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El nuevo pacto es la respuesta poderosa al mensaje de salud adventista explicado en esta edición. La obra cumplida del Señor Jesús, administrada en nuestras vidas por el Espíritu Santo que mora en el cristiano, es lo que nos purifica y santifica. Las prácticas y el estilo de vida ascéticos no pueden ayudarnos a llegar a ser más como Él.

Estaba pastoreando una iglesia pequeña en una parte rural de Nebraska cuando los líderes de una iglesia grande de la capital del estado se pusieron en contacto conmigo y me preguntaron si yo estaría interesado en mudarme a Lincoln para ser parte de su personal. Su plan era que yo compartiera las funciones de predicar y enseñar, trabajando junto al pastor principal, a quién conocía, y tal vez después de unos cinco o seis años, haría la transición al cargo de pastor principal. Lo que me interesaba de esta oportunidad era poder trabajar en el ministerio con alguien a quien respetaba mucho, y ser educado y orientado para crecer como líder. Por lo tanto, acepté ir. Era octubre de 1993; tenía treinta y cuatro años.

Unos meses después, al pastor principal le dieron un diagnóstico de cáncer, y en menos de un año, me votaron como el nuevo pastor principal. Estaba completamente abrumado; pensaba que era completamente inadecuado para mi vocación. Ahora, más de veinte años después, me doy cuenta de que aunque posiblemente me equivoqué en varias cosas, en una cosa tenía razón: era y soy completamente incompetente para mi llamado. En realidad, usted es igual, y comprendemos esto, ¿no? Sentimos esta realidad. Pensamos en hablar con un vecino, o un compañero de trabajo, o llevar a cabo un ministerio al que Dios nos ha llamado, y sentimos una sensación de insuficiencia, porque somos insuficientes.

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo encontramos un sentido de seguridad? ¿Cómo encontramos una sensación de fuerza y valentía?

Pablo escribió de este dilema en 2 Corintios, capítulo tres. Cuando usted piensa en 2 Corintios, especialmente los primeros capítulos, probablemente es mejor no hacer caso a las divisiones de capítulos y pensar en este pasaje como una línea de pensamiento continua. Al final del capítulo dos, Pablo nos introduce a unas imágenes romanas gráficas, que convergen en la llamada Entrada Triunfal romana. Evoca la imagen de Jesucristo como el general conquistador, y de nosotros como los siervos conquistados que vienen con Él. Pablo nos recuerda que cuando el desfile pasa por la ciudad, solo hay una persona que recibe el aplauso, y es Jesucristo Mismo.

Es más, Pablo también nos recuerda de que cuando Dios nos «huele», o sea, mira nuestras acciones y nuestro comportamiento, lo que Dios huele es en definitiva el aroma dulce de Jesucristo. Sea que pensemos que nos hemos desenvuelto bien o de manera muy pobre la semana que pasó, cuando Dios nos huele, no huele nuestra actuación personal. Huele el olor dulce de Jesús y lo que ha hecho por nosotros. De hecho, Pablo nos recuerda que Jesucristo es la gran línea divisoria entre los que van a tener la vida eterna y los que tendrán la muerte eterna, una realidad que plantea la pregunta: ¿Quién es competente para ser mensajero del evangelio? Pablo responde que los que son competentes no son los vendedores religiosos; son los que son sinceramente llamados de Dios. Por consiguiente, en el capítulo tres Pablo sigue hablando sobre el tema, ¿Quién es competente?

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¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros o de recomendación de vosotros? Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres. Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón (2Co 3:1-3).

En el primer siglo, era muy común que los líderes religiosos llevaran con ellos una carta de recomendación que era su credencial para el ministerio. Sabemos que los maestros falsos de Corintio eran legalistas religiosos, y es muy probable que llevaran cartas de Jerusalén que los identificaron como mensajeros oficiales del mensaje y sirvieran como sus credenciales. Parece que este pasaje está hablando de maestros falsos que están cuestionando los credenciales de Pablo: «¿Dónde están las credenciales de Pablo? Queremos ver su carta de recomendación».

La reacción de Pablo a sus lectores es: «¿Tengo que responder a las preguntas sobre mis credenciales otra vez? Mi credencial es que sus vidas han sido cambiadas radicalmente por el Espíritu de Dios mediante el poder del evangelio».

Pablo había vivido con los Corintios durante dieciocho meses, y en ese tiempo había predicado el mensaje de poder, y sus vidas nunca serían las mismas. Ahora dice que las vidas de ellos eran su credencial, «Nuestras cartas sois vosotros. El Espíritu de Dios ha escrito en sus corazones que han sido cambiados radicalmente». De esta manera, Pablo está contrastando la religión con el mensaje de Jesús.

Los vendedores religiosos estaban vendiendo la mera religión. Sí, es verdad que la religión tiene la capacidad de hacer un poco de «remodelación», pintar ciertas áreas y producir el cambio externo temporalmente. Pero solo el Espíritu de Dios, mediante el poder del evangelio, tiene el poder de cambiar a una persona de adentro hacia afuera. Por lo tanto, Pablo está diciendo: «La carta de recomendación no está escrita con tinta, sino con el Espíritu de Dios. No es una tabla de piedra; es el corazón de una persona el que ha sido cambiado radicalmente. Estos corazones cambiados son las credenciales».

En otras palabras, Pablo está diciendo que nosotros no podemos hacernos suficientes. De hecho, el ministro no es suficiente, pero el ministerio del nuevo pacto es suficiente. El mensajero no es competente, sino el mensaje. La suficiencia no viene del individuo, sino del Espíritu de Dios, en el poder del mensaje del nuevo pacto.

También, la idea de credenciales religiosas siempre ha sido un problema para la iglesia. Actualmente, en varias denominaciones, todavía hay un gran énfasis en una clase de clérigos que son distintos de los demás cristianos. Separamos los cleros por sus títulos, por sus vestiduras; los separamos como una clase aparte de las demás personas. La separación parece más al antiguo pacto que cualquier cosa que aparece en el nuevo pacto.

La realidad es que en el nuevo pacto no hay tal distinción; no hay una clase de clérigos separada de todas las demás personas. De hecho, para ser competente en el ministerio, no es obligatorio ir al colegio bíblico, ni al seminario. No es necesario ser ordenado ni tener credenciales. Por ejemplo, soy ministro licenciado del evangelio, y tengo cuatro títulos universitarios. Hace más de treinta años que estoy trabajando en el ministerio, pero nada de eso me hace suficiente para el trabajo. La única cosa que me hace suficiente es el Espíritu de Dios que cambia mi corazón, y el poder del mensaje. La suficiencia no reside en el ministro, sino en el mensaje. Está en el ministerio del nuevo pacto, y esto es lo que Pablo está declarando.

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Esta confianza la tenemos mediante Cristo para con Dios (v. 4).

En otras palabras, tal vez los corintios estén pensando: «¡Guau! Parece que Pablo está muy seguro en su relación con Dios». Pablo diría: «Sí, lo estoy, pero esa seguridad no viene de mí, viene de Jesucristo».

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No que estemos capacitados para hacer algo por nosotros mismos; al contrario, nuestra capacidad proviene de Dios, el cual asimismo nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu, porque la letra mata, pero el Espíritu da vida (vs. 5-6).

Pablo se apresuró a declarar que su capacidad venía de Dios, y que la suficiencia venía del hecho de que se le ha llamado para ser siervo de un nuevo pacto, tal como a nosotros se nos ha llamado. Es decir, somos mensajeros del nuevo pacto. El idioma griego tiene un par de palabras para «nuevo». La palabra en esta porción es una palabra que significa nuevo, en contraste con antiguo, que es el significado que esperaríamos, pero también expresa la idea particular de superioridad. Este pacto no solo es nuevo en comparación con el antiguo, sino también es muy superior al antiguo; y este es el argumento que Pablo hace. En círculos filosóficos, diríamos: «Va a argumentar de lo menor a lo mayor, y lo que nos da suficiencia es el mensaje del nuevo pacto».

Después, Pablo es muy gráfico en su terminología cuando habla del hecho de que este pacto no es «de la letra, sino del Espíritu». Y luego añade, «porque la letra mata, pero el Espíritu da vida». Ciertamente, estas palabras gráficas plantean la pregunta: «¿De qué está hablando?».

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Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu? (vs. 7-8).

Con este enunciado, el misterio del que habla ha terminado. Es claro que Pablo se refiere a Éxodo 34, cuando Moisés subió al Monte Sinaí y recibió la ley. Bajó con piedras que Dios había grabado. Esencialmente, esa ley fue el fundamento del antiguo pacto. Para Pablo, es un «ministerio de muerte». La ley mata. Aunque se refiere a la ley como ministerio de muerte, dice que vino de Dios, y vino con gloria. Cuando Moisés subió del monte, su rostro resplandeció. Reflejó la gloria de Dios, pero la gloria duró poco, y Pablo se apresura para decirlo dos veces más.

Hay una teología importante en el hecho de que la gloria desapareció. Dios estaba comunicando el mensaje de que el antiguo pacto no perduraría. Iba a desaparecer y dar paso a un nuevo pacto que sería mucho más glorioso. Así que Moisés bajó, con la gloria, pero esa gloria desaparecería. Este desvanecimiento de la gloria era como si Dios dijera: «Este pacto es temporal. Sirvió con un propósito, y cuando el propósito se cumpla, el pacto desaparecerá y será reemplazado por un nuevo pacto». Dios sigue diciendo a través de Pablo: «Si esta gloria fue la verdad de un pacto que desapareció, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu en este nuevo pacto que es un pacto de vida, un pacto del Espíritu?». Otra vez, el argumento de Pablo va de lo menor a lo mayor.

Una cosa que quiero mencionar aquí es los Diez Mandamientos. No hay duda de que los Diez Mandamientos son una parte de la referencia que Pablo hace aquí. Las piedras contenían los mandamientos y Moisés las bajó del monte. En este artículo, cada declaración sobre el Antiguo Testamento tiene que incluir los Diez Mandamientos. La ley mata; es un ministerio de muerte. A menudo nosotros, como cristianos, hablamos sobre los Diez Mandamientos, pero hablando teológicamente, no estoy seguro que lo comprendamos. Queremos tener réplicas en nuestros parques, tribunales, escuelas, pero de alguna manera, los separamos de la ley entera. ¿Por qué?

Estoy planteando esta pregunta ahora, y voy a regresar a ella más tarde en este artículo.

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Si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación… (v. 9).

Otra vez, Pablo continúa con las palabras gráficas. La letra mata, es un ministerio de muerte, pero ahora se refiere a la ley como «ministerio de condenación». ¿Qué quiere decir?

Todas estas referencias dependen de un conocimiento del propósito de la ley. Esencialmente, la ley era el fundamento del antiguo pacto. Todo el contenido del antiguo pacto estaba destinado a señalar la venida de un Salvador. Dios había hecho una promesa. Podemos ver las referencias que se remontan a Génesis, capítulo 3, donde Dios prometió que por medio del simiente de una mujer vendría Uno que aplastaría la cabeza de la serpiente. Para cuando llegamos a Génesis 15, podemos ver que Dios Mismo se hará hombre y derramará Su sangre para hacer expiación, o para pagar el costo, de nuestra incapacidad de guardar el pacto. Por lo tanto, todo el antiguo pacto señalaba el hecho de que Dios había hecho una promesa, y la promesa era que Él enviaría a un Salvador.

Pero hay un problema: todos tenemos, en las profundidades de nuestro ser, un deseo de ser nuestros propios dioses. Este deseo aparece por primera vez en Génesis 3, y sigue apareciendo en nuestras vidas una y otra vez. La religión lo facilita porque la religión nos dice que podemos hacerlo nosotros mismos. Muy profundo dentro de nosotros hay algo que dice: «Quiero hacerlo yo mismo»; y la religión dice: «Sí, puedes. Solo tiene que obedecer estas reglas. Solo tiene que superar estos obstáculos. Tienes que hacer esto y aquello, y puedes hacerte suficientemente bueno para Dios».

Por eso, Dios envió la ley. La ley nunca estuvo destinada para ser el medio de salvación. A menudo oigo a una persona decir: «Pues, la gente se salvó de alguna forma en el Antiguo Testamento y de otra forma en el Nuevo Testamento». Esa idea es falsa. De hecho, ¡es una teología errónea! La única diferencia entre la salvación en ambos testamentos es que la gente del Antiguo Testamento era salva en anticipación de la cruz, y la gente del Nuevo Testamento es salva mirando atrás a la cruz.

Esencialmente, la gente del antiguo pacto se salvó «mediante el crédito», o sea, la creencia en la promesa de Dios, y que Él enviaría a un Salvador, y ellos murieron creyendo por fe que la promesa era verdad. Pero nosotros tenemos la tendencia de pensar que Dios va a mejorar nuestra «nota», a causa de nuestro deseo de ser nuestros propios dioses. Por lo tanto, tendemos a medir y compararnos con otras personas, y esta comparación es el problema con la religión. La gente religiosa dice: «Soy mejor que la mayoría de personas, y por supuesto, Dios va a mejorar mi nota; y si alguien puede entrar en el cielo, probablemente seré yo».

Entonces, Dios envió la ley para decir: «¡Un momento! No vamos a hacerlo como las religiones, y no voy a mejorar las notas. Aquí tienen ustedes el estándar, unos seiscientos trece mandamientos, y quiero que empleen estos para medirse. Si cada día no pueden obedecer a la perfección cada mandamiento, serán condenados». Dios quería que la gente entendiera que no podían hacerlo por sus propios esfuerzos. Por consiguiente, necesitaban a un Salvador. Esa gente tendría que creer, por fe, que Dios cumpliría Su promesa y enviaría a un Salvador.

La ley era un ministerio de muerte; era un ministerio de condenación. Era un recordatorio constante a la humanidad: «No están a la altura de mis expectativas; necesitan ayuda».

El domingo no es un šabbat del nuevo pacto. La salvación es el šabbat del nuevo pacto.

Mayor gloria

Pablo nos recuerda que el antiguo pacto vino con gloria. Sin embargo, si había gloria en un ministerio de condenación, ¿cuánto más grande será la gloria de un pacto de justicia? En esta sección, Pablo no vuelve a repetir el evangelio, ya lo ha proclamado varias veces a los corintios. Si revisamos 1 Corintios 15, vamos a ver que Pablo dice con claridad que Jesús, Dios encarnado, murió por nuestros pecados, fue enterrado y resucitó. Él afirma que los que creyeron por fe que Jesús murió por ellos —que Él hizo por nosotros lo que no podíamos hacer nosotros mismos—, son perdonados de sus pecados y reconciliados con Dios para tener una relación ahora y por siempre.

Por consiguiente, nuestra posición ante Dios no tiene nada que ver con nuestra conducta. No tiene que ver con nuestras acciones religiosas. Cuando Dios lo huele, solo huele el olor dulce de Jesús. Por eso, el nuevo pacto es un pacto de justicia. Esto quiere decir que está fundado sobre lo que Jesús hizo en la cruz, y que los cristianos pueden presentarse justificados en la presencia de Dios. Aunque hayamos pasado una semana espiritualmente favorable u horrible, ante Dios somos justos, porque nuestra posición no se basa en nuestras acciones, sino en lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz. Así que, en vez de ministerio de muerte, en vez de «un ministerio de condenación», este nuevo pacto es «un ministerio de justicia» y conlleva las buenas noticias llenas de esperanza y vida. Si había gloria en el antiguo pacto, ¿cuánto más gloria hay en el nuevo pacto? Es más, si el nuevo pacto es mucho más glorioso, ¿por qué hay gente que se aferra al antiguo pacto de condenación?

Este argumento de mayor gloria es lo que Pablo ofrece aquí.

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…porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. (v. 11).

Pablo está diciendo que el nuevo pacto es tan glorioso que es como si el antiguo pacto no tuviera gloria. El nuevo pacto es tan superior que, en comparación, el antiguo no fue glorioso. De hecho, nos recuerda otra vez que el antiguo pacto desaparece, pero la gloria del nuevo pacto es más eminente cada día. Pablo estaba confrontando a maestros falsos en Corinto que eran legalistas religiosos. A veces nos referimos a ellos como judaizantes. No negaban la muerte, sepultura, y la resurrección de Jesús; más bien, creían y afirmaban estos acontecimientos, pero se apresuraron a añadir: «Pero no es suficiente». Intentaban entrelazar el antiguo pacto con el nuevo: «Muy bien, aceptamos el nuevo, pero no estamos preparados para dejar el antiguo».

Para los judaizantes del mundo antiguo, la verdad era: «Sí, Jesucristo murió por nosotros, pero necesitamos ser circuncidados, guardar el šabbat, y las fiestas anuales y otras fiestas». Estaban tratando de combinar el antiguo con el nuevo, y Pablo está argumentando a favor de la superioridad del nuevo, y dice que no tiene sentido aferrarse al antiguo.

Tenemos el mismo problema hoy en día cuando la gente trata de combinar algo con la obra cumplida de Jesús en la cruz. Todos conocemos a individuos y denominaciones que afirman la muerte de Jesús en la cruz. Celebran la Navidad y la Pascua. Dicen: «Creemos todo esto. Se trata de Jesucristo y… Jesucristo y el bautismo… Jesucristo y la comunión… Jesucristo y la observancia del šabbat… Jesucristo y estas reglas y normativas legalistas».

Nuestra tendencia es decir: «Mientras ellos entienden la muerte, sepultura, y resurrección correctamente, entonces el resto no importa. Digo, no hay nada de malo en ser un poco más cauto y hacer unas cosas extra, ¿no?».

Pablo está totalmente en desacuerdo con esa conclusión. Cuando Pablo escribió a los gálatas, dijo: «Si añaden una cosa más al evangelio, deja de ser el evangelio». De hecho, esta comprensión del evangelio era la gran división de la Reforma: la salvación viene mediante Jesucristo solo, y no es necesario añadir nada.

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Así que, teniendo tal esperanza, actuamos con mucha franqueza… (v. 12)

Quiero enfatizar las palabras «así que» en el versículo doce. Pablo emplea esta transición para decir: «Dado que la salvación es mediante Jesucristo solo, y que el nuevo pacto es mucho más glorioso que el antiguo, por lo tanto actuamos con franqueza, con confianza y con valor». ¿Por qué? ¿Porque el ministro es suficiente? No, porque el ministerio es suficiente, el ministerio del nuevo pacto. No es el mensajero que es suficiente, es el mensaje. Para dar una paráfrasis de Pablo: «Dada la suficiencia de esta verdad, tenemos un mensaje de esperanza, de vida, de justicia. De hecho, este mensaje superior nos otorga nuestro valor y audacia. Solamente hablamos la verdad y el resto depende de Dios y Su Espíritu».

…y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de desaparecer (v. 13).

Otra vez, Pablo habla de Moisés. Moisés tenía que cubrir su rostro con un velo porque la gloria iba desapareciendo y no quería que la gente viera que estaba desapareciendo, así que ocultó su gloria que se disipaba. Pablo podría decir: «Oye, no es así con nosotros. La gloria del nuevo pacto no está desapareciendo; cada día se hace todavía más glorioso».

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Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado (vs. 14-16).

Esta es una parte interesante de este texto. Pablo está diciendo que Moisés ocultó el hecho de que la gloria estaba desapareciendo, así que hasta ese momento —en el primer siglo cuando Pablo estaba escribiendo—, cuando leían el antiguo pacto, la gente no reconocía que el Antiguo Testamento estaba desvaneciéndose. Pero su propósito entero era señalar la venida del Mesías. Aun dice Pablo, al final de 2 Corintios, capítulo uno, que Jesús es el «Sí» de Dios. En otras palabras, Jesús era el cumplimiento de todo lo que Dios había prometido, pero los corazones y las mentes de esos judíos tenían velos puestos. No podían ver que el antiguo pacto había pasado, y que fue reemplazado por la gloria del nuevo.

Ya que Jesús ha venido, ¿qué sentido tiene conservar el antiguo pacto? ¿Por qué aceptar el antiguo pacto cuando algo mucho más superior lo ha reemplazado? En otras palabras: «La única manera de ser liberado de ese antiguo pacto está en Cristo. Solo cuando estoy dispuesto/a a aceptar que mi salvación no depende de mis acciones religiosas ni de mi capacidad de guardar la ley, sino que soy salvo mediante la obra de Jesucristo en la cruz, solo entonces el velo es quitado. Solo entonces puedo ver que el sistema que me condenó ha desaparecido y que ahora estoy entrando en la vida del nuevo pacto, un sistema de vida y esperanza, un sistema del Espíritu».

Jesucristo es la gran línea divisoria. Cada persona que lee este artículo va a escoger entre dos opciones: creer que Jesús murió en la cruz por sus pecados, y confiar en Jesús por la fe sola, o decidir que va a hacerlo por sí mismo. No hay otra opción. Cada sistema religioso, excepto la cristiandad bíblica, expresa lo siguiente: «Lo haré por mí mismo». Si no reconocemos que no hay observancias religiosas que podemos hacer, que no hay una medida de suficiencia que es aceptable para Dios, vamos a quedar alienados de Dios. Pero cuando finalmente reconocemos que solo lo que Jesucristo hizo para nosotros en la cruz puede satisfacer a Dios, el velo es quitado, y vemos con claridad que el antiguo pacto ha desaparecido y el nuevo ha venido en Jesucristo.

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El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor (vs. 17-18).

Pablo nos recuerda que el Espíritu de Dios que mora en nosotros es Dios Mismo, y donde hay Espíritu, hay libertad, hay emancipación. Está diciendo que la única forma de ser liberado de la presión, la ansiedad y la condenación de un sistema religioso de acciones es por medio de Jesucristo. Si tenemos al Espíritu de Dios, solo hay una razón para la que Él esté en nosotros: hemos confiado en Jesús como Salvador. Si tenemos al Espíritu, hay libertad, hay emancipación.

El antiguo sistema de la ley, el sistema del desempeño religioso, el sistema del legalismo, es un sistema de muerte; es un sistema de condenación. Es un sistema de oscuridad, porque cada día uno vive en la realidad de que ese día posiblemente no haya actuado suficientemente bien, y esa presión nunca desaparece. Aunque una persona intenta ser buena, no sabe si hoy es suficientemente buena, así que todo el día está lleno de temor y ansiedad. Cada día está lleno de la presión de satisfacer las expectativas de Dios, con la esperanza de llegar finalmente al cielo si Dios mejora «su nota».

Pero cuando comprendemos que no podemos ser suficientemente buenos, finalmente sabemos por qué Jesús murió en nuestro lugar en la cruz. Cuando creemos por fe que Jesús lo hizo por nosotros, tenemos libertad. Ya no hay actuación religiosa, presión, temor, ansiedad, y preocupación diaria sobre si alcanzamos el estándar de Dios o no. En los días que he provocado un desastre, y tengo muchos días como éstos, me consuela el hecho de que cuando Dios me huele, solo huele el aroma de Jesucristo. Me presento justo ante Dios. La presión ha desaparecido; he sido liberado.

Pablo nos recuerda que el Espíritu está en el proceso de transformarnos a la imagen de Jesucristo. Dice que tenemos «el rostro descubierto». Moisés tenía que cubrir su rostro porque la gloria iba desvaneciendo. Pero nuestra gloria no está desapareciendo. Se hace más gloriosa día tras día; de hecho, nunca va a desaparecer. De gloria en gloria, se hace cada vez más fuerte, mientras el Espíritu de Dios está cambiándome diariamente, transformándome en una persona más como Jesús. Esa palabra transformación es la palabra griega de donde viene nuestra palabra metamorfosis. El Espíritu de Dios me está “metamorfoseando” a diario, haciéndome más como Jesús. La gloria es mayor y no menor. Pero lea este texto con cuidado; esto no es algo que nosotros hacemos. Es la acción del Espíritu de Dios en nosotros y por nosotros. No hay nada que podemos hacer hoy para hacernos más espirituales. No hay nada que podemos hacer hoy para hacernos más aceptables a Dios o más justos. Si somos cristianos nacidos de nuevo en Jesucristo, todo lo que nos hace agradables a Dios está hecho por nuestro bien y tiene como fundamento lo que Jesucristo hizo en la cruz. Solamente nos pide que vivamos alineados con la verdad acerca de nosotros en Cristo, que vivamos como si realmente creyéramos lo que Él nos dice que es verdad.

Los diez mandamientos recapitulados

Ahora, vamos a regresar a la cuestión de los Diez Mandamientos. Muchos cristianos quieren argumentar que los Diez Mandamientos están en vigencia actualmente. Pero, ¿cuál es la base bíblica para separar a los Mandamientos de la ley, y decir que lo que 2 Corintios 3 proclama no aplica a ellos? ¡Por supuesto que se aplica a ellos! Son las mismas cosas que Moisés recibió en las piedras y trajo de la montaña a Su pueblo. Son un ministerio de muerte; son un ministerio de condenación. Entonces, ¿qué estamos diciendo? ¿Qué los Diez Mandamientos ya no se aplican y podemos vivir como se nos da la gana?

La respuesta es «sí» y «no». Ya no se aplican, eran parte de la ley; han desaparecido con la gloria de la ley. Pero los Diez Mandamientos sí reflejan el carácter moral de Dios. Ahora, en vez de tratar de defender externamente un estándar, tenemos la misma persona de Dios morando en nosotros, transformándonos en la imagen de Jesucristo. El carácter moral de Dios no cambia, y puesto que el Espíritu de Dios está morando en nosotros, el Espíritu de Dios está cambiándonos, transformándonos para vivir en consonancia con el carácter moral de Dios. Entonces, en el Espíritu de Dios, ¿voy a salir y violar esos mandamientos? ¡Claro que no! Sería una violación del mismo carácter de Dios. Pero ahora mi moralidad viene desde adentro para afuera. Ahora está alineada con el Espíritu de Dios, quien está moldeándome y formándome en la imagen de Dios. De hecho, ¡toda mi conducta moral es realmente generada por el Espíritu de Dios!

Algunas personas dicen que los Diez Mandamientos todavía están vigentes porque quieren apoyar su creencia en un šabbat del nuevo pacto. De hecho, tal vez a algunos de ustedes les hayan preguntado: «¿Por qué no guarda usted el šabbat?». Luego, mientras revisa los Diez Mandamientos puede que haya pensado: «Pues, es una pregunta muy difícil de contestar».

Aquí está la respuesta. Número uno: los Diez Mandamientos ya NO SE APLICAN. Número dos: debemos comprender el šabbat. El propósito del šabbat, como el de todo el Antiguo Pacto, era señalar que el Mesías, el Salvador prometido, vendría. El concepto era: Dios trabaja, yo descanso. Esta realidad se remonta a un pasado muy lejano, cuando Dios creó el mundo, descansó, y Adán y Eva entraron en Su reposo. Aún antes de que el pecado entrara en el mundo, Dios demostró la gracia. Él hizo todo el trabajo; nosotros solamente tuvimos que entrar en ello.

Sin embargo, la ley del šabbat no aparece en Génesis, sino en la ley mosaica. De hecho, el propósito de la ley era que Dios obrara y Su pueblo descansara. Este propósito se cumplió con la muerte de Jesús en la cruz. Él cumplió Su trabajo para mí, y yo descanso en la obra cumplida de Jesús.

Por lo tanto, cuando alguien me pregunta:

—¿Guardas el šabbat?

Digo:

—Sí, ciertamente.

—Pues, ¿qué día es el šabbat?

—Es hoy.

—¿Quieres decir el domingo?

—No, es hoy. Si me preguntas lo mismo el martes, diré «hoy»; si me preguntas el viernes, diré «hoy». Cada día vivo en la obra cumplida de Jesús en la cruz. Él obró y yo descanso.

Cometemos un gran error cuando insistimos en que el domingo es el šabbat del nuevo pacto. Es más, el debate sobre el šabbat no se centra en la cuestión de cortar el césped el domingo o el sábado. De hecho, el reducir la observancia del šabbat a realizar o no tareas físicas es simplemente una teología equivocada.

El domingo no es el šabbat del nuevo pacto. La salvación es el šabbat del nuevo pacto. Vivimos en la obra cumplida de Jesús. Él obró, yo descanso.

Quitar el velo

El antiguo pacto, el pacto de la ley, el pacto del legalismo, el pacto de las acciones religiosas, el pacto que recordaba a Israel que necesitaba ayuda, porque todos necesitamos a un Salvador, ese pacto ha desaparecido y ha sido cumplido en la persona de Jesús. Jesús era el «Sí» de Dios. Él cumplió Su promesa y ahora lo nuevo ha venido y lo antiguo ha desaparecido. ¿Por qué queremos aferrarnos a lo que ha desaparecido cuando lo nuevo es sumamente superior?

Ahora en Cristo, Dios ha preparado el camino de salvación, así que aún en los días cuando mis acciones no son muy buenas, mi posición ante Dios es de una persona justificada. He sido liberado absolutamente del desempeño religioso, de la ansiedad y el temor, del cuestionamiento diario de si voy a estar a la altura de las expectativas de Dios. Es el Espíritu de Dios que reside en mí que está transformándome diariamente para hacerme más como Jesús; y en vez de la gloria que se desvanece, la gloria del nuevo pacto del Espíritu aumenta cada día, y va a culminar en la presencia de Jesús.

En comparación con el nuevo pacto, el antiguo pacto no tenía nada de gloria. ¡Qué mensaje maravilloso! Nuestra suficiencia no reside en el mensajero, está en el mensaje —el mensaje del poder del Espíritu de Dios y el mensaje del evangelio que cambia la vida. Pablo nos recuerda de este mensaje magnífico de libertad, esperanza, y emancipación, el mensaje que permite que nos presentemos justos en la presencia de un Dios sagrado. ¡Qué mensaje más impresionante!

Estoy muy agradecido porque cuando estábamos perdidos en nuestro pecado, Jesucristo murió por nosotros. Estoy muy agradecido porque el Espíritu de Dios mora en nosotros, transformándonos diariamente en la imagen de Jesús. Yo sé que ahora mismo, hay personas que están leyendo este artículo que están hartos de la religión. Tal vez usted cree que si es una persona religiosa muy devota, Dios la va a aceptar. Esta es la evidencia del velo que ciega sus ojos y su mente. Es esencial comprender que el esfuerzo de estar a la altura de los estándares religiosos es un sistema de condenación, un sistema de muerte. Ese sistema mata. Mi oración es que el Señor quite el velo, que cada persona comprenda que Jesús hizo por nosotros lo que no podíamos hacer nosotros mismos, que al confiar en Jesús como Salvador, recibimos Su Espíritu; y donde está Su Espíritu, hay libertad.

Copyright 2009, Bryan Clark. Todos los derechos reservados.

 


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Bryan Clark ha sido pastor principal de la Iglesia Lincoln Berean en Lincoln, Nebraska desde 1994. Se graduó de Moody Bible Institute, del seminario teológico Talbot en California, y obtuvo la equivalencia de la maestría en Divinidad y el Doctorado de Ministerio de Denver Seminary. Bryan publicó su primer libro, All It’s Meant To Be, en junio de 2000, y ha escrito para Back to the Bible, la serie AWANA Pathway, Haven of Rest y Leadership Journal. Él y su esposa, Patti, tienen tres hijas mayores.