíamos a la iglesia los sábados en vez de los domingos?

Cuando aprendemos que nuestras creencias son falsas, quedamos desorientados, pero es inquietante descubrir que mucho de lo que nos enseñaron contradecía directamente la palabra de Dios. En vez de experimentar el enojo que acompaña estos descubrimientos, muchos de nosotros quieren creer que han cambiado porque ya no creían en Ellen White o porque la observancia del šabbat ya no encajaba con nuestro estilo de vida. No queremos reconocer que el adventismo es fatalmente defectuoso y que nos traicionó.

Sin embargo, la verdad es que no podemos separar la organización de sus valores fundamentales y sus raíces doctrinales. Cuando eliminamos todos los detalles de doctrina que a nuestro juicio son irrelevantes o sin importancia, el sistema entero se colapsa. Sin estos componentes no hay una Iglesia Adventista del Séptimo Día. O aceptamos o rechazamos el paquete completo: Ellen White, el sueño del alma, el juicio investigativo, la observancia obligatoria del šabbat, los Mensajes de los Tres Ángeles, el mensaje de salud; en definitiva, todas las 28 Creencias Fundamentales. Puede que no entendamos personalmente cada matiz de la organización adventista; sin embargo, es importante comprender que el adventismo nació de un fracaso de poner una fecha (Mt 24:36; Hch 1:7), y una mujer trastornada y engañosa que fue elevada al estado de profetisa (Mt 7:15, 16; Deuteronomio 18:21, 22; Heb 1:1, 2). Cuando examinamos los datos, concluimos inevitablemente que la organización adventista y la iglesia de Dios están en contradicción directa en muchas áreas de doctrina y es imposible reconciliar estas diferencias por conciencia (1Ti 6:3, 4).

Otra faceta del temor que afrontamos es el temor de rechazo y aislamiento social. Vivimos en una cultura donde es más importante ser políticamente correcto o tolerante que decir la verdad. La suposición automática de nuestra sociedad es que las creencias muy arraigadas de cada persona son válidas, y por definición, la tolerancia requiere que encontremos el mínimo común denominador en nuestro acuerdo espiritual. Pero Jesús declara que tiene derechos exclusivos como nuestro camino a la salvación a causa de Su obra realizada en la cruz (Jn 14:6). Mientras muchas religiones concuerdan con la regla de oro, sus doctrinas fundamentales simplemente imposibilitan la conciliación con la cristiandad. En la superficie, la fe adventista parece, en muchos aspectos, casi idéntica a la doctrina de la iglesia cristiana evangélica, pero un examen detallado muestra que hay diferencias importantes, aunque muchos adventistas no reconocen este hecho abiertamente.

Cuando empiezan a caer en la cuenta de que hay graves desacuerdos entre la fe cristiana y el adventismo, muchos adventistas regatean internamente, racionalizando que van a seguir siendo adventistas para ocuparse en «cambiar la institución desde adentro». Mientras hay excepciones a cada regla, este deseo de quedarse en el sistema adventista frecuentemente se debe al temor o es un compromiso disfrazado. Lo desconocido o el temor de ser «descubierto» por los amigos, la familia o los compañeros de trabajo, provoca mucho miedo. También algunas personas están inseguras en su capacidad de defender la fe (Marcos 13:11; Lc 12:12). Es más, el compromiso siempre es más fácil que el cambio. Ordinariamente, cuando alguien en un sistema es completamente honrado, es equivalente al suicidio social y profesional, aunque las repercusiones pueden parecer sutiles a los que observan desde afuera (Jn 15:21). Un rechazo abierto de las doctrinas adventistas es considerado como una partida de «la verdad» y una defección «al otro lado».

Cuando abrazamos y afrontamos nuestro miedo, nos vemos obligados a tomar una posición. El compromiso nunca es una solución, sólo una táctica dilatoria. Cuando se trata del evangelio auténtico de Jesucristo, el compromiso no tiene lugar. Con demasiada frecuencia, racionalizamos nuestras acciones cuando en realidad podemos estar actuando con cobardía y evitando el enfrentamiento. El que permanece en silencio, que ignora o disminuye la herejía abierta sólo para seguir siendo cordial o para mantener una relación para el beneficio personal es negar a Jesucristo y Su obra cumplida en la cruz. No hay una posición neutral; para el adventista que está en el proceso de transición, el silencio significa apoyo al adventismo. El que toma una posición causará problemas; hará oposición, contra la cual uno puede tener que defenderse.

El orgullo

Esta es una cosa difícil de dejar cuando uno se separa de la fe adventista. Es una de las fuerzas motrices más poderosas en nuestra naturaleza pecaminosa. Es lo que llevó a la caída de Satanás (Isaías 14:14; Ezequiel 28:13-19). El orgullo en su capacidad de obtener conocimiento (y saber lo que Dios sabe) fue lo que tentó a Eva a comer la manzana en el Jardín de Edén (Gn 3:5-6). Cualquier cosa que saca el enfoque de Jesús y lo pone sobre una persona es un engaño y es motivado por el orgullo.

El šabbat y las leyes alimentarias son dos categorías de doctrina adventista que se basan en las acciones. Aunque no hay ningún problema inherente en la adoración de Dios cualquier día de la semana o con la observancia de las prácticas alimentarias saludables, el orgullo asociado con la búsqueda de estos requisitos de parte de los adventistas es egoísta y no bíblico. Para los adventistas, la observancia del šabbat es el indicio que separa los salvos de los perdidos; y la dieta saludable es una práctica polifacética que prolonga la vida, permite que los adventistas oigan al Espíritu Santo con más claridad, y evita la estimulación de «las pasiones animales».

Es más, estas actividades tienen una importancia desproporcionada sobre la obra cumplida de Jesucristo en la cruz (lo que realmente no ha sido cumplido según la doctrina adventista del juicio investigativo). El asignar cualquier medida de justicia a las obras como estas es orgulloso y herético (Ro 11:6). Para muchos, el orgullo, junto con el temor, son dos de las razones principales para no separarse de la fe adventista. Ya que alguien ha separado del adventismo, se encuentra con la dificultad de dejar a un lado el orgullo que ha sido fomentado desde su nacimiento.

El adventismo enseña que es la única religión verdadera y que sus miembros son el remanente escogido de Dios que obedece los mandamientos de Él, específicamente el cuarto (Apocalipsis 12:17). Usan el versículo en Apocalipsis 19:10, proclaman que «el testimonio sobre Jesús» (también conocido como «el espíritu de profecía») es la marca de la iglesia remanente, o auténtica, y es personificada en la co-fundadora, Ellen G. White. Para dejar a un lado la identidad del «pueblo escogido» requiere una humildad y dependencia que sólo Dios puede engendrar.

Creímos la mentira; tragamos el anzuelo, la línea y la plomada. Las creencias gnósticas (las revelaciones especiales) son populares y atractivas debido a nuestra naturaleza pecaminosa y orgullosa. Todos queremos creer que somos extra-especiales y que tenemos alguna perspectiva especial sobre algo único y emocionante que sólo nosotros sabemos. El principio bíblico de que todos somos parte del gran cuerpo de Cristo (1Co 12:27), comisionados para servir a la gente por medio de traer el evangelio (no los Mensajes de los Tres Ángeles) al mundo entero (Mt 28:19, 20), es contrario a lo que profesábamos en la organización adventista. Cuando entendemos quiénes realmente somos (antes de aceptar a Jesús), pecadores sin esperanza con una necesidad desesperada de un Salvador, quedamos espabilados. No somos especiales a causa del día que vamos a la iglesia ni por la comida que comemos (o no comemos) (Mt 15:17-19).

De repente, sabemos que solamente somos individuos ordinarios que necesitan un Salvador extraordinario. ¡No se trata de nosotros! Para renunciar al orgullo, tenemos que examinar nuestros motivos y realizar un profundo examen de conciencia. Puede ser una tarea muy difícil, aun puede desencadenar cierta clase de proceso de duelo. La pérdida de nuestro orgullo adventista es difícil. Tenemos que preguntarnos si estamos buscando la verdad y la integridad, o si es más importante tener razón, sentir que somos especiales, ser políticamente correctos, o aun estar cómodos.

Otra forma de orgullo, aunque más sutil, es la idea de que somos «superiores», sin necesidad de desprogramar nuestro sistema de creencias falsas. Todos somos humanos y productos, por lo menos en parte, de nuestras experiencias en la vida. Mientras Dios puede y sí redime lo que hemos experimentado, no permite que evitemos, o que vayamos en avance rápido, las cosas difíciles que tenemos que resolver. A menudo, es precisamente durante estos tiempos bajos y en los lugares más oscuros y humillantes donde Él realiza Su obra más grande en nuestras vidas. Pide que nos sometamos, aun nuestras creencias y nuestra cosmovisión, a Él y que permitamos que nos limpie del orgullo espiritual e intelectual. Todo es parte de Su plan y Su obra en nosotros.

La apatía

Este es un problema que, hasta cierto punto, nos afecta a todos. La realidad es que es difícil y requiere diligencia estar siempre listo para luchar por la causa de Jesucristo. Someternos a Jesús es un trabajo activo, no pasivo. Como se ha dicho anteriormente, el primer paso es reconocer el problema y desmarañar cada parte, pieza por pieza, del sistema de enseñanzas falsas. El próximo paso es reemplazar activamente la enseñanza falsa con la Palabra de Dios y Su verdad. Si no se reemplaza la herejía con un fundamento bíblico, el individuo queda expuesto al engaño mental y espiritual (Ef 4:14). Somos más susceptibles a ser engañados y atraídos por otro concepto falso o doctrina errónea. Las Sagradas Escrituras revelan «el norte verdadero». Pero si no nos sumergimos en la palabra de Dios, el norte verdadero es borroso y seguimos estando equivocados. Puesto que el adventismo enseña que los que están fuera de su denominación son malévolos en el peor de los casos, o ignorantes en el mejor de los casos, necesitamos el evangelio verdadero y tenemos que conocer al Señor Jesús para disipar las enseñanzas falsas y para reemplazar la retórica antigua con las verdades saludables y bíblicas sobre Su perdón, Su gracia, y Su salvación. Es importante tener un fundamento correcto que nos da el único punto de referencia confiable para la vida, la Palabra de Dios.

Es muy fácil ser desviado y apático en nuestro estudio de la Palabra de Dios y la búsqueda de Su verdad. Nuestra cultura equipara la sinceridad con la verdad, animando a la gente a adherirse a cualquier doctrina o sistema atractivo; lo importante es que son sinceros (2Ti 4:3). Con el clima política impulsado por la tolerancia, como es el caso en nuestra cultura actual, algunos pueden decir que somos intolerantes simplemente si tenemos una opinión que no es popular, aun si actuamos con respecto. Este fenómeno se debe principalmente a la creencia generalizada que es imposible conocer la verdad y por lo tanto, no vale la pena hablar de ella. Si la verdad no importa, podemos creer lo que nos da la gana. Todos los puntos de vista son aceptables porque ninguno describe nada real. Cuando gritamos: «¡Es imposible saber la verdad!», en efecto estamos evitando la responsabilidad personal. Si no sabemos lo que se requiere de nosotros, ¿cómo es posible ser responsable por algo? Es fácil cansarse y sucumbir a una actitud de: ¿Para qué molestarme? ¿Es realmente importante? Hebreos 11:6 dice: «…sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan».

El aprendizaje de la verdad revelada en la palabra de Dios nunca es una obra vana, y Su palabra nunca vuelve vacía (Is 55:11). Juan 1:1 proclama: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (énfasis añadido), y La Palabra es el autor de la palabra.

Su palabra siempre es el norte verdadero y nunca nos faltará (Sal 119:105). Nos recuerda de qué y Quién es la verdad (Jn 14:6). Nos dice que no debemos tener miedo, porque si Él está con nosotros, ¿quién puede estar en contra nuestra? (Ro 8:31). Nos advierte de no ser orgullosos (Proverbios 16:18), y nos avisa a ser humildes (Lc 18:14), siervos para Su reino; todo es contrario a lo que nuestra cultura y naturaleza humana nos enseña.

Sobre todo, debemos confiar en Él y en Él solo (Pr 3:5; Sal 118:8). Mientras nos deshacemos de las enseñanzas falsas y llenamos las mentes y los corazones con la palabra de Dios, el orgullo y el temor se desvanecen y la paz de Dios los reemplaza (Jn 14:27). Cuando entendemos bien quiénes somos en Cristo y en Su obra cumplida en la cruz, todo lo demás se vuelve insignificante en comparación (Col 3:3, 4). Jesús y el evangelio, en toda su simplicidad, se han posicionado en primera plana, y demandan nuestra atención completa. Dios nunca nos dejará ni nos abandonará (Heb 13:5-6), y podemos confiar en Sus promesas (Josué 23:14).


Paul y Terry Mirra originalmente se conocieron como estudiantes en la academia adventista Newbury Park, en The Paul Mirra FamilyNewbury Park, California. Partieron de la iglesia adventista formalmente en 2004. Viven en Highland, California, donde Paul trabaja como supervisor criminalista en armas para el Departamento del Alguacil en el condado de San Bernardino. Terry tiene su licenciatura en enfermería de la Universidad Loma Linda, pero actualmente es ama de casa involucrada en los ministerios para mujeres y niños en la Iglesia Trinity Evangelical Free, en Redlands, su iglesia hogar. Su hija mayor, Megan está en su último año de estudios en la Universidad Long Beach State, y es presidente de una sororidad cristiana en el campus, Alpha Delta Chi. Amy, de 13 años, y Autumn, de 11 años, están involucradas en la escuela intermedia y en los ministerios para niños; ¡les encanta servir a Jesús!