«Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!… Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses?¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”» (Salmo 8:1, 3-4).

 

El rey estaba parado afuera bajo las estrellas así como de costumbre en los campos de su padre, rodeado por las ovejas, maravillándose a la esplendidez de su propia existencia. En la oscuridad tranquila bajo las luces antiguas, a menudo sus pensamientos lo llevaban de los asuntos del estado hasta pensar en las mismas cuestiones que los seres humanos habían ponderado por eones—el lugar del hombre en el universo. David era guerrero, profeta y el rey de su nación pequeña, rodeada de enemigos poderosos. Ciertamente, su Dios tenía que ser muy majestuoso. Mientras muchos israelitas seguían arrodillándose ante los dioses cananitas, David escribió una canción de adoración que pregunta una cosa sencilla: «¿Qué es el hombre?». La respuesta profunda para su propia pregunta refuta todas las cosmologías paganas.

Cuando nos sentamos en la oscuridad rodeados por la gloria estrellada que sugiere un universo inmenso, tenemos una oportunidad de sentir dos sensaciones. Por un lado, las estrellas parecen majestuosas y fríamente distantes, completamente inalterables en sus mociones, pero totalmente indiferentes a nosotros. Por otro lado, aparentemente son perfectas, misteriosas, aún tal vez en control total de todo lo que existe debajo de ellas. Cuando miramos las estrellas, nos damos cuenta de que somos criaturas muy débiles, y puede que pensemos que estamos sujetos a su poder. De hecho, muchas culturas han visto la dispersión aleatoria de puntos a través del cielo como una pantalla donde proyectaban todos sus deseos y sueños. Por medio de proyectar las imaginaciones en las estrellas silenciosas, los seres humanos han creado un gran cine giratorio de dioses y héroes con mitologías elaboradas. Aun hoy en día, nuestros mapas de estrellas continúan a exhibir proyecciones de adoración humana, tanto antiguas como modernas. El ser humano siempre ha intentado poner sus glorias en los cielos.

Pero David observaba la gloria encima de él y no pensaba principalmente en el ser humano, sino en su Creador, cuya gloria es aún sobre las estrellas, reinando sobre todo. David preguntó a Dios directamente: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?». Ciertamente, dada la enormidad del universo, ¿qué es el hombre esmirriado que el Creador piense en él? Desde una perspectiva naturalista, el cosmos parece poner al hombre en su lugar, o sea, en alguna posición cerca del fondo de «la gran cadena de la existencia». De hecho, los paganos siempre han sabido que los numerosos dioses paganos, no obstante su nivel, tienen mejores cosas con que ocuparse aparte del ser humano. Pero únicamente los escritos hebreos contradicen la cadena pagana de la existencia y su politeísmo, diciendo que el significado del hombre es un regalo de su Creador. David dice en los versículos 5 y 6:

Lo has hecho poco menor que los ángeles y lo coronaste de gloria y de honra. Lo hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies… (Reina-Valera, 1995)

Las promesas de Edén

El salmo 8 se refiere al origen del hombre en el Jardín de Edén, donde Dios prestaba una atención extraordinaria a Adán y Eva. Creó perfectos al primer hombre y mujer, hechos a la imagen de Dios cuando Él declaró que toda la creación era «muy buena» (Génesis 1:31). No solo eran perfectos los primeros seres humanos, sino también fueron nombrados a gobernar la tierra y llenarla. De hecho, su creación era un motivo de celebración universal y regocijo mientras las estrellas matutinas cantaban juntas y todos los hijos de Dios gritaban de alegría (Job 38:7). Cuando Dios coronó al ser humano con la gloria y el honor y le dio el dominio de la tierra, había grandes expectativas para toda la humanidad. El parecerse a Dios de forma única, visitar personalmente con Él, y tener dominio sobre toda creación, son honores que realmente no podemos comprender.

¿Qué calificó a Adán para recibir su corona?

Adán tenía muy poco con que impresionarnos, porque no era un superhéroe con poderes grandes. La Biblia no menciona específicamente cuáles poderes Adán tenía para ser capaz de ejercer control sobre su dominio extensivo. Aunque era perfecto, Adán tenía que reinar sobre los animales que corrían más rápidamente y eran más fuertes que él. De hecho, aparte de dar nombres a las bestias, hay poca evidencia de que Adán pusiera la creación bajo su sujeción, aunque el decreto de Dios de que el hombre debía multiplicar y llenar la tierra (Gn 1:28; 9:1) prevenía que las bestias silvestres invadieran la tierra (Dt 7:22).

Adán era «de la tierra» y hecho del barro, un origen humilde que la Biblia menciona con frecuencia. Como organismo terrestre, estaba unido físicamente con los elementos de nuestro planeta. Era más que el polvo; pero no era un ser vivo hasta que Dios soplara personalmente el aliento de vida en él (Gn 2:7). La vida de Adán se derivaba de Dios solo, no de una propiedad natural del polvo ni de su cuerpo físico1. De hecho, la impartición del aliento de vida era más de su RCP divina para animar a una máquina biológica nombrado Adán. Por ejemplo, los animales respiran el mismo aire que nosotros y comparten mucho de nuestro ADN, pero solo Adán recibió el aliento espiritual y personal de Dios, haciéndolo a la imagen de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen con un origen único y una naturaleza espiritual única. Puesto que Él es espíritu, Dios impartió Su vida espiritual a ellos para que pudieran conocerlo personalmente y adorarlo en el Espíritu (Jn 4:24).

Para humillarnos, David dice que el hombre fue creado menor que los seres espirituales más poderosos en el reino espiritual. Comparado con los ángeles imponentes, Adán era un ser terrenal, débil y vulnerable. Considerando las limitaciones de Adán, es posible que seamos tentados a preguntar a Dios: ¿Cómo es que Adán mereció la corona? ¿Por qué no un arcángel?

Pero, por razones que vamos a ver más tarde, Dios creó un universo que solamente podía cumplir con Sus propósitos por medio de la subyugación de ello por el ser humano. En el comienzo, Dios colocó a Adán y Eva, almas vivas perfectas, en un jardín, pero fuera de Edén; la creación era silvestre y Dios quería que el hombre lo subyugara (Gn 1:28). Pero este dominio nunca tuvo lugar. A veces nos preguntamos cómo la creación habría sido transformada por un Adán que no pecó, pero la Biblia no dice lo que habría podido ocurrir. En cambio, explica lo que el ser humano será en el final. Es importante notar que la Biblia no señala las perfecciones de Edén para presagiar el futuro. En cambio, la Biblia aleja nuestra atención de Edén hacia otro mundo bajo una administración muy distinta.

En Génesis 3, leemos que Adán y Eva escucharon a la serpiente que dijo que si ellos dudaran y desobedecieran a Dios serían como dioses, sabiendo el bien del mal (Gn 3:5). En otras palabras, a cambio de la desobediencia de los seres humanos, la serpiente ofreció «el auto perfeccionamiento», tentándolos con el acceso ilegítimo al conocimiento secreto por el cual podían superar sus naturalezas2 dadas de Dios para encontrar poderes más grandes. De repente, la provisión de Dios para ellos de dominar la tierra y conocer a Dios personalmente fue eclipsado por la promesa de ser «como dioses», y escucharon a la serpiente. Ese día, quebrantaron su compañerismo con Dios y cayeron y murieron espiritualmente.

Durante de la visita de Dios a Adán y Eva esa tarde, Él trajo un juicio rápido combinado con una esperanza distante. Las primeras maldiciones cayeron en la serpiente, quien fue devaluada debajo de las otras bestias para arrastrarse como un gusano en la tierra (Gn 3:14). De otras fuentes bíblicas, sabemos que Dios estaba aplicando las maldiciones al espíritu malévolo que hablaba a través de la serpiente. Satanás ya era la criatura más devaluada de todas las que Dios creó, y esta realidad sería demostrada hasta que todos sus planes y esfuerzos finalmente fracasarán3. Lo odiarían los seres humanos y aun sus esclavos lo odiarían y lo temerían. Aunque Dios pronunció que la serpiente iba a herir el talón del Simiente de ella, finalmente tendría la cabeza aplastada. En cambio, los hijos de Eva podrían poner sus esperanzas en su simiente para vencer a la serpiente y restaurar todas las cosas.

Cuando Dios manifestó que maldita sería la tierra por la causa del hombre, quería decir que la tierra sería maldita con «futilidad» para que la muerte seguiría al ser humano y destruir todas sus obras (Ro 8:21). Hoy en día, vemos por todos lados la evidencia del dominio perdido del hombre sobre la naturaleza. Todavía sufrimos desastres, enfermedades y guerras, y especialmente somos sujetos a nuestras naturalezas caídas. Los inocentes y los culpables sufren de la misma manera, y aunque mejoramos las tecnologías, a menudo las usamos para magnificar nuestra capacidad para la maldad. El libro de ciencia ficción escrito por Michael Crichton, Jurassic Park4, demuestra esta realidad. En JP, el autor se imagina un parque para animales salvajes poblado por dinosauros clonados que resultan ser violentos e imposibles de controlar; él nos recuerda que a pesar de nuestro conocimiento avanzado, la naturaleza nunca es nuestro sirviente.

No a los ángeles

            «Dios no puso bajo el dominio de los ángeles el mundo venidero del que estamos hablando» (Hebreos 2:5).

            Dios dio autoridad a los ángeles para administrar ciertos asuntos de la tierra. Por ejemplo, había ángeles que vigilaron la entrada a Edén después de la caída (Gn 2:24), entregaron la ley en Sinaí (Heb 2:2), siguen reinando sobre dominios terrenales (Dn 4:13, 10:13), y tienen poder sobre la naturaleza (Ap 16:4). Hay ángeles malévolos que dominan las naciones, como vemos en Daniel 10, y estos «príncipes» se oponen a la obra de los ángeles de Dios (Dn 10:20). Miguel el arcángel, uno de los príncipes más importantes es el defensor de Israel (v. 21). Es más, Pablo dice que luchamos contra principados, contra potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef 6:12). Estos poderes son los usurpadores del dominio merecido del ser humano, y tienen que ser expulsados por el rey legítimo. En los días de Jesucristo, la cultura judía creía mucho en las jerarquías angélicas, tanto las buenas como las malas5. Si su sistema religioso había sido entregado por Dios por medio de ángeles poderosos, ¿cómo es posible que los cristianos reclamen una autoridad más elevada para su evangelio?

En el Nuevo Testamento, se anuncia el final del dominio de los ángeles.

            «Dios no puso bajo el dominio de los ángeles el mundo venidero del que estamos hablando» (Hebreos 2:5).

            En nuevo orden cósmico ya ha sido firmemente establecido para la humanidad, por medio del hombre de Nazaret. Era un mensaje chocante, un reporte increíble para los judíos. ¿Por qué debían prestar atención a este mensaje de un humilde campesino que obviamente era inferior a un ángel? La respuesta destroza el paradigma judía y revela la provisión de Dios: este Hombre humilde que reveló por primera vez estas noticias grandes es sumamente superior a los ángeles. El mundo venidero no será bajo el poder de los ángeles, y este Hombre no tiene lugar en su jerarquía. Hebreos 2 es claro en enfatizar el mismo mensaje de Salmo 8. Otra vez, escuchamos la pregunta, ¿Qué es el hombre, para que en él pienses? Ahora tenemos una respuesta mejor.

Las cualidades de la majestad

Cuando Dios dio dominio del mundo al hombre y lo coronó con gloria, su verdadero reino incluía a todas las cosas (Heb 2:8). Obviamente, todas las cosas todavía no están bajo el dominio del hombre. ¿Dónde vemos la evidencia de todas las cosas sujetas al hombre? El profeta Isaías advirtió que la respuesta nos decepcionaría:

            «Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable» (Isaías 53:2).

            El tierno vástago de Isaías 53, creciendo del viejo tocón de la familia real de Isaí (véase Isaías 11:1), es la respuesta de Dios. Gritamos: «¡No!, queremos dominio ahora; ¿Es que este vástago no atractivo lo mejor que Dios puede darnos para restaurar la autoridad a la humanidad? ¡No es posible!».

Esta planta enana tierna y seca brotando del polvo es la Rama prometida de Dios. No es fuerte ni bello conforme a nuestras expectativas de Él (53:1-2). De hecho, puesto que la Rama de Isaí parece ser fuerte o majestuoso, la mayoría de personas lo rechazan, decepcionada. Sin embargo, el Siervo de Isaías 53, humilde y débil, degradado a una posición inferior a los ángeles, es Él que gana la corona de dominio sobre toda creación. Solo en el humilde Siervo se encuentra todo el honor y la dignidad asignados al hombre en el momento de su creación.

            «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos» (Heb 2:9).

            Mientras Su herencia es superior a cualquier cosa jamás dada a los ángeles (Heb 1), parece que hay una contradicción terrible entre Su vida en la tierra y Su identidad. Sin embargo, Hebreos declara que Su rechazo y Su crucifixión son la razón para Su herencia: Jesús fue coronado de gloria y honra «por haber padecido la muerte» (Heb 2:9). Además, fue coronado porque, por medio de la gracia de Dios hacia nosotros, Jesús murió en nuestro lugar. Su Padre lo exaltó porque se humilló a sí mismo tomando la naturaleza de siervo y se hizo obediente hasta la muerte (Filipenses 2:8-10).

Esta aparente paradoja plantea la pregunta: ¿Pero por qué Dios tiene que prestar tanta atención al hombre que Él sufriría por el ser humano? Si a veces luchamos con ideas escépticas sobre los aspectos crueles del evangelio, el pasaje a continuación exige un examen más detenido:

             «Convenía a aquel por cuya causa existen todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de la salvación de ellos…» (Heb 2:10; Reina-Valera 1995).

            ¿Cómo es posible que «conviniera» o fuera apropiado que el Creador del cosmos arreglaría tal sufrimiento extremo para Su Hijo? Que Dios causa sufrimiento no parece coherente con Su carácter. ¿No sería lógico que Dios salvara al hombre por medio de eliminar el sufrimiento en vez de usarlo para Sus propósitos?

Se encuentra las respuestas para estas preguntas en este pasaje. Puesto que todas las cosas fueron creados por Dios y para Su gloria (Ro 11:36; Col 1:15), haciendo que Jesús sufriera mostró Su gracia. En otras palabras, no había ninguna aflicción en ninguna persona que Dios no asumió en la persona de Jesús. Por consiguiente, fue completamente en consonancia con el carácter de Dios de justicia y misericordia que magullara a Su Hijo, con la plena intención de que Él sufriera:

            «Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir…» (Is 53:10).

            Mucho más antes de que alguien sufriera, el padecimiento del Siervo fue en Su previo conocimiento y Su plan desde siempre (Hch 2:23). Jesús era el Cordero sacrificado desde la creación del mundo (Ap 13:8), de acuerdo con Su salvación perfecta.

De estos pasajes y muchos más, vemos que nacer como hombre y ser sacrificado para Sus hermanos y hermanas caídos era y siempre será la identidad eterna de Jesús.

            «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (Heb 13:8).

            Puesto que creó el universo para Sí Mismo, Jesús diseñó hasta la última partícula subatómica al mismo tiempo que tenía en cuenta Su muerte. No dejó nada al azar, porque la cruz y la resurrección estaban en los planes de acción.

En Jesucristo, nuestra verdadera identidad ya no viene de la tierra, o sea, del polvo, sino del cielo, de Jesucristo.

            El Señor Jesús era apropiado para ser nuestro Salvador completo; fue «perfeccionado por medio de las aflicciones» durante toda Su vida terrenal. Es importante notar que no sufrió a causa de ser deficiente moralmente, sino Su sufrimiento como un hombre sin pecado lo hizo apropiado para Su rol como nuestro Salvador y Sumo Sacerdote. Isaías dice (53:4) que el Siervo «llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores». Esta declaración enfatiza el hecho de que era mucho más que compasivo con nuestro sufrimiento.

Lo que Isaías está diciendo es que Jesús, nuestro Mesías compasivo, asume totalmente las partes más oscuras de nuestras vidas. Él no rechazó la cruz ni va a evadir nuestras aflicciones más profundas en el presente. Estas palabras en el versículo 4 significan mucho más de lo que la traducción inglés expresa. La palabra hebrea para «aflicciones» es choli, lo que significa aflicción, enfermedad, penas, dolores 6. La Biblia no separa las enfermedades corporales de los del alma, sino las conecta como parte de la misma aflicción. Podríamos leer este pasaje así: «Ciertamente Él ha sufrido nuestras aflicciones y enfermedades, nuestras penas y tristezas». En los evangelios del Nuevo Testamento, Jesús vive plenamente esta realidad:

«Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y con una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores”» (Mt 8:16-17).

            Sabemos que Jesús sanó a los afligidos y resucitó a los muertos, así cumpliendo las palabras de Isaías. Si indagamos más, hay algo muy íntimo en su carga de nuestras enfermedades. Hay una historia en Marcos donde vislumbramos el corazón del Hijo de Dios.

«Allí le llevaron un sordo tartamudo, y le suplicaban que pusiera la mano sobre él. Jesús lo apartó de la multitud para estar a solas con él, le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente y le dijo: “¡Efatá!” (¡Ábrete!). Con esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar normalmente» (Mr 7:32-35).

           ¿Por qué Marcos añade el pequeño detalle de que Jesús suspiró mientras miraba al cielo? No era difícil sanar a ese hombre y ciertamente estaba dispuesto a hacerlo. Aquí hay algo profundo en la sanación de este hombre afligido, algo que realmente necesitamos ver. Puesto que Jesús es el Cordero sacrificado desde la creación del mundo, Él que ha cargado con nuestras enfermedades y soportado nuestros dolores, Jesús sanó a ese hombre por medio de cargar su aflicción entera, su dolor físico y mental y toda su culpa. Jesús sentía su angustia y cargó su peso terrible en Su propia alma.

La pureza del alma de Jesús no lo dejaba insensible al sufrimiento de los pecadores; en cambio era muy más sensible a ellos. No tenía un corazón engañoso, como nosotros que podemos evadir los aspectos más inquietantes de lo malévolo. Tenía lo que Alexander MacLaren ha llamado «el carácter identificador de la simpatía sin paralela de una naturaleza pura»7.

«Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (Heb 4:15).

        Esta no es un texto bíblico diseñada a hacernos sentir culpables porque cedemos a las tentaciones, según lo que aprendimos muchos de nosotros. En cambio, la compasión de Jesús no es como una tarjeta de pésame de la papelería Hallmark , la que ofrece sentimientos placenteros escritos en papel desde una distancia mientras nos apenamos solos. ¡De ninguna manera! Su compasión es omnipresente y viene con Su poder soberano mientras nos lleva con todas nuestras cargas. Para los que han nacido del Espíritu, Él nunca nos dejará, jamás nos abandonará (Heb 13:5). Así es Dios.

Aun cuando estaba vivo, aunque Jesús tenía todo el poder y sabía lo que iba a pasar en cada momento, no estaba avergonzado a llorar abiertamente. Juan explica que «Jesús lloró» en Juan 11:35 cuando describe la reacción de Jesús cuando vio el sepulcro de Lázaro. El versículo más corto en la Biblia revela a Jesús, completamente un ser humano, tanto sintiendo la pérdida como el peso de luto de toda la gente presente, aunque solo en unos minutos iba a resucitar a Lázaro de entre los muertos. Lo que aparentemente muestra debilidad en el Mesías realmente es la marca de la majestad regia. Todas las penas, todas las pruebas que Jesús tenía que aguantar lo hacían «perfecto», como el Único plenamente cualificado para ser el capitán de nuestra salvación (Heb 2:10).

La gloria sobre los cielos

            «Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte, pues Dios «ha sometido todo a su dominio» (1Co 15:25-27).

            Desde el primer momento de la mañana, reconocemos que nuestro mundo no es sujeto a nosotros. Gemimos interiormente; aun nosotros que tenemos las primicias del Espíritu estamos gimiendo mientras esperamos la gloria (Ro 8:23). Vemos poca evidencia de ese futuro glorioso aquí, un lugar donde duele caminar por fe. Aunque no podemos ver mucho, lo que sí vemos es lo suficiente: podemos ver a Jesús.

Como creyentes en el evangelio (1Co 15:3, 4), sabemos que Dios resucitó a Jesús del sepulcro para sentarse a reinar a la diestra del Padre. Sabemos que en Adán todos morimos, pero en el Jesús resucitado «todos volverán a vivir» (1Co 15:22). Cuando creemos en Jesús y somos nacidos en el Espíritu ya no estamos en Adán, sino en Jesucristo, nuestro «representante» nuevo. Todo lo que Él ha hecho nos pertenece: Su obediencia perfecta, Su muerte y resurrección, Su asunción al cielo, Su herencia y Su dominio del cosmos entero, como si nosotros mismos hubiéramos hecho todas estas cosas.

Dios está tratando de decirnos que si nacemos de lo alto, ya no somos considerados como hijos de Adán. Es verdad que nuestros cuerpos pertenecen al polvo y por ahora permanecemos bajo las maldiciones físicas dadas a Adán y Eva, pero nuestros espíritus vivos conocen a Jesús y están unidos con Él.

            «…El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente»; el último Adán, en el Espíritu que da vida» (1Co 15:45). «El primer hombre era del polvo de la tierra; el segundo hombre, del cielo» (v. 47).

            En Jesucristo nuestra verdadera identidad ya no viene de la tierra, o sea, del polvo, sino del cielo, de Jesucristo. Los efectos tristes del reino de Adán terminaron en Jesucristo, y Su reino ya ha comenzado. Esta verdad cambia radicalmente nuestra identidad. Pablo proclamó a sus amigos en Corintio:

«…uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. … Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así» (2Co 5:14b, 16).

         Dios siempre tenía pensado que el universo fuera bajo el dominio del hombre, organizado según el decreto soberano de Dios desde siempre. Adán nunca dominaba el universo porque no quedaba humildemente sujeto al reino de Dios. El gobierno del universo nunca era planeado para los poderosos o los orgullosos. El dominio de la tierra es realizado por otro Hombre, un Siervo obediente, humilde y débil, rechazado como no digno de una corona. El Siervo no vino para ser servido sino para servir y dar Su vida como rescate para muchos. Él es el Cordero de Dios, sacrificado desde siempre, para salvar a los pecadores orgullosos como yo y como usted. Es el ser humano completo, lo que el hombre debe ser. A causa de Su humildad, debilidad y dependencia, el Señor Jesús es especialmente cualificado para Su corona. Son las cualidades de Su majestad divina, así que vamos a alabarlo.

«Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!» (Sal 8:1).

 

Notas finales

  1. Elicott, Charles, Elicott’s Commentary for English Readers, http://biblehub.com/commentaries/genesis/2-7.htm
  2. Ibid.
  3. Ibid., http://biblehub.com/commentaries/genesis/3-14.htm
  4. Wikipedia, Jurassic Park, http://en.wikipedia.org/wiki/Jurassic_Park_(novel)
  5. Jewish Encyclopedia, «Angelology», http://www.jewishencyclopedia.com/articles/1521-angelology#4349
  6. Strong’s Concordance, «Isaiah 53:4, choli»: http://biblehub.com/hebrew/2483.htm
  7. Alexander MacLaren, Maclaren’s Expositions, «Isaiah 53:4», http://biblehub.com/commentaries/isaiah/53-1.htm

    Martin L. Carey creció como adventista en muchos lugares distintos, incluso Tacoma Park, Maryland, Missouri, y Guam, EUA. Durante el día, trabaja como psicólogo para una escuela secundaria en San Bernardino, California. También es terapeuta familiar licenciado. Está casado con Sharon, y tienen dos hijos: Matthew, de 13 años, y Nick, de 27. Carey sigue explorando los cielos claros y oscuros con ocho telescopios diferentes, hasta el tamaño de medio metro. La investigación bíblica y el piano clásico ocupan el resto de su energía. Puede escribirle a: martincarey@sbcglobal.net.