Happy Couple

—¡Señor, por favor, haz que se me pare!

Esta oración ha sido el grito de mi alma durante los últimos meses. En muchas maneras, la oración repite los gritos que leemos en los Salmos. He entrado en un tiempo de profundo sufrimiento —emocional, físico, y espiritual—, cuyos detalles estoy compartiendo con unos amigos selectos. Sin embargo, me doy cuenta de que el sufrimiento afecta a tantas personas que creo que sería útil escribir mi columna sobre este tema.

La angustia intensa viene en muchas formas: cuando uno no puede abrazar a su hijo una vez más; cuando uno se siente solo en un matrimonio que lastima y divide; cuando uno vive con dolor crónico o una enfermedad que da vergüenza y humillación; cuando uno sufre la pérdida de miembros de la familia o de amigos, cuando hay problemas económicos, cuando vive con trauma, y la lista sigue. Pero Jesús no nos deja solos en nuestro sufrimiento, sino habla a través de y entra en sus profundidades. Él Mismo es considerado el Varón de Dolores.

He descubierto que  a menudo la gente quiere reducir el sufrimiento de otra persona. Desafortunadamente, en realidad nadie puede hacerlo. Puede que los cristianos traten de dar significado al sufrimiento, creyendo que si encuentran el significado detrás de la miseria, la angustia será reducida de alguna manera. De hecho, muchos de nosotros han aguantado varios comentarios como «… todas las cosas los ayudan a bien…». Sin embargo, el sufrimiento rara vez se reduce cuando uno trata de encontrar un significado en ello; Job y sus amigos demostraron esto vívidamente.

Con frecuencia, me he preguntado si las palabras de los consoladores durante el sufrimiento tienen más que ver con su propia incomodidad que un deseo honesto de «llorar con los que lloran». Un amigo mío que ha soportado mucha angustia me dijo: «Simplemente empiezas a hablar sobre el sufrimiento y pronto verás que otros cambian el tema o abandonan la conversación completamente. Sólo quieren huir del que está sufriendo».

Pero hay un lugar en medio del sufrimiento donde sólo Jesús puede entrar. Jesucristo entiende completamente lo que experimentamos porque Él Mismo aguantó el pleno impacto de ello. Entiende íntimamente el dolor.

La reacción más útil que he encontrado cuando estoy sufriendo es un oído atento y sin juicios; y cuando el dolor supera las palabras, la presencia silenciosa me ayuda.

Se ha dicho: «Dios no desperdicia el sufrimiento». Desgraciadamente, es difícil comprender este cliché cuando el dolor es inaguantable. Sin embargo, estoy empezando a ver un tesoro que sólo viene por medio de la angustia. En 1 Pedro 1:6-7, el autor dice que el sufrimiento produce una autenticidad de fe que vale mucho más que el oro, y la fe tiene mucho valor para Dios. La economía de Dios es muy distinta de la mía. Por lo tanto, es una bendición cuando sufro porque prueba y produce en mí lo que tiene gran importancia para Dios.

Santiago escribe: «… considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada» (Stg 1:2-4).

Parece que la alegría y la angustia son más como adversarios en un combate de boxeo que como aliados. Pero la Biblia yuxtapone la alegría y la angustia. Sin embargo, esta alegría no es un placer masoquista en el sufrimiento. En cambio, debemos reconocer que nuestro sufrimiento es una ocasión para que Dios aumente nuestra fe. Cuando tenemos tribulaciones, podemos regocijarnos porque Dios está probando que nuestra fe es auténtica, aun cuando el dolor parece más intenso que la fe.

Otra consecuencia del sufrimiento es el aislamiento. Pero hay un lugar en medio del sufrimiento donde sólo Jesús puede entrar. Jesucristo entiende completamente lo que experimentamos porque Él Mismo aguantó el pleno impacto de ello. Entiende íntimamente el dolor. Para la felicidad de nuestra salvación, soportó la vergüenza de la cruz y un sufrimiento que no podemos empezar a entender (Is 53; Heb 12:1-2). Mientras que yo pertenezco a Dios, nunca estoy sola aunque ninguna otra persona puede compartir mi dolor por completo.

Jesucristo es nuestra gran recompensa a pesar de las agonías del sufrimiento (Gn 15:1; Mt 5:12; Heb 11:26). Cuando el dolor es insoportable y el aislamiento es agudo, recuerde que hay un Amigo Que Sabe, comprende, y que nos sostiene en Sus manos. Que Dios sea glorificado en y por medio de nuestro sufrimiento.


Carolyn Macomber estaba estudiando para el doctorado en la Universidad Andrews cuando descubrió contradicciones entre el Carolyn Macomberadventismo y la Biblia. Renunció a su membresía en la iglesia adventista en 2009. Es miembro de The Chapel Evangelical Free Church en St. Joseph, Michigan, donde es líder de un grupo de compañerismo para ex-adventistas. Su trabajo consiste en ayudar a las familias a preparar a sus hijos para el ingreso a la escuela y es líder de un grupo pequeño del Bible Study Fellowship en Granger, Indiana.