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Durante los primeros años de mi vida, el vegetarianismo era casi desconocido en mucha de la cultura estadounidense. Era casi imposible ir a un restaurante y pedir comida sin carne, a no ser que uno estuviera contento con una ensalada (y aun a menudo se tenía que comer la ensalada en un ambiente contaminado con humo de cigarrillo). Algunos restaurantes servían «platos de verduras» si se los pedían, pero en general, la gente se sorprendía y se confundía si alguien decía que era vegetariano.

Durante las últimas tres décadas, el vegetarianismo ha crecido en popularidad. Ya no es la propiedad de un grupo marginado que apoya religiones inusuales, sino es un estilo de vida para muchas personas que están buscando una mejor salud, una vida más larga, la armonía con la naturaleza, y el peso político para los grupos con intereses especiales como la prevención de la crueldad hacia los animales. Hoy en día, la mayoría de restaurantes ofrecen opciones de menús vegetarianos, y el vegetarianismo es considerado chic y atractivo, gracias a las numerosas celebridades que han adoptado esta práctica.

Es interesante que el vegetarianismo haya crecido en popularidad al mismo tiempo que la cultura americana ha adoptado gradualmente las prácticas del oriente, como la meditación para el alivio del estrés y las experiencias espirituales mejoradas. Simultáneamente, la cristiandad evangélica occidental ha llegado a ser cada vez más inclusiva, mientras procura aprovechar las similitudes en vez de las diferencias, tanto entre las denominaciones como entre las religiones distintas.

El problema con estas evoluciones sociales no se trata solamente del consumo de las verduras. Lo que uno come es inmaterial, según Pablo, siempre que se coma «para el Señor» (Ro 14:6). El verdadero problema es el declive en el conocimiento bíblico entre los que se llaman cristianos.

Si la Biblia es la única regla para la fe y la práctica de los cristianos, entonces uno tiene que tomar en serio los mandamientos del nuevo pacto de que uno no debe decir que un alimento es «impuro» (Mr 7:19; Hch 10:9-16; 1 Timoteo 4:1-5). El crecimiento y la madurez espiritual no tienen nada que ver con lo que comemos. Dios instruyó específicamente a Pedro que no debía declarar a una persona o una comida impura, para que supiera que debía ir a la casa de Cornelio y quedarse en ese ambiente gentil y comer su comida gentil.

El nuevo pacto revela que Jesús ha quebrantado las barreras establecidas por la ley, las que separaban a los judíos de los gentiles. Ahora es un mandato del evangelio que los hijos de Dios, nacidos de nuevo, coman «todo lo que se os ponga delante… sin preguntar nada por motivos de conciencia» (1Co 10:27).

Nuestra posición ante Dios y nuestra recepción del Espíritu Santo no tiene nada que ver con nuestras dietas. En cambio, es cuestión de confiar en el Señor Jesús como el Sacrificio por nuestro pecado. Nuestra relación con Dios depende totalmente de nuestro estado, de haber nacido de nuevo del Espíritu (Jn 3:3-6). —Colleen Tinker