«¡Tienen su propia profetisa!»

            Era la primera cosa que aprendí sobre la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la denominación de mi esposa Lisa, quien ahora es ex adventista. De modo que me crié en la iglesia cristiana evangélica tradicional, no tenía un punto de referencia para, ni una opinión sobre, la iglesia adventista. Nunca había estudiado la doctrina o la historia adventista. Ni había pensado en el significado del nombre, aunque recuerdo que había visto unos carteles en frente de las iglesias adventistas desde la calle.

Aunque Ellen G. White aparentemente era reticente en proclamar que ocupaba la posición de profetisa, y aunque la naturaleza y la autoridad de sus escritos son cuidadosamente matizadas por la iglesia adventista, lo que Lisa observó me enseñó mucho, particularmente cuando aprendí que la iglesia adventista proclama que el don de profecía, lo que se manifestaba en el ministerio de Ellen G. White, es «una marca identificadora de la iglesia remanente» (cita de la Creencia Fundamental Número 18 de la Iglesia Adventista del Séptimo Día). A causa de mi propia experiencia con un maestro que proclamaba que poseía una perspicacia espiritual excepcional, entendía el peligro de asociarse con una organización que decía que ocupaba una posición exclusiva y superior a todas las otras congregaciones que confesaban a Jesucristo como Señor.

El hipócrita encuentra una nueva vida

A pesar del testimonio de Jesucristo de mis padres fieles, yo sólo tenía la pátina fina de una identidad cristiana. Conocía el lenguaje cristiano y me encajaba bien con varios programas, y a veces mostraba gran interés en aprender más de la Biblia; sin embargo, permitía que las cosas del mundo llamaran mi atención y fueran los valores de mi corazón. No conocía a Dios, mucho menos tenía una visión de Su santidad.

Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente? (Salmo 130:3).

            En su misericordia, Dios no me dejaba permanecer satisfecho con mi idolatría; con frecuencia luchaba con problemas de depresión. Empecé a reconocer la transitoriedad inherente en la búsqueda autónoma de placer y productividad. Aunque mi vida era un grano de arena en comparación con los viajes montañosos del escritor de Eclesiastés, entendía muy bien la verdad contenida en su libro:

Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida (Eclesiastés 2:11).

            Para ese tiempo, estaba viviendo aparte de mis padres y después de un episodio particularmente severo de depresión, tomé la decisión de buscar a Dios. Caí en compañía estrecha con un grupo cristiano de mi universidad. Tristemente, la persona y la obra de Jesucristo no eran el enfoque de la enseñanza de ese grupo. En cambio, se enfocaban en la conducta exterior y me parecía que daban por sentado el evangelio en vez de proclamarlo regularmente. Para empeorar las cosas, mi amistad con el mentor no oficial del grupo se hizo muy codependiente y empecé a ignorar y racionalizar muchas «banderas rojas» y aceptar sin crítica mucho de lo que declaraba. Declaraba que tenía una sabiduría excepcional que lo situaba en su propia liga, capaz de discernir claramente los numerosos problemas de la iglesia en general, sin mencionar su proclamación de tener un conocimiento especial sobre el mundo espiritual. Con frecuencia, decía que había sufrido mucho porque muchos amigos pasados, numerosos familiares y varios conocidos lo habían traicionado o lastimado. Para mí era difícil pensar en criticarlo, mucho menos pensar algo negativo sobre él.

Muchos años después, mediante unos eventos providenciales, ¡empecé a ir a una iglesia nueva que era distinta de cualquier otra iglesia que había experimentado o jamás sabía que existía! Predicaron el pleno consejo de la palaba de Dios sin reservas y energéticamente; siempre la enseñanza llevaba a la oferta misericordiosa de la salvación mediante la fe en Jesucristo.

¡Odiaba esa iglesia! Sonaba tan orgullosa y prosaica, y era positivamente deficiente según la perspectiva que había adoptado durante mis años en la universidad (una perspectiva que era amplia y furiosamente crítica de todas esas iglesias hipócritas e indiferentes en América). Pero a mi sorpresa, la gente me amaba y era paciente conmigo mientras la enseñanza desgastaba mi hipocresía.

El Señor… tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3:9).

            Mientras aprendía cada vez más sobre el significado de la obra de Jesús en la cruz y lo que Su oferta gratuita del perdón implicaba, así como otras enseñanzas bíblicas, empecé a comprender que esas «banderas rojas» que había ignorado en mi mentor de la universidad eran indicativas de una realidad más profunda.

Por sus frutos los conocerán (Mateo 7:16).

Esta era una verdad difícil de aceptar, y una que me destrozó emocionalmente con pensamientos conflictivos. Tenía un sentido tanto de ser traicionado como de ser traidor; sentía remordimiento por mi estupidez, fuertemente combinado con el temor de que estaba en el camino rumbo a la pérdida eterna. También, sentía que una parte esencial de mi ser había sido demolida. Me sentía muy sólo. Recuerdo que estaba paralizado interiormente con ansiedad muda durante varias semanas desempeñando mis actividades cotidianas como autómata.

¡Dejen de confiar en el hombre, que es muy poco lo que vale! ¡Su vida es un soplo nada más! (Isaías 2:22).

            Finalmente, confesé estos pensamientos a un amigo y empecé el proceso de arrepentimiento por mi temor del hombre y de depresión, totalmente aferrándome a Jesucristo como el único Ser que tenía el derecho de tener mi lealtad y mi confianza de ser salvo. Esos días eran difíciles pero importantes. Poco a poco, la confusión en mi mente y mis sentimientos empezó a desvanecerse mientras empezaba a aprender a renovar mi mente cada día con las promesas de la dirección compasiva de Dios y de Su presencia continua (Ro 12:1-2; Sal 42:5; Ro 8:32), así como arrepentirme de las actitudes y los pensamientos pecaminosos que me habían rodeado y cautivado hasta entonces.

Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido (Sal 130:4).

Me casé en el mundo ex adventista

Era casi al final de ese tiempo de turbulencia cuando conocí a Lisa. Ella me tenía mucha paciencia mientras luchaba con mis problemas de ansiedad y mis pensamientos y sentimientos conflictivos. Ella ya había pasado por su propia jornada de partir de la organización adventista para cuando nos conocimos y había aprendido a encontrar su reposo en Jesús. Hacía unos años que ella había vencido su temor arraigado sobre la adoración de Dios los domingos y había desaprendido varias otras doctrinas equivocadas de la iglesia adventistas que la habían dejado confundida sobre la verdadera naturaleza de Dios, del pecado y de la obra de la cruz de Jesucristo. Ella me dijo que aunque nunca había pensado que fuera una persona especialmente piadosa, que nunca había observado el šabbat perfectamente bien, y que pensaba que había problemas con los escritos de Ellen White, todavía había percibido un sentido cómodo de privilegio y exclusividad cuando estaba creciendo en la iglesia adventista.

Después de nuestro matrimonio, empezamos a ir a una iglesia que era la iglesia madre de un grupo de ex adventistas. Lisa y yo comenzamos a ir a sus almuerzos después de los servicios dominicales. Aunque me costó trabajo entender sus términos y sus referencias conversacionales, los que simplemente eran artefactos de la tradición común que todos habían dejado atrás, me sorprendió cómo describieron sus experiencias de separarse de la organización adventista. Por un lado, nunca podía apreciar el peso de su cambio de opinión sobre una organización con un legado de más de un siglo que incluía muchas prestigiosas escuelas e instituciones médicas. Tampoco podía empatizar plenamente con ellos por la pérdida de muchos miembros de la familia o de amigos. Mucho menos podía compartir la experiencia de ser rechazado por sus queridos, como muchos de los ex adventistas; y muchos todavía siguen sufriendo este ostracismo. Pero sí entendía el entumecimiento que viene cuando uno pierde una parte de su identidad, y el temor de acabar fuera de la gracia abundante de Dios. Además, entendía que el acto de escuchar ciertos versículos bíblicos podía desencadenar memorias y sentimientos, estimulando involuntariamente el dolor y un sentido falso de culpabilidad.

Lo que tenía más en común con el grupo era el conocimiento radical de que Jesucristo es todo; no sólo es digno de ser seguido, sino también Él promete que no va a perder ninguno de sus ovejas (Jn 10:28), y siempre estará presente con Su pueblo (Mt 28:30). También me identificaba con la devoción ferviente del grupo para la palabra de Dios porque para vencer mi hipocresía y temor del hombre, Dios tenía que ordenar la nueva vida en mí (2 Corintios 4:5-6) y aplicar Su palabra diariamente a mi vida (Jn 17:17; Ro 12:1-2; Col 3:16).

La ley del Señor es perfecta: infunde nuevo aliento. El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo (Sal 19:7).

Ir a la fuente

Durante nuestros almuerzos, de vez en cuando pedía que los ex adventistas me explicaran las doctrinas adventistas particulares y por qué no tenían apoyo bíblico. Pronto me di cuenta de que entendía muy poco de varios temas importantes; no podía presentar argumentos a favor o en contra de ciertas creencias, tales como la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la profecía, la ley, el estado de los muertos, y la naturaleza de la expiación. Como esposo y padre, me di cuenta de que tenía que afrontar mi falta de profundidad en estas áreas; soy responsable, después de todo, para la dirección y el liderazgo espiritual de mi familia (Efesios 5:25-6:4). Llegué a comprender que mis creencias tenían que surgir de la fuente de la Palabra de Dios en vez de la tradición o el entorno que me influía e informaba.

Para entender mejor algunos de estos temas, empecé un proyecto personal para leer no sólo la información de Life Assurance Ministries, sino también de los escritores adventistas, y evaluar ambos a la luz de la Biblia. Cuando leí los materiales adventistas, desde la serie Conflict of the Ages de EllenWhite hasta los Sabbath School Study Guides, desde Seventh-day Adventists Believe hasta los escritores adventistas actuales como el eminente Samuele Bacciochi, noté los factores comunes en muchas publicaciones adventistas. Desde los mandamientos múltiples relacionados con la vida saludable hasta la retórica apasionada sobre la importancia de guardar el šabbat en los últimos días, y lo que sólo se puede describir como la exégesis torturada que apoya la doctrina del ministerio de Jesucristo en el santuario celestial y el juicio investigativo, entendí que la doctrina adventista era totalmente ajena a una cosmovisión bíblica. Ciertamente, uno puede generar una retórica que parece firme para ciertas enseñanzas adventistas, especialmente éstas que se relacionan con el estado de los muertos y la observancia del šabbat, pero concluí que la doctrina adventista no encajaba con la verdad bíblica.

La cosa más trágica y frustrante que leí era la descripción de «la iglesia remanente». Según la literatura adventista, el remanente sería marcado por su fidelidad a los Diez Mandamientos (lo que los adventistas describen frecuentemente en palabras mejor reservadas para la persona de Jesucristo) y el Cuarto Mandamiento en particular. Para el que vaga fuera del rebaño, la falta de obedecer este mandamiento pone su alma en peligro.

Ahora, sería tanto insincero como irresponsable decir o insinuar que todos los miembros de la iglesia adventista creen todas las 28 Creencias Fundamentales, o que todos los miembros creen que los escritos de Ellen White no tienen problemas. Sé que hay los que no creen y que desean reformar la iglesia adventista. También sería difamatorio decir que no hay cristianos en la iglesia adventista o que nadie puede ser salvo si creció en la tradición adventista o si se unió con la iglesia adventista más tarde en su vida. Creo que Dios es un Padre compasivo, dispuesto a recibir de nuevo a sus hijos pródigos (Lc 15:20-24). James Packer expresa este sentimiento muy bien:

Dios es sumamente misericordioso y se entrega realmente a todos que lo buscan de verdad… no importa si su teología es buena o no tan buena. ¡El burócrata moderno retiene concienzudamente los beneficios hasta que todos los formularios de aplicación han sido completados y llenados correctamente, pero nuestro Dios no es así! (Keep in Step with the Spirit, págs. 129-130).

Sin embargo, el enmarcar nuestra evaluación de la iglesia adventista con preguntas como «¿Los adventistas son cristianos?», es un error de entender el problema. Puesto que la doctrina adventista sobre el šabbat y las muchas reglas de Ellen White sobre la vida saludable son expresiones claramente no barnizadas de las herejías gálatas y colosenses, el que está expuesto a las doctrinas adventistas tiene en peligro su alma. Además, la identificación de la iglesia adventista como la iglesia remanente basada en el Espíritu de Profecía (los escritos de Ellen White) sólo añade al peligro, porque esta identidad crea una base de seguridad, privilegio y bienestar que no viene de su identidad en Jesucristo por medio de una confesión de fe en Su obra cumplida, sino de los escritos de una sola persona y de una organización humana (1 Corintios 1:10-15; Gálatas 3:27-29).

Para cualquier miembro de la iglesia adventista que no esté satisfecho con las enseñanzas de la organización o para el que se haya partido de la iglesia adventista, ruego que siga a Jesús según Su palabra por dondequiera que lo lleve. Su yugo es suave y Su carga es liviana (Mt 11:28-30). Ha prometido que no va a ser tentado más allá de lo que pueda aguantar, sino que les dará una salida a fin de que pueda resistir. (1Co 10:13).

Para cualquier miembro de la iglesia adventista o ex miembro que está lastimado, digo que hay mucha gente que tiene gran compasión y empatía por usted y que quisiera apoyarlo y escuchar su historia y darle las buenas noticias de Jesucristo. No sólo creó a usted sino también es capaz de redimirlo y redimirá su historia también.


Jonathan Winn nació en Greenville, North Carolina, pero ha pasado la mayoría de su vida como adulto en California donde trabaja en la industria de seguros. Vive en Yucaipa, California con su esposa Lisa y su hijo Daniel. A Jonathan le gusta leer, jugar con Daniel y recuperar el sueño perdido en su tiempo libre.