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Cuando yo tenía siete años, vi un cuadro de Harry Anderson que representaba a Jesús parado sobre una ciudad grande, con las manos extendidas. Se titulaba «Christ of the City» (Jesucristo de la Ciudad). Jesús parecía tan auténtico que me preguntaba si Él estaba tocando los rascacielos con las manos. ¿Alguna vez Jesús estuvo parado así sobre Tacoma Park donde vivíamos? Tal vez si buscaba en el cielo con mucho cuidado, podría verlo.

            —Mamá— pregunté un día—. ¿Por qué no podemos ver a Jesús? O sea, ¿por qué no se nos aparece?

            Ella dejó de leer su libro y sonrió.

            —Algún día, querido. Si somos fieles lo veremos cuando regrese.

Aparentemente, otras personas han podido verlo, como en los cuentos para dormir, pero yo no. Él prometió estar con nosotros, pero no podía encontrarlo por ninguna parte. Mi papá nos decía que la gente imaginaba cosas, y tal vez Jesús era imaginario. Esa idea me preocupaba y sembró la semilla de la duda en mi mente.

Esta es la historia de un agnóstico, uno que ha dudado de Dios casi toda la vida. Puesto que esta es mi historia, me gustaría escribir un cuento heroico de cómo, por medio de una investigación heroica, llegué a ser lo suficientemente sabio para conocer a Dios. Pero esa no sería la verdad. Realmente es la historia de cómo mi búsqueda de conocimiento fue bruscamente interrumpida, y se me concedió ver.

El agnosticismo de Huxley

¿Qué es un agnóstico? Aquí tiene una definición útil de los diccionarios Oxford (traducido):

Agnóstico: Una persona que cree que nada se conoce, ni puede ser conocida, de la existencia o la naturaleza de Dios, o de cualquier cosa aparte del fenómeno material; una persona que dice que ni cree ni no cree en Dios1.

Hay varias clases de agnósticos. El ateísta agnóstico no cree en ningún dios, pero no está seguro si existen o no. El teísta agnóstico cree que hay un dios pero no está seguro en su conocimiento de ese dios. También hay agnósticos apáticos que piensan que nadie puede tener conocimiento de los dioses, porque estas cuestiones son de puro interés académico2. Prefieren no molestarse por pensar en Dios.

El movimiento agnóstico moderno empezó con Thomas Henry Huxley, 1825-1895. Huxley era biólogo principalmente autodidacta con una pasión por el conocimiento. Sus habilidades de debate y conocimiento científico lo colocaron entre las mentes más grandes de Inglaterra. Se hizo amigo de Charles Darwin y defendió tan vigorosamente la teoría de la evolución que lo llamaban «el bulldog de Darwin». Huxley acuñó el término «agnóstico», porque quería contrastar la mente científica con los gnósticos de la edad temprana cristiana3. A Huxley no le interesaban nada las cosas místicas o sobrenaturales; explicó su cosmovisión agnóstica así:

En asuntos del intelecto, siga su razonamiento hasta los límites, sin importar cualquier otra consideración. Y negativamente: en asuntos del intelecto, no finja que las conclusiones son ciertas, las que no son demostradas o demostrables. Eso, en mi opinión, es la fe agnóstica4.

La razón y la evidencia, sin «otra consideración», definían el escepticismo de Huxley. Los cristianos habían fracasado en demostrar sus creencias sobre un Dios invisible con evidencia o con la vida moral, creía Huxley, así que su religión era un fraude. El término de Huxley, agnóstico, se popularizó para gran satisfacción suya. De hecho, desde su introducción del término, ha habido muchos agnósticos famosos: Susan Anthony, Arthur Conan Doyle, W. E. B. DuBois, y recientemente, el teólogo Bart Ehrmann, el astrónomo Carl Sagan, y Bill Nye «the Science Guy» (el científico). El escepticismo está de moda, y en total, uno de cada cinco estadounidenses es agnóstico, ateo, o no profesa ninguna fe.

Pero hay otra clase de agnóstico además del secularista al estilo de Huxley: una clase religiosa. Los agnósticos religiosos tienen dudas significativas sobre la existencia o la bondad de Dios mientras mantienen una identidad religiosa6. Se reúnen en los centros educacionales y se los encuentra comúnmente en el adventismo. Yo sé porque era uno de ellos.

Mis dudas religiosas empezaron en una familia conflictiva. Desde mis memorias más tempranas, mis padres defendían sus opiniones contrapuestas sobre muchas cuestiones, especialmente la religión. Mi mamá era adventista fiel, mientras mi papá cuestionaba su fe. Mi abuelo paterno fue un pastor adventista dogmático y abusivo, así que mi papá decidió muy temprano que encontraría su verdad en los libros, y no en la iglesia de su padre. Como adulto, él leía el libro escrito por el filósofo Ayn Rand, Atlas Shrugged, y su incredulidad se solidificó. Mi papá era un lector voraz y le encantaba el intercambio de conocimiento. Nos enseñaba a mis dos hermanas y a mí a distinguir entre los datos y la estupidez.

Cuando íbamos al Instituto Smithsonian en Washington, D.C. durante los šabbat por la tarde, yo miraba fijamente a los esqueletos de los dinosauros y pensaba en la vida en los tiempos prehistóricos. Allí en el Smithsonian, aprendí la cosmovisión seglar: la vida es una lucha cruel, y la muerte siempre tiene la última palabra. Pero no nos enseñaron ese punto de vista en la escuela sabataria, donde la autoridad de Ellen White reinaba. En mi mente inmadura, una lucha de vida y muerte también se desarrollaba entre las autoridades opuestas: la ciencia seglar y la señora White. De esa lucha interna surgiría la verdad.

Mi mamá amaba a Jesús y la iglesia, y era fiel al mensaje adventista enseñado por la profetisa Ellen White. Convencida de que el adventismo había perdido el camino, en 1961 ella se unió al movimiento «Awakening» del evangelista inconformista, Robert Brinsmead. Ella estaba convencida de que todos debíamos prepararnos para el juicio. En nuestra casa las tensiones aumentaron mientras dos visionarios luchaban para conseguir nuestra lealtad: Ellen White y Ayn Rand. Se formó una división en mi mente, un deseo por Dios y una suspicacia profunda que la religión era una fantasía.

Cuando mis padres se separaron, mi mamá nos llevó (a sus tres hijos) a vivir en una parte rural de Arkansas donde absorbimos la cosmovisión adventista. Pasamos los días sin televisión, explorando los campos y los bosques, cultivando los alimentos naturales, y leyendo libros, especialmente Ellen White. Cuando descubrí la astronomía, todas esas distancias enormes y las edades largas no cabían en el universo pequeño y joven de nuestra religión. La gente de nuestra iglesia explicaba las contradicciones entre la fe y la ciencia diciendo que los científicos eran engañadores o deshonestos. Por lo tanto, podía creer en la ciencia o en la Biblia, pero no ambas. Esta dicotomía presentó un dilema: la Biblia dice que los cielos declaran Su gloria, pero si estudiamos los cielos, ¿seremos engañados? A pesar de esta confusión, quería explorar el universo, y no esconderme del mismo.

Mi papá no vivía con nosotros, y nuestro aislamiento cultural permitió que mis dudas sobre Dios estuvieran latentes, por un tiempo. Pero el experimento de mi mamá de aislarnos no fue exitoso. Ella volvió a casarse, esta vez con un hombre rencoroso e inestable, y nos mudamos constantemente. No podíamos escapar de los medios de comunicación populares, ni de la escuela pública, ni de los niños de nuestra vecindad, ni de la gente religiosa excéntrica, ni de nuestros impulsos naturales. Cuando tenía 13 años, mi rebelión necesitaba más estructura de lo que mi mamá podía ofrecerme, así que me envió a vivir con mis tíos adventistas en la isla de Guam. Este cambio resultó ser provechoso, y bajo el cuidado y la disciplina de mis tíos, este rebelde insolente llegó a ser prácticamente civilizado.

La teología de la duda

Las semillas de la duda también fueron sembradas y regadas por nuestras ideas religiosas. Éramos adventistas muy devotos, pero para nosotros, Dios no tenía el poder de reinar sobre su propio universo. Las doctrinas centrales del adventismo reducían mucho a Dios.

     La gran controversia: El libro de White, The Great Controversy, nos enseñaba que los propósitos originales de Dios habían fracasado, y ahora estaba jugando de defensa contra las maniobras de Satanás. En el pasado remoto, la divinidad de Jesús era incierta, entonces cuando Dios exaltó a Jesús sobre Lucifer, el ser creado más elevado, Lucifer se rebeló y se quejó, diciendo que Dios y su ley no eran justos. Ahora, bajo sospecha, Dios fue forzado a permitir que Lucifer hiciera estragos en el universo, tentando a los otros mundos a no confiar en Dios. Luego, Jesús se encarnó con una naturaleza pecaminosa y vino al mundo para obedecer la ley y reivindicar el carácter de Dios. Pero a causa de sus propensiones pecaminosas, Jesús tenía la posibilidad de fracasar en su misión, así volviéndose infinitamente malvado7.

La soberanía debilitada de la Trinidad agrandó el poder de Satanás. Mientras Jesús era muy proclive al fracaso, Satanás adquirió poderes casi divinos, acusando a Dios de la injusticia y causando libremente estragos en el universo de Dios. No creíamos que Dios ordenaba la historia, sino que la historia fue influida por «una controversia» entre dos seres casi iguales: Jesucristo y Satanás. Puesto que la tierra era el centro de esta batalla, las vidas humanas estaban siendo sacrificadas para probar al universo cuán malo era Satanás.

Dios nos amaba, pero temíamos el poder de Satanás porque él nos podía hacer cosas terribles. Todos habíamos oído cuentos de terror sobre Satanás. Si Dios se había negado a controlar a Satanás o a la gente malévola, nos costaba creer en su promesa de que todas las cosas, incluidas las cosas malas, obrarían para nuestro bien (Ro 8:28). El dios de la Great Controversy era un político débil que temía que iba a perder su popularidad, haciendo grandes promesas de que las personas razonables debían dudar. Por consiguiente, depositamos nuestras esperanzas en nuestra posición como miembros de la iglesia remanente, en crear mentes robustas, y en la observancia del šabbat. Nuestros futuros siempre estaban en juego porque, después de todo, en la guerra hay víctimas.

     La prueba del šabbat: El cuarto mandamiento probaba nuestra lealtad a Dios y nos separaba del mundo pecaminoso. Pero con múltiples versiones de las reglas, ¿quién realmente observaba el šabbat? ¿Podíamos cocinar la comida, lavar los trastes o hablar de negocios? La señora White dijo que no, pero la mayoría de adventistas que conocíamos hacía estas actividades. ¿Qué de los niños andando en bicicleta o jugando ruidosamente? Era más fácil hacer lo que queríamos y después racionalizar. Cuando cambiamos las reglas, nuestras bromas nerviosas cubrieron nuestra culpa y nuestras dudas.

     Ellen White, la última palabra: Ella era la guardiana de la realidad. Cualquier cuestión importante de la vida fue sometida a sus escritos con sus miles de mandatos para inducir un sentido continuo de insuficiencia. Si ella era la profetisa final de la historia humana, desobedecer sus palabras tenía consecuencias fatales. Nadie nos dijo que Jesús era el profeta final (Hebreos 1:1-3) o que solo Él poseía la última palabra autoritativa (Jn 12:47-50). Más tarde, aprendí que a menudo ella estaba equivocada en sus pronósticos y que sacó muchas ideas de otros escritores. Sin embargo, decían que sus errores no podían descalificarla como «la pluma de inspiración». Si la inspirada señora White tenía defectos, razonaban ellos, también los tenía la Biblia inspirada. Nos avisaban que nunca debíamos dudar de ella, porque íbamos a dudar de la Biblia y dejar la fe completamente8. Para mí, esa advertencia llegó a ser una profecía auto cumplida.

     La doctrina del santuario: El juicio investigativo (JI) es la doctrina clave que justifica la existencia del adventismo. Pero para la mayoría de miembros es la doctrina menos entendida. Hemos oído de versiones más moderadas de esta doctrina espantosa, lo que plantea aún más preguntas.

La doctrina del santuario nos enseñaba que todos nuestros pecados fueron registrados en libros celestiales, esperando el juicio investigativo. Cuando pedimos perdón a Dios, en vez de ser olvidados (Jeremías 31:34), nuestros pecados se trasladaban al santuario celestial9. Es decir, que nuestros pecados todavía nos podían jugar en contra, y no teníamos una verdadera seguridad de salvación10. Con solamente un perdón provisional, siempre estábamos en libertad condicional como niños traviesos en acogida temporal que podrían ser rechazados y devueltos.

La desesperación y la confusión

Mi crecimiento adventista, que incluía a un Jesús débil y un Satanás amenazador, requería una voluntad fuerte que determinaría mi destino eterno. Pero no era fuerte, y como uno en libertad condicional, buscaba fuera del adventismo para escaparme y ser libre. El escape se daba, pero era la clase de escape que lleva a la desesperación.

En la Universidad de La Sierra, me especialicé en la ciencia del comportamiento y la religión para prepararme para una carrera en la psicoterapia. Mis profesores de La Sierra eran simpáticos, y su amor por la buena formación académica era contagioso. Me atraía en particular la teología de Rick Rice, de «la apertura de Dios» y su libre albedrío radical. No hay nada que predetermina nuestras elecciones a favor de o en contra de Dios, ni nuestras condiciones genéticas, ni nuestras historias, ni Satanás, ni Dios. Somos tan libres que ni siquiera Dios sabe nuestras elecciones futuras11. La teología me parecía justa y lógica. Pero la psicología tradicional enseñaba el poder determinista de las influencias tempranas y los impulsos, y negaba nuestro libre albedrío. Lo que me impresionó en especial era la fuerte crítica de Freud de la creencia en Dios. Dijo Freud:

Un dios personal no es más que una figura paterna exaltada; el deseo para tal deidad proviene de los deseos infantiles por tener un padre poderoso y protector, por la justicia, la imparcialidad, y la vida eterna12.

La fe en Dios como un deseo infantil para un padre cósmico se planteó como un elemento clave en mi pensamiento. Como muchas personas en la profesión de la psicoterapia, acepté las aserciones de Freud sobre la fe como autoritativas sin examinar las suposiciones detrás de ellas. Después de todo, la psicología supuestamente reemplaza nuestra necesidad de la superstición religiosa, y por eso la teoría sobre la proyección de la figura paterna parecía indiscutible.

Mientras tanto, durante la década de los setenta, la guerra sobre la teología de salvación seguía entre Bob Brinsmead y Desmond Ford por un lado, y el liderazgo adventista por otro. Mi familia había seguido la enseñanza de Brinsmead desde los principios de la década de los sesenta, y su nuevo énfasis de Reforma en la justificación por la fe sola era convincente. Su revista ampliamente leída, Verdict, tuvo un gran impacto en la iglesia adventista y desafió al mundo evangélico. El evangelio de Reforma era asombroso y perturbador, y a través de los años de mi confusión, nunca me olvidé de ello. Cuando Desmond Ford y Bob Brinsmead expusieron el JI como un fraude no bíblico a fines de la década de los setentas, nos regocijamos. Entonces, en 1980, la jerarquía adventista, mediante la intriga política y una tormenta de argumentos teológicos, expulsó a Desmond Ford del ministerio. Fue el acontecimiento singular que más me alienó del adventismo y de toda la iglesia cristiana.

Ahora, estaba listo para unirme a mi papá y leer Atlas Shrugged por Ayn Rand. A diferencia de los hombres religiosos y los políticos, los héroes brillantes de Rand nunca ponen en entredicho su racionalidad o su integridad. Sus villanos son hombres mediocres, quienes toman por fraude lo que no pueden ganar por mérito. Los héroes son productores industriosos de la riqueza que siempre comercian con «valor igual» y nunca «permiten lo no ganado o no merecido, ni en materia ni en espíritu»13. Cuando los productores están acorralados, retiran a su enclave secreto y miran al mundo mientras se derrumba. En el mundo ideal de Ayn Rand, la gente siempre recibe lo que merece, porque solo los parásitos y los saqueadores esperan lo que no ganan14. Rand especialmente odiaba a la cristiandad porque enseña el sacrificio personal y porque recompensa los vicios de estupidez y debilidad.

Aunque el ateísmo dogmático de Rand me parecía extremo, y todavía quería un dios, su racionalismo y su individualismo me inspiraron. Un dios justo seguramente gobernaría según los ideales de Rand. Lo que no podía ver en su «virtud de egoísmo» era que una vida sin misericordia era una vida de remordimiento.

La política se convirtió en mi religión, con autosuficiencia y nacionalismo como mi credo. En las palabras del comentarista, Dennis Prager, yo estaba «borracho con libertad». Obviamente, entre todos mis psicólogos, filósofos y teólogos favoritos había contradicciones enormes. Aun así, los apiñaba en «mi canasta filosófica», una cornucopia de confusión. Todavía era adventista cultural, pero ahora lucía una cosmovisión más grande y orgullosa.

No creíamos que Dios ordenaba la historia, sino que la historia fue influida por «una controversia» entre dos seres casi iguales: Jesucristo y Satanás. Puesto que la tierra era el centro de esta batalla, las vidas humanas estaban siendo sacrificadas para probar al universo cuán malo era Satanás.

El «badventist» (adventista malo)

A los adventistas que con frecuencia desobedecen las reglas mientras mantienen una identidad adventista a menudo se los llama «badventist» (adventista malo). Como badventist, mis doctrinas adventistas tenían significados nuevos. Rechazando el drama cósmico de Ellen White, ya me imaginaba que el gobierno cósmico existía para preservar mi libertad. De hecho, la protección de mi libertad era el trabajo principal de Dios. Mi dios auto-creado se ocupaba de sus propios asuntos y no tenía nada que ver con la historia humana. Ahora, la providencia de Dios en nuestras vidas era solamente un sentimiento cálido y afectuoso, pero inútil. Ciertamente, quería un dios que inspirara la confianza, pero me parecía que nadie estaba cualificado para el trabajo. Además, cualquier dios bastante fuerte para garantizar mi futuro podría restringir mi libertad. Ya mi destino era mi responsabilidad; solo necesitaba la autosuficiencia.

La cuestión del šabbat todavía no se resolvía. ¿Qué si las predicciones de Ellen White de una ley dominical opresiva se hicieran realidad? Para suprimir alguna preocupación persistente, practicaba una observancia sabataria leal pero relajada. Cerca de Loma Linda, comprendíamos que independientemente de nuestras convicciones, la observancia del šabbat traía beneficios saludables. Creíamos que el šabbat tenía poderes de sanación, siempre y cuando no fuéramos legalistas. Puede que nuestros šabbat incluyeran un viaje de compras o comer en un restaurante después de ir a la iglesia, donde a menudo veía a otros adventistas sentados en mesas cercanas. En ocasiones, levantamos una copa de vino a ellos con una sonrisa desde el otro lado del salón. Teníamos nuestra propia política sobre el šabbat: «no preguntar, tampoco revelar».

Ahora mi reacción a Ellen era conformidad rebelde. Todavía temía y odiaba su control. Provocaba tanto la lealtad como el odio, como el padre o la madre que trataba a su hijo/a como especial el setenta por ciento del tiempo, y lo/la amenazaba el otro treinta. ¿Por qué obedecerla? Estaba reteniendo mis apuestas porque temía que algunas de sus amenazas se harían realidad. Mi obediencia a sus consejos no se basaba en la convicción, sino en la superstición.

¿Es posible que un adventista marginal realmente pudiera decir que era adventista? Las iglesias adventistas me aceptaron y toleraron mis dudas. Después de todo, los adventistas son un grupo diverso, y los individuos tienen muchas creencias diferentes. Como dijo un pastor, todos comíamos al mismo buffet doctrinal adventista donde podíamos escoger lo que queríamos. Si la Biblia era imperfecta y abierta a varias interpretaciones, entonces gran parte de su teología era opcional. Por consiguiente, si «mis verdades» solo son productos de mis deseos, no tienen realidad externa. De hecho, era difícil tomar en serio el dogma adventista. La religión era asunto personal, razonaba, así que el día del šabbat podía ir de una iglesia a otra para buscar el mejor predicador o simplemente podía quedarme en casa. Concluí que el significado de seguir siendo adventista era que mantenía el contacto con otros adventistas por medio de ir a la iglesia, y que me comportaba amablemente.

Para añadir a mi confusión, a mediados de la década de los ochenta, Bob Brinsmead, mi teólogo favorito y amigo de la familia, se divorció estrepitosamente de la fe cristiana. El Awakening (Despertar) de Brinsmead había comenzado en los años cincuenta como el movimiento adventista prototípico y tenían numerosos seguidores. En 1987, él declaró que «la cristiandad es el Anticristo» y ofreció un Jesús nuevo, uno que no salvaba, sino que nos señalaba un gran destino evolucionario15. A muchos de nosotros nos persuadió a rechazar nuestras creencias cristianas caracterizadas por «el odio hacia los hombres y la negación de lo terrenal», y «unirnos a la raza humana».

Los premios de Darwin

Mi liberación del yugo adventista restrictivo era emocionante. ¿Cuántos placeres prohibidos me faltaban probar durante tantos años? Los pecados adventistas usuales me sedujeron: el alcohol, las películas, la vulgaridad, las relaciones casuales, y más. Bertrand Russell, el matemático, filósofo y ateísta escribió que «cada prisionero ha creído que fuera de los muros, existía un mundo libre»16, y yo creía lo mismo. Las palabras de Ellen White me perseguían, pero ninguna iglesia me disciplinó. De modo que era yo que decidía el bien y el mal, ¿cuáles eran los límites de mi libertad?

Sabía que mi mamá se preocupaba y rezaba por mí, aunque no tenía la costumbre de criticarme. Estaba agradecido por ella, pero al mismo tiempo estaba seguro que ella demostraba la verdad dolorosa de que la religión era para los débiles. Ella vivía en un vecindario de casas móviles con pocas posesiones, sufriendo de problemas físicos y mentales continuos. Ella había sobrevivido varios episodios de depresión grave y se aferraba a sus percepciones extrañas del mundo. Le encantaba leer su Biblia gastada y pegaba sus textos favoritos a la pared. La necesitaba más de lo que podía admitir, pero su vida triste me avergonzaba y llegó a ser el ejemplo opuesto de una vida justa. Habiendo subido los muros de la prisión de su religión, estaba decidido a demostrar que podía vivir más fuerte e inteligentemente.

El programa para la maestría en terapia familiar y matrimonial de la Universidad de Loma Linda era desafiante y cuando quise dejarlo, mi papá intervino con la ayuda y el aliento que necesitaba. Al finalizar los estudios, trabajé como terapeuta escolar en una escuela no pública en el barrio de San Bernardino. Trabajaba con niños que las escuelas públicas habían rechazado, los que tenían diagnósticos de trastornos de conducta, y trastornos emocionales, quienes vivían vidas irresponsables y a quienes les gustaban subvertir las intervenciones terapéuticas. Incluso la terapia en las mejores vecindades requería un realismo combinado con un corazón grande, lo que yo carecía. ¿Había alguien que podía ayudar a estos niños, o era una pérdida del dinero de los que pagan impuestos? Tal vez Darwin tenía razón; nuestros destinos son controlados por la mutación aleatoria y la selección natural. Los niños del barrio pertenecían a lo que Darwin llamó «las razas bajas»17, considerados incapaces para la sobrevivencia. Pero tenía que preguntarme, si yo estaba adecuado para la vida buena, ¿por qué estaba en el «hood» (barrio) luchando con ellos? Me empecé a sentir cínico con respecto a mi trabajo, mi profesión y mi vida.

Las motocicletas veloces eran mis pasatiempos y en 1987 compré un Honda Hurricane 1000. A las altas velocidades me sentía bastante fuerte y liberado para burlar a la muerte. Por otro lado, un parche de aceite oculto podría cambiar mis fortunas en un instante. Mientras conducía esa motocicleta pensaba en «los premios Darwin» (Darwin Awards), un sitio web con historias de cómo la gente, especialmente los jóvenes varones, terminaron sus vidas de manera extraordinariamente estúpida. Recibieron «el premio» porque supuestamente habían mejorado la reserva genética por medio de quitarse de ella. Podía imaginar al anciano Darwin observando, riéndose detrás de su barba: «Pues, adelante, y ¡trata de no terminar como tortilla aplastada!» La conducta irresponsable tenía sus beneficios cuando jugaba la lotería de la Naturaleza, como mis niños del barrio.

Mi papá ateísta tenía razón; el Dios de la Biblia no era una idea insignificante, sino una idea peligrosa. Su existencia era demasiado importante como para no tomarla en serio, y mi agnosticismo solamente era un juego. Me di cuenta de que o Dios es bueno o es un monstruo.

Cuestiones fundamentales

Una noche en 1989, mi papá y yo debatimos la existencia de Dios. Los argumentos de mi papá reavivaron a Thomas Huxley: ¡La religión es ilógica e inmoral; explícamela, con razón y evidencia! De repente, me di cuenta de que no tenía buenos argumentos para la existencia de Dios porque había dejado de tener interés en conocer a Dios. Quería defender la posibilidad de un dios sin afrontar las exigencias de un dios auténtico. Dios era un ejercicio intelectual, no el Ser Supremo que crearía problemas para mi universo cómodo. Mi papá ateísta tenía razón; el Dios de la Biblia no era una idea insignificante, sino una idea peligrosa. Su existencia era demasiado importante como para no tomarla en serio, y mi agnosticismo solamente era un juego. Me di cuenta de que o Dios es bueno o es un monstruo. La integridad me permitió dos opciones: iba a buscar a Dios y encontrarlo o rechazarlo rotundamente.

Nietzsche escribió una parábola de un loco que corre al mercado gritando: «¡Busco a Dios, busco a Dios!». Pero nadie creía en Dios y se burlaron de él. El loco despotricaba: «¡Lo hemos matado, ustedes y yo!». ¿Cómo podían cometer un delito tan monstruoso contra el universo? ¿Quién permitió que borraran el horizonte o separar la tierra de su sol? ¿No sabían el significado verdadero de la muerte de Dios? Matar a Dios es un crimen demasiado grave para los hombrecitos, así que tienen que convertirse en dioses para parecer dignos de ello18. El filósofo ateísta comprendía el costo de la ausencia de Dios mejor que mucha gente religiosa.

Yo no había matado a Dios; meramente lo había trivializado hasta la muerte. Asqueado, fui a mi habitación, agarré mi Biblia vieja de la cómoda, y fui afuera. Mientras abría el libro polvoroso y buscaba palabras aleatorias de sabiduría, solamente encontré un revoltijo confuso de palabras. «¡Dios!», me escuché musitar, «no sé si eres real. Por favor, ¡ayúdame! ¡Enséñame de ti!». Fue todo.

Durante algunos años, tuve ese libro guardado en un lugar seguro. Quería conocer a Dios en un lugar que yo eligiera; tal vez en las estrellas. Los cielos siempre eran mi pasión; incluso hoy día comparto mi pasión con todo el que quiera venir a observarlos conmigo. Pero cuando era agnóstico, los cielos eran vastos, sin significado, y silencios.

¿Qué hace una persona para buscar a Dios? Fui a visitar varias iglesias distintas, haciendo preguntas básicas sobre la fe y la ciencia, sobre su confianza en la Biblia. Tenían que darme mejores respuestas que: «Dios lo hizo» o «Dios lo dijo». Algunos maestros de escuela dominical pensaban que yo estaba descarrilando sus discusiones, mientras otros intentaban trasladarme a la clase para los principiantes. Pero no quería sentarme con ellos y empecé a provocar argumentos. Después de decir a un pastor que necesitaba que Dios «tuviera sentido para mí», se refirió a mí en forma burlona en uno de sus sermones. Sé que probablemente me había portado como engreído y él estaba tomando represalias contra mí. Los fundamentalistas me molestaban con sus certezas simplistas, su aversión a los libros científicos válidos y su cultura simple. Los estereotipaba en el mismo grupo de los evangelistas depredadores en la televisión cuyos milagros escenificados atraían a multitudes de seguidores ingenuos. No, los cristianos debían probar serlo ante mí. Estaba orgulloso de mi escepticismo, y parecía que mi búsqueda no progresaba.

Una tarde en 1993, recibí una llamada de la patrulla de carretera, informándome que mi mamá tuvo un accidente de automóvil muy serio y estaba bajo cuidado intensivo en el hospital. Fui con prisa al hospital y la encontré con costillas rotas, un pulmón perforado, y la pelvis agrietada. Respiraba con dificultad y cuando le insistí al médico para que me diera su diagnóstico, él se mostró evasivo. Con un sentido de entumecimiento, me senté a su cama y rebuscaba en su Biblia para encontrar un texto favorito para ayudarla a olvidarse el dolor. Ella pidió que la leyera de Lamentaciones 3:21-23:

Pero esto consideraré en mi corazón, y por esto esperaré: Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!

Me pregunté cuál era la misericordia nueva que Él supuestamente le había dado esa mañana desafortunada. Me dije, conteniendo las lágrimas: «Puede ser el telón final para ella». Las máquinas de soporte vital emitían pitidos y silbaban alrededor de nosotros mientras mamá me dijo que el accidente fue culpa del conductor del otro auto. La escuchaba calladamente, recordando unos momentos terroríficos de mi niñez, yendo en el asiento de atrás de su coche. Habíamos compartido muchos encuentros con la muerte. Sin embargo, con sus numerosas debilidades, siempre ha encontrado una manera, día tras día, de cuidar de sus hijos. ¿Y ahora qué? Si su corazón se detenía y se la llevaban, ¿de qué sirvió? Si Dios era indiferente o estaba muerto, ella se convertiría en polvo en una caja y su sufrimiento no tendría propósito. La muerte es un enemigo terrible, desgarrando lo que debe permanecer íntegro19. Alguien estaba borrando el horizonte, y no era justo, quienquiera fuera responsable. Necesitábamos un conjunto de leyes más elevadas, un lugar donde todos los débiles podían encontrar misericordia.

Mamá se recuperó de sus heridas, y suprimí rápidamente estas cuestiones difíciles sobre la muerte. Era más cómodo pensar en Dios de maneras más terapéuticas y auto afirmantes.

La parte exterior de la taza

En 1996, entré en una clase sabataria llena de profesionales sofisticados y amables, dirigida por un colega que era profesor jubilado. Ellos estaban muy entretenidos; me aceptaron y cuestionaban las cosas igual que yo. La escuela sabataria puede ser útil, me dije, con conversaciones profundas, nuevos amigos, y mujeres atractivas. Tal vez esta gente inteligente tendría respuestas mejores. Seguía asistiendo y me hice activo en esa iglesia, editando el boletín informativo, trabajando en la mesa directiva de la iglesia, y tocando música especial. Mi participación, mis nuevas amistades, y el respeto de la gente de la iglesia, todo fue muy bueno para mi vida.

Había una joven mujer llamada Sharon que estaba en nuestra clase, y ella me sonreía. Era parte de nuestro grupo social, y con el paso de varios meses, a su manera y sin pretensiones, dejó claro que podríamos ser amigos. Al principio, Sharon no me atraía, y era incapaz de verla objetivamente, pero luego mi «visión» mejoró. Sharon era badventist como yo, pero con un corazón más sabio y suave. Una noche en 1998, mientras cenábamos, presenté a Sharon mi corazón y un anillo de diamantes, y nos casamos ese mismo agosto. Algunos de nuestros mejores momentos ocurren cuando descubrimos cuán ignorantes somos.

La membresía era dulce, pero al nivel de las convicciones profundas, nunca me había unido a la iglesia. Debajo de las buenas obras y el exterior tranquilo, un alma inquieta almacenaba una reserva de ira y amargura. En conversaciones privadas, mis sentimientos auténticos salieron como sarcasmo y mezquindad, pero casi nunca en público. Los pensamientos privados no pueden ser pecados, pensaba yo, porque nadie es dañado. Y aparte, ¿no tenemos derecho a nuestros sentimientos? Yo era bueno para dar una muestra de honrar a Dios mientras mi corazón estaba cómodamente muy lejos.

Ningún miembro de una iglesia piensa en sí mismo como fariseo, pero las palabras más severas de Jesús condenaron a los religiosos. Los condenó porque mientras parecían buenos exteriormente, en sus corazones atesoraban lo malo. Como dijo John Piper, el hipócrita no es simplemente engañoso:

Un hipócrita es una persona para quien las mentiras han penetrado en su personalidad. Los hipócritas no solo mienten, ellos son una mentira… Un hipócrita es un espectáculo horripilante. La verdad ha llegado a ser totalmente ajena, eliminada por la devoción muy profunda a la autoprotección, la supervivencia y la autoexaltación20.

Como terapeuta, creía que la buena persona es «auténtica» porque piensa y actúa según sus verdaderos sentimientos. La expresión de mis sentimientos en privado solamente era «mi expresión auténtica», así que no era hipócrita. Pero a menudo estos momentos auténticos me metieron en líos y yo lastimaba a las personas a quienes quería. Hice lo que Jesús dijo:

Pero decía que lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre (Marcos 7:20-23).

Ser juzgado

En julio de 2006, las lecciones Adventist Sabbath School presentaron el juicio investigativo, la doctrina definitoria del adventismo. Los debates eran intensos, pero yo no tenía una opinión informada. No quería aparecer ignorante, así que empecé a estudiar. En la literatura adventista encontré una maraña confusa de reinterpretaciones de esta doctrina, mientras los eruditos cristianos protestantes conservadores hablaron claro: los pecados son perdonados instantáneamente, no son almacenados en el cielo como registros criminales. No pensaba que la verdad podría ser tan sencilla; entonces oré buscando ayuda. Durante las próximas semanas, yo estaba obsesionado por conocer la verdad, pasando muchas horas en estudio profundo. La Biblia finalmente se esclareció; el evangelio proclama el perdón instantáneo y final de los pecados (Jer 31:34; Ro 8:1; Heb 8:12). Cualquier otra cosa hace que el evangelio no tenga valor y que Jesús sea mentiroso.

Cuando uno pide la ayuda del Dios de Jacob con sinceridad, recibe la ayuda, acompañado por unas sorpresas no esperadas. Descubrí la revista ¡Proclamación! con muchos artículos críticos de las doctrinas adventistas. El primer artículo que leí trataba de la muerte, y proclamaba cosas que ningún agnóstico adventista puede creer. Decía que los cristianos tienen espíritus vivos, y cuando sus cuerpos mueren, van con Jesús (2 Corintios 5:8; Filipenses 1:21-23)21. Dos años antes, mi mamá había pasado a la eternidad, y esperaba que de algún modo, pudiera volver a verla otra vez. Entonces, en vez de ser pura ceniza en una bolsa morada de terciopelo, ¿mi mamá estaba viva? Me emocionó mucho. Quería creerlo, pero este consuelo dulce y caluroso que sentía me parecía como herejía, o fantasía. La verdadera fe todavía me eludía.

Una noche muy tarde estaba sentado frente a mi computadora, leyendo un artículo sobre la doctrina del juicio divino. El artículo era denso, hasta que el autor me llamó la atención con una porción en Juan 5. Jesús estaba hablando con los fariseos y diciendo que Él, igual a Dios mismo, tenía autoridad de juzgar el mundo y dar vida a cualquier persona que quiera. Había oído todo esto antes, como un sonámbulo. Pero esta vez el versículo 24 me despertó:

            De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió…

Éstas no eran palabras ambiguas destinadas a manipular nuestros sentimientos; está claro lo que quería decir, y podíamos contar con él. Había oído las palabras de Jesús toda la vida, pero todavía dudaba, ¿y ahora qué?

En mi mente de terapeuta, estaba seguro de que la culpa y la sumisión son palabras que la gente sana evita usar. Por otro lado, si «sano» significaba dar excusas por las intenciones arrogantes y dañinas, la sanidad no valía nada. El hombre diciendo estas cosas en Juan 5 confrontó a los hipócritas con la verdad, y eso lo llevó a la muerte. Sus palabras podían sanar a la gente destrozada, o cortar como una espada afilada. Yo quería ser como Él, tener Su corazón bondadoso, y Su integridad que desafiaba la muerte. ¿Pero quién es capaz de oírlo? Había dicho al exasperado agnóstico Pilato: «Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz». Pilato vio ante él solamente un fanático judío indefenso, no un rey. Preguntó: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18:37, 38).

Después de años de jugar los juegos intelectuales agnósticos, era tiempo de conocer la verdad. Una cosa era cierta: la duda era para mí tan natural como la respiración, y ningún truco de un evangelista podía hacerme creer. Si era verdad que Sus palabras requerían la fe sincera del corazón, era un hombre perdido. Pero seguí leyendo: «… tiene vida eterna,… » (Jn 5:24). Esta declaración era terriblemente sencilla. «…no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida» (v. 24). Habrá un juicio final, pero los que creen en Jesús ya habrán pasado de muerte a vida. Si yo era capaz de creer a Sus palabras, esa vida sería una realidad en mí.

Un juicio final contra lo malévolo viene como malas noticias, porque el perdón genuino nunca es barato ni fácil. Mientras estaba sentado frente a mi ordenador, me di cuenta de que no solo me sentía culpable, sino también era culpable objetivamente. No podía negar mi responsabilidad por el daño que yo, un fraude indigno, frío, e hipócrita, había causado. Solo decir: «Lo siento» no pagó el costo por el daño. Pero Él no pidió pago, sino arrepentimiento. El Juez podía declarar mi justicia, ahora y para siempre, porque Él pagó por mi vida con sangre. Entonces, si yo creía, no podía ser condenado en un juicio futuro porque ya habría pasado de muerte a vida.

En ese momento, sentí que Él estaba conmigo en la habitación, de manera personal, haciéndome esta oferta. Ahora, la pura gracia en Sus palabras había erradicado todas mis excusas. No vi una visión, ni unos efectos ocultos especiales, pero vi algo auténtico. Por primera vez, podía ver al Hombre Crucificado a través de Sus palabras, hablando conmigo. Esa noche, en Su presencia, me maravillaba ante Su majestad pura. Dije suavemente: «Ya se terminó; la batalla acabó. Señor, creo; por favor, ¡ayúdame con mi incredulidad miserable!» Esa noche, en frente del monitor del ordenador, pasé de muerte a vida.

Vivir en esplendor

Casi al fin de su vida, Bertrand Russell revisó todos sus éxitos y solo encontró la desesperación. En su universo sin Dios, solo veía una prisión oscura y estrecha sin escape.

Hay una oscuridad afuera, y cuando me muero, habrá oscuridad adentro. No hay esplendor, no hay inmensidad por ninguna parte; solo la trivialidad por un momento, y luego, nada22.

El estudio de la ciencia había tenido el mismo efecto en mí. Aunque estaba aprendiendo sobre la astronomía y gozando de los cielos con mis amigos, el esplendor y la inmensidad de todo había ido disminuyendo. Sin Dios, la trivialidad y la nada me esperaban en el final. Había estado ciego con respecto a la gloria detrás de las maravillas del universo. Jesús dijo:

La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? (Mt 6:22-23).

Cuando uno ve con los ojos de la fe, está viendo con la mente, el corazón y el espíritu enteros. Jesús no nos mandó abandonar nuestra racionalidad o ser absorbidos en un colectivo robótico, según la suposición de Ayn Rand. Jesús enseñó principios racionales: tanto las leyes de la no contradicción y la causa y el efecto (Mt 16:1-3), como la integridad individual y la responsabilidad personal (Mt 5 y 6). Sin embargo, la gente racional y responsable puede estar ciega a lo que es más valioso23. Los líderes religiosos estaban ciegos a la gloria de Dios porque preferían la alabanza y el poder humanos (Jn 12:42-43). La filosofía de Rand elimina el factor que embellece todo: un Dios misericordioso que no retenía nada para darnos todo. Cuando Dios es nuestro tesoro más importante, lo amamos con el corazón y la mente, y nuestra autoprotección cede al amor audaz.

Cuando alguien tiene ojos para ver, los cielos ya no parecen fríos, sino arden con la gloria de Dios. El universo revela el diseño y la afinación exquisita que es evidente24, no en «las lagunas» del conocimiento científico, sino en el conocimiento común que está disponible para cualquier persona dispuesta a verlo (Ro 1:18-20). Ahora, habiendo pasado de muerte a vida, las tensiones entre la ciencia y la palabra de Dios son invitaciones al estudio. Estoy contento porque Génesis es una narración veraz y suficiente de la creación, pero no destinada a satisfacer la curiosidad científica. Hay muchas cosas sobre el universo que no comprendemos, como los científicos reconocen. Tantos artículos sobre la cosmología están llenos de especulaciones filosóficas, como la teoría del «multiverso». Me encanta contemplar las galaxias y meditar en sus historias, cada galaxia narra una historia, pero su misterio me humilla, como su Creador planeaba. El cosmos es un lugar extraño, peligroso y totalmente fiel, al igual que su Creador.

Probablemente el lector está preguntándose si soy creacionista de «la antigua tierra» o «la joven tierra». Personalmente creo, no dogmáticamente, que el universo es muy antiguo, por razones bíblicas y científicas. ¿Creó Dios la luz de las estrellas para dar una apariencia engañosa de una edad antigua? ¿Creó Dios galaxias que solamente parecen haberse roto lentamente? Primero, la apariencia del universo es una cuestión de la integridad de Dios. Los cielos declaran Su justicia y fidelidad (Salmos 50:6; 71:19; 97:6), y el orden fijo de leyes y ciclos en la naturaleza testifican de Su fidelidad eterna (Jer 31:35-37). La velocidad de luz y todos los otros constantes físicos revelan la integridad de su Fabricante. Este Dios puede ser creído porque no puede engañar ni fracasar, y Su gran diseño asegura que nuestros estudios científicos de los cielos pueden proporcionar un conocimiento fiable25. Por estas razones, acepto las medidas astronómicas actuales, incluidos los corrimientos hacia el rojo de las galaxias distantes y la tasa expansión cósmica, los que indican mucha edad. Henry Drummond dijo: «La naturaleza es el escrito de Dios, y solamente puede decir la verdad; Dios es luz, y en Él no hay tinieblas»26.

Al mismo tiempo, tengo hermanos y hermanas en Cristo que creen en la idea de la joven tierra, cuya erudición bíblica e integridad he aprendido a respetar. Podemos debatir sobre si el universo de Dios tiene 13.7 millones de millones o 6.000 años de edad, pero nuestra ignorancia debe hacernos humildes. Ahora vemos por espejos (telescopios) oscuramente, pero entonces conoceremos plenamente.

No transcurre un solo día sin tener un pensamiento agnóstico que se desliza por mi mente. Por naturaleza, soy incrédulo. La voz clínica en mi mente con una barba y un puro maloliente dice: «Es infantil y primitivo pedir ayuda a Dios», o «Si tú fueras inteligente, no necesitaría estos mitos antiguos». Suspiro. Sí, soy un niño necesitado y absurdo, así que corro a Dios y a Su palabra. Según Freud, ese deseo por un Dios paternal se basa en los temores y los deseos de la niñez. La ironía de Freud es que su propia vida dolorosa y disfuncional revela cómo una cosmovisión ateísta puede ser formada por deseos torturados. Su odio trastornado contra el Dios judío-cristiano creció de sus experiencias personales, incluso su atracción adolescente a su madrastra joven, sus rencores contra su padre, y la persecución severa de la minoridad judía en Europa27. Las opiniones de Freud no son ciencia, aunque él habló con la autoridad de la ciencia para persuadir a millones de personas. Como Thomas Huxley dijo, Freud pretendía que sus conclusiones fueran ciertas sin suficiente evidencia.

¿A dónde nos llevarán nuestros deseos más profundos? Como John Calvin dijo, el corazón humano es «una forja perpetua de ídolos»28. Las religiones están llenas de proyecciones de pasiones humanas, modeladas en los dioses que queremos. Alguien encima de nosotros tiene que decir la verdad sobre nosotros.

Estas cosas hiciste y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú (Sal 50:21).

Para revelarse como completamente divino, el Dios verdadero demuestra que Su corazón no es como los nuestros, ni codicioso ni corrompido. Encontramos esa cualidad única en la persona de Jesucristo. No tenía nuestras pasiones infantiles, ni buscaba llamar la atención, ni obtener bienes para Sí Mismo o forzando a las demás personas para que sirvieran Sus deseos. No vino para ser servido sino a servir (Mt 20:28). En vez de aferrarse a Su igualdad con Dios, se humilló como siervo y se hizo obediente hasta la muerte (Fil 2:5-11). Ninguna otra fe tiene un Dios como Él.

El Dios verdadero es el que no queremos en nuestra condición natural. Yo estaba corriendo por todos lados, buscando a Dios como un loco, y no podía encontrarlo. Pero Él me encontró a mí. La fe en Dios no es un producto del trabajo o de las esperanzas, sino un regalo diario de misericordia que interrumpe bruscamente nuestras naturalezas. El Señor Jesús es fiel, y una vez que nos llama, siempre está con nosotros. Ya no temblamos ante Satanás quien corre frenéticamente por el universo, ni ante otro cuento de hadas ateo. Ya que pertenecemos a Jesús, nunca seremos víctimas de la batalla, porque sus ovejas oyen su voz y Él las conoce y lo siguen, y Él les da vida eterna. Nadie las puede arrebatar de la mano de Su Padre (Jn 10:27-30).

Notas finales

  1. Agnostic: Oxford Dictionaries, http://www.oxforddictionaries.com/us/definition/american_english/agnostic
  2. “Agnosticism”, http://www.philosophybasics.com/branch_agnosticism.html
  3. Encyclopedia Brittanica, Agnosticism: http://www.britannica.com/EBchecked/topic/9356/agnosticism
  4. Huxley, Thomas, citado por John Holmes Agnew, Walter Hilliard Bidwell en The Eclectic Magazine: Foreign Literature, vol. 49; p. 112.
  5. Hallowell, Billy, The Blaze, http://www.theblaze.com/stories/2012/10/09/pew-20-of-americans-are-now-atheist-agnostic-or-unaffiliated-with-a-religion/
  6. Antony Flew, Religious Agnosticism, http://www.britannica.com/EBchecked/topic/9356/agnosticism/38261/Antecedents-of-religious-agnosticism
  7. Tinker, Colleen, “The Great Controversy: Living in a Worldview of Deception”, ¡Proclamación!, abril/mayo/junio 2011. http://lifeassuranceministries.org/proclamation/2011/2/greatcontroversy.html
  8. White, Ellen, Testimonies for the Church, vol. 4, http://www.gilead.net/egw/books/ testimonies/Testimonies_for_the_Church_Volume_Four/
  9. White, Ellen, The Great Controversy, p. 421. http://m.egwwritings.org/publication.php?pubtype=Book&bookCode=GC&lang=en& pagenumber=421
  10. White, Ellen, Op. Cit. pp. 421, 422.
  11. Kaiser, Angelika, Adventism and Arminianism: Does Open Theism “Limit” God? http://www.memorymeaningfaith.org/blog/2010/10/open-theism-limit-god.html
  12. Freud, Sigmund, Quoted en Atheist Empire, http://atheistempire.com/greatminds/quotes.php?1=10
  13. Rand, Ayn, The Virtue of Selfishness, Signet Paperback Edition, p. 26.
  14. Rand, Ayn, del registro del diario, July, 1945: Journals of Ayn Rand, Leonard Peikoff, 1999.
  15. Brinsmead, Robert D., Verdict, vol. 31, 1987, p. 5.
  16. Russell, Bertrand, Russell: Autobiography, Routledge Classics, 2009, p. 373.
  17. Darwin, Charles, Letter to Wm. Graham, July 3, 1881, Darwin Correspondence Project, https://www.darwinproject.ac.uk/letter/entry-13230
  18. Nietzsche, Friedrich, The Gay Science, Knopf Doubleday Publishing Group, 2010, p. 125.
  19. Parnell, Jonathan, http://www.desiringgod.org/articles/die-well
  20. Piper, John, Be the Opposite of a Hypocrite, July 3, 2014, quoted by Jonathan Parnell in Desiring God, http://www.desiringgod.org/articles/be-the-opposite-of-a-hypocrite
  21. Streifling, Verle, “The Nature of Man and Death”, ¡Proclamación!, mayo/junio 2001, p. 10, http://lifeassuranceministries.org/Proclamation2001_MayJun.pdf
  22. Russell, Bertrand, Op. Cit., p. 374.
  23. Piper, John, “The Ethics of Ayn Rand: Appreciation and Critique,” Desiring God, 2007, http://www.desiringgod.org/articles/the-ethics-of-ayn-rand
  24. Ross, Hugh, “Fine Tuning for Life in the Universe,” Reasons to Believe, Feb. 13, 2009, http://www.reasons.org/articles/fine-tuning-for-life-in-the-universe
  25. Deem, Rich, Young Earth Light Travel Time Problem: New Solution? http://www.godandscience.org/youngearth/light_travel_time.html
  26. Drummond, Henry, The Ascent of Man, New York: James Pott & Co. Publishers, 1894, p. 333, http://henrydrummond.wwwhubs.com/asctitle.htm
  27. Nicholi, Armand, The Question of God: C.S. Lewis and Sigmund Freud Debate God, Love, Sex, and the Meaning of Life, Free Press, 2003.
  28. Calvin, John, Institutes, Bk 1, Ch. 11, 8. http://www.ccel.org/ccel/calvin/institutes.pdf

    Martin Carey creció como adventista «nómada» en muchos lugares. Trabaja como psicólogo de la escuela en San Bernardino, CareysCalifornia. Casado con Sharon, tiene dos hijos, Matthew, 14, y Nick, 27. La astronomía, la investigación, y muchas mascotas lo mantienen en un caos alegre. Puede escribirle a: martincarey@sbcglobal.net.